El sistema y los p¨ªcaros
Este oto?o nos ha regalado con una abundante vendimia de libros que, bajo la aparente vitola del periodismo de investigaci¨®n o de las memorias personales, tratan de iluminar a la opini¨®n p¨²blica sobre algunos aspectos recientes de la historia peque?a -y aun de la grande- de este pa¨ªs. Naturalmente, no todos esos libros son iguales: no responden a la misma intencionalidad ni la calidad de sus afirmaciones es necesariamente equiparable. Pero todos, sin embargo, tienen un aire de familia: tratan de ilustrarnos, cada cual a su manera, sobre las interioridades, la trastienda y aun las opacidades de personas e instituciones decisivas en la vida espa?ola.Con raras y brillantes excepciones, estos pretendidos ensayos o documentos son de una parcialidad evidente, cuando no de una subjetividad declarada. Y en el viaje, muchas veces paranoico, que los autores pretenden realizar de la mano del lector se mezclan descripciones de hechos ciertos con medias verdades, manipulaciones interesadas, opiniones discutibles y mentiras flagrantes. La habilidad o la torpeza -seg¨²n los casos- de los escribanos de turno hace imposible distinguir el grano de la paja, de modo que el resultado es una aseada mezcla de datos interesantes, cotilleos curiosos e invenciones despiadadas y difamatorias sobre las que se construyen toda clase de fantas¨ªas, en un alarde demostrativo de hasta qu¨¦ punto es posible utilizar la libertad de expresi¨®n como pretexto de las propias man¨ªas de algunos escritores.
Otra caracter¨ªstica com¨²n a la mayor¨ªa de estas obras es que est¨¢n mediocremente escritas, y en casi ninguna se citan fuentes acreditativas de los hechos que relatan. ?stos se construyen pr¨¢cticamente a base de confidencias de origen ignoto, en las que se utilizan a menudo contenidos de conversaciones privadas, que en ning¨²n caso han sido verificadas por los autores. Si yo tuviera que juzgar las aseveraciones que hacen por las referencias a hechos de los que he sido testigo o he protagonizado, deber¨ªa concluir que nada de lo que narran es cre¨ªble, porque nada es verdad o porque, aun si¨¦ndolo en parte, ¨¦sta resulta insignificante junto al c¨²mulo de falsedades construido en torno a unos cuantos datos ciertos.
Pero no se puede negar la resonancia social de alguna de estas obras, potenciada por operaciones de promoci¨®n y venta de habilidad indudable, lo que las convierte en necesario objeto de atenci¨®n. No s¨®lo para desmentirlas, sino, sobre todo, para depositar en alguna parte el testimonio escrito de que estos libros no pueden, en modo alguno, ser materiales de trabajo fiables para la reconstrucci¨®n de la verdad. Es de suponer que el buen criterio de los historiadores del futuro llevar¨¢ a no prestar mucha atenci¨®n a algo que carece de cualquier m¨ªnimo rigor documental. En cualquier caso, es dif¨ªcil imaginar el m¨¦todo de rectificaci¨®n. que podr¨ªa utilizarse para devolver los hechos a su justo t¨¦rmino, y no deseo un nuevo aluvi¨®n de libros destinados a demostrar exactamente todo lo contrario de lo que ¨¦stos pretenden.
La teor¨ªa subyacente en ellos es que gran parte de los latrocinios y descalabros empresariales llevados a cabo en Espa?a por algunos avispados son, fundamentalmente, el fruto de su connivencia con el poder pol¨ªtico. La posterior defenestraci¨®n social de estos individuos se deber¨ªa a la resistencia de ellos mismos a encuadrarse obedientemente en lo que, con expresividad muy poco imaginativa, definen como el sistema" o el "r¨¦gimen". La mayor¨ªa de los autores que comentamos, y todos sus estusiasmados propagandistas, coinciden en la denuncia de un poder, maligno y oculto, instalado tras las instituciones sociales y jur¨ªdicas de nuestro Estado. Dicho poder habr¨ªa vaciado de contenido democr¨¢tico a la vida espa?ola, al no estar sometido a ning¨²n tipo de control legal o pol¨ªtico, y se pondr¨ªa de manifiesto tanto en el comportamiento del Gobierno como en el del mundo financiero o el de los medios de comunicaci¨®n.
No niego que este ¨²ltimo aspecto ha multiplicado mi curiosidad por el tema, dado que EL PA?S y su empresa son se?alados abiertamente, en la mayor¨ªa de los casos, como "la punta del ice berg" de semejante conspiraci¨®n. Resultan, por lo mismo, objetivos a destruir en esta nueva cruzada de nuestra historia civil, dispuestos como est¨¢n sus adalides a demostrar a cualquier precio la muerte de la democracia a manos de Felipe Gonz¨¢lez y de Jes¨²s Polanco, de quienes se ha llegado a escribir que tanto montan, y que son presentados como genuinos enemigos de las libertades de los espa?oles. Que acusaciones tan gruesas se hagan desde tribunas conocidas por su apego al oscurantismo y su nulo compromiso con la democracia poco importa. Mucho menos interesa todav¨ªa la contribuci¨®n objetiva que esta casa o determinados partidos pol¨ªticos, como la UCD y el socialista, hicieron en su d¨ªa al establecimiento y consolidaci¨®n de la actual monarqu¨ªa parlamentaria. La derecha se encarga de recordamos que Franco es un fantasma del pasado del que ya no se siente culpable. Pero, por lo mismo, es preciso descubrir la manipulaci¨®n interesada de estos an¨¢lisis, y los motivos nada altruistas sobre los que se construyen.
El descubrimiento, que se presenta como novedad intelectual, de la existencia de un "sistema" de poderes que trasciende a las instituciones es de una obviedad tan bochornosa que cabe preguntarse sobre si el autor de la teor¨ªa ser¨¢ un ignorante -lo que parece improbable- o s¨®lo un c¨ªnico. La presencia de los llamados poderes f¨¢cticos en todas las sociedades, y de lo que ha dado en denominarse el establishment, ha sido materia tan frecuente de estudio que enrojece la pretensi¨®n de denunciarla ahora como si se tratara de una primicia filos¨®fica. La tendencia a adjudicar a ese establishment un comportamiento conspiratorio permanente, cuya demostraci¨®n ser¨ªan las funestas consecuencias sufridas por quienes no se avienen a sus reglas, pertenece tambi¨¦n a lo m¨¢s granado de la tradici¨®n period¨ªstica y est¨¢ en la base de un buen n¨²mero de guiones de Hollywood. Pero la aseveraci¨®n de que las instituciones democr¨¢ticas est¨¢n secuestradas por esa conspiraci¨®n y son inanes e inermes frente a las fuerzas de la misma recuerda demasiado a las argumentaciones totalitarias de aquellos individuos empe?ados en el anhelo de un orden social perfecto, imposible de conseguir si no son precisamente ellos quienes lo rigen.
En este punto, averg¨¹enza comprobar que es todav¨ªa necesario repetir la m¨¢s simple de las meditaciones sobre la democracia, aquella que la describe como "el menos malo de los reg¨ªmenes conocidos". Las instituciones de los pa¨ªses libres no evitan per se la existencia de mafias, entre las que es necesario incluir las de los financieros y periodistas corruptos, ni anulan la operatividad de poderosos centros de influencia. Simplemente, tratan de garantizar unas m¨ªnimas reglas aceptables por todos que permitan solucionar los conflictos con la menor apelaci¨®n posible a la violencia.
En Espa?a, por el momento, y para desgracia de los charlatanes que se empe?an en que "esto no es una democracia'." seguimos teniendo elecciones peri¨®dicas -cuya limpieza no ha sido puesta seriamente en duda por nadie- y, que yo sepa, los ciudadanos son libres de escribir y leer lo que deseen. Hasta el punto de que nuestro marco de convivencia permite la publicaci¨®n de diarios golpistas o de portavoces del terrorismo etarra, lo mismo que la venta de libelos con aspecto de libro y la degradaci¨®n de las ondas a base de la emisi¨®n de nader¨ªas engoladas, que nadie es obligado a pronunciar, ni mucho menos nadie compelido a o¨ªr. Un r¨¦gimen as¨ª, que garantiza la pluralidad a veces hasta l¨ªmites extravagantes, podr¨¢ ser acusado de cualquier cosa menos de conspiratorio y, desde luego, cumple con creces los requisitos de la democracia, que, hoy por hoy, sigue siendo el verdadero sistema que nos rige. De modo que, por ejemplo, las comparaciones de Felipe Gonz¨¢lez con Franco, adem¨¢s de obscenas, son est¨²pidas y resultan el mejor camino para perpetuar a aqu¨¦l en el poder, porque deforman el di¨¢logo pol¨ªtico hasta el rid¨ªculo y ponen en evidencia la debilidad dial¨¦ctica de sus oponentes.
Entre los libros que comento se encuentra el de un periodista al que desped¨ª de EL PA?S, en mi ¨¦poca de director, porque public¨® a sabiendas una noticia falsa que, adem¨¢s, beneficiaba los intereses de un sujeto tan digno de atenci¨®n como Javier de la Rosa. En su obra se recogen un buen n¨²mero de encuentros y conversaciones entre Mario Conde y Jes¨²s Polanco, a gran parte de los cuales he tenido oportunidad de asistir por razones profesionales. El autor acierta en algunas cosas, pero, en su conjunto, la descripci¨®n y an¨¢lisis de los hechos que cuenta se ajustan muy poco a la realidad, al menos tal y como yo la viv¨ª. Son conversaciones en las que est¨¢bamos presentes tres o cuatro personas, y, desde luego, ni Polanco ni yo hemos sido preguntados, "chequeados", como se dice en el argot, sobre la veracidad de lo que all¨ª se escribe, lo que demuestra que el otro interlocutor ha hecho uso -a mi parecer abusivo- de conversaciones personales, tergivers¨¢ndolas, manipul¨¢ndolas -¨¦l o su escribiente- y maquill¨¢ndolas, naturalmente, a su favor. No s¨¦ si Una manera de derribar ese siniestro "sistema" contra el que nos ponen en guardia es saltarse a la torera cualquier norma de decencia. Pero es evidente que lo que interesa al autor del libro no es la verdad de lo que narra, sino su eventual verosimilitud como demostraci¨®n de sus hip¨®tesis.
La mayor¨ªa de estas cosas se escriben, al margen todo empe?o de honestidad profesional, por exclusivos motivos personales, desde guerras comerciales hasta venganzas entre antiguos amigos, pasando por delirios de la raz¨®n y unas cuantas borracheras de vanidad o de alcohol, seg¨²n los casos. O sea, que estas gentes que empu?an la pluma como si fuera una brocha o un garrote s¨®lo tratan de practicar un ajuste de cuentas. Cualquier m¨¦todo parece bueno a la hora de desacreditar al opositor en pol¨ªtica o al competidor en el mercado, y no se para en mientes ante la injuria, el enga?o o la mentira.
El silencio es, desde luego, la tentaci¨®n humilde de quien se sienta agredido con tales maniobras. Pero conviene advertir que, por muchos libros de este g¨¦nero que se escriban, los hechos seguir¨¢n siendo tan testarudos como siempre. Los problemas de Espa?a no se resumen tanto en la existencia de un "sistema" inasible y siniestro que gobierna nuestras vidas como en la impunidad con la que circulan por ellas determinados p¨ªcaros. La colecci¨®n de mentiras encuadernadas con que ruidosamente se han presentado ahora no es sino una constataci¨®n m¨¢s a este respecto.
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