?Qu¨¦ es Espa?a?
Hace unos d¨ªas, el dibujante M¨¢ximo tuvo en estas mismas p¨¢ginas la amistosa ocurrencia de atribuirme una interrogaci¨®n y una respuesta. La interrogaci¨®n: "?Qu¨¦ es Espa?a?". La respuesta: "El que la pregunta subsista indica que no se sabe lo que es".Impl¨ªcita en la "pol¨¦mica de la ciencia espa?ola", expl¨ªcita en la generaci¨®n del 98, tal pregunta cobr¨® expresi¨®n majestuosa y dolorida en este p¨¢rrafo de Ortega: "Dios m¨ªo, ?qu¨¦ es Espa?a? En la anchura del orbe, en medio de las razas innumerables, perdida entre el ayer ilimitado y el ma?ana sin fin, bajo la frialdad inmensa y c¨®smica del parpadeo astral, ?qu¨¦ es esta Espa?a, este promontorio espiritual de Europa, esta como proa del alma continental?". Cuando escribi¨® tan menesterosas palabras, Ortega sab¨ªa muy bien lo que en el pasado hab¨ªa sido Espa?a, ve¨ªa lo que ante sus ojos estaba siendo, aquella Espa?a menguada y desunida, y proyectaba -o so?aba- lo que Espa?a pod¨ªa ser, puesta seriamente en la faena de conseguirlo. Y desde entonces...
Lo que desde entonces ha sucedido puede resumirse en la frase siguiente: pese a lo que el propio Ortega dijo e hizo y a lo que dijeron e hicieron los que con ¨¦l estaban, su hermoso y generoso proyecto-sue?o no ha sido realizado. Espa?a no ha llegado a ser de modo satisfactorio el "sugestivo proyecto de vida en com¨²n" en que -seg¨²n el propio Ortega- debe tener fundamento la convivencia nacional. La quiebra del sistema pol¨ªtico de la Restauraci¨®n (1917-1923), la Dictadura de Primo de Rivera (1923-1930), el por desgracia fracasado intento de la II Rep¨²blica (1931-1936) y la Espa?a de los vencedores en la guerra civil (1939-1975) son otras, tantas etapas del triste destino que durante m¨¢s de medio siglo iba a conocer ese permanente ideal. ?Lo es, tambi¨¦n, la transcurrida desde esa ¨²ltima fecha?
Hace como cinco lustros -todav¨ªa, por tanto, en pleno franquismo- propuse ver en el patente o soterrado conflicto que en los siglos XIX y XX ha sido la vida espa?ola hasta cuatro motivos principales: la radicalidad en el modo de vivir la discrepancia religioso-ideol¨®gica; una desigualdad socioecon¨®mica capaz de provocar estallidos violentos; la paulatina conversi¨®n de los regionalismos en nacionalismos; el rudo contraste entre las formas de vida m¨¢s o menos arcaicas de muchos espa?oles rurales y las m¨¢s o menos actualizadas de no pocos espa?oles urbanos. Sin resolver aceptablemente esas cuatro tensiones internas de nuestra convivencia social, la vida hist¨®rica de Espa?a no podr¨ªa ser nunca un sugestivo proyecto de la vida en com¨²n. ?Iba a serlo despu¨¦s de 1975?
Vayamos por partes. La tremenda experiencia de la guerra civil ha servido, al menos, para que las discrepancias de orden religioso e ideol¨®gico, ineludibles en toda sociedad civil, perdieran la desmesura anterior a ellas. Aunque las diferencias de orden socioecon¨®mico siguen siendo grandes -paro, bolsas de miseria, gente guapa-, algo se han atenuado; en cualquier caso, obreros y empresarios no quieren renunciar al di¨¢logo entre ellos. A la vez, el pantal¨®n vaquero, la discoteca, la televisi¨®n y acaso el wonderbra homologan en buena medida la poblaci¨®n rural y la urbana.
P¨¢rrafo aparte merece el problema dimanante de nuestra interna diversidad. Mal resuelto durante la etapa parlamentaria de la Restauraci¨®n, torpemente tratado por la Dictadura de Primo de Rivera, impedida su posible resoluci¨®n por la brevedad de la II Rep¨²blica, torp¨ªsimamente desconocido o pisoteado por el franquismo, pareci¨® que con la proclamaci¨®n constitucional de "Estado de las autonom¨ªas" como modelo de nuestra convivencia pol¨ªtica ¨ªbamos a movernos hacia su definitivo ocaso. No ha sido as¨ª. ?Por qu¨¦?
A mi modo de ver, porque no se ha cumplido de manera adecuada algo que. el texto constitucional t¨¢citamente exige: una declaraci¨®n bien pensada y bien articulada de lo que hab¨ªa de dar unidad pol¨ªtica y cultural a la suma de las diversas y deseables autonom¨ªas territoriales emergentes de ese texto. La Constituci¨®n establec¨ªa como principio constitutivo de Espa?a la estructura auton¨®mica de su realidad; y puesto que en la estructura el todo es m¨¢s que la suma de las partes -en esto se diferencia de la mezcla y del mont¨®n-, era necesario indicar con cierta precisi¨®n la posible y deseable consistencia del todo que realmente es Espa?a, si no se la quiere ver como mezcla o mont¨®n de entidades hist¨®ricas radicalmente distintas entre s¨ª. A lo largo de 15 a?os, las comunidades aut¨®nomas han ido afirmando y reclamando, tal como ellas los entienden, sus respectivos derechos, nunca sus respectivos deberes en tanto que partes solidarias de un todo. Que yo recuerde, ninguno de los Gobiernos centrales ulteriores a 1975 ha dicho con la necesaria explicitud c¨®mo ha de ser entendida esa base unitaria de la pluralidad auton¨®mica para que un proyecto de vida hist¨®rica en com¨²n sea al fin posible y comience a ser real entre los espa?oles.
Podr¨¢n decir los sucesivos miembros de esos Gobiernos que hay una moneda com¨²n, un c¨®digo civil com¨²n, un ej¨¦rcito com¨²n, una red ferroviaria com¨²n, etc¨¦tera. Por el momento -s¨®lo por el momento-, todo eso es tan necesario como cierto. Pero siendo necesario, no es por s¨ª solo suficiente, porque esas realidades y las que a ellas sean agregadas no constituyen un proyecto (le vida en com¨²n m¨ªnimamente sugestivo, son tan s¨®lo los intrumentos que har¨¢n posible, cuando exista, su efectiva realizaci¨®n.
Para m¨ª, reiteradamente lo he dicho, la necesaria unidad y la innegable diversidad de la existencia hist¨®rica de Espa?a -"una y diversa Espa?a" es mi f¨®rmula- exigen el cumplimiento de un doble requisito: uno de hecho, admitir que en Espa?a coexisten y deben coexistir la lengua y la cultura comunes a todos los espa?oles y las lenguas y las culturas que componen nuestra diversidad; otro de intenci¨®n, lograr que tal admisi¨®n sea generalmente aceptada sin mutuo recelo, m¨¢s a¨²n, con buena voluntad. El Gobierno central no puede, como es obvio, imponer esa buena voluntad, pero s¨ª hacer lo posible para que se produzca; debe, y con obligaci¨®n grave, establecer las reglas de juego para que la vigencia de la lengua y la cultura comunes sea aceptada y real. Por su parte, los Gobiernos auton¨®micos deber¨¢n mostrar con su conducta que el ejercicio constitucional de la autonom¨ªa no s¨®lo consiste en autoafirmarse y en exigir competencias, y que ese ejercicio nunca ser¨¢ un primer paso para evitar el desgarramiento de Espa?a si no lleva consigo la admisi¨®n de que antes habl¨¦ y la extensi¨®n de ella entre los habitantes de sus respectivos territorios.
Tal como yo la veo -?ingenuamente?-, ¨¦sta debe ser la meta de la convivencia espa?ola y ¨¦sta es la primera conditio sine qua non para su efectivo logro: que la lengua y la cultura de los catalanes, los gallegos y los vascos sean primariamente suyas para los que en el catal¨¢n, en el gallego y en el euskera tengan su lengua y su cultura maternas, pero que, a la vez, consi
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?Qu¨¦ es Espa?a?
Viene de la p¨¢gina anteriorderen tambi¨¦n suyas la lengua y la cultura castellanas; que, los castellanohablantes en Catalu?a, Galicia y Euskadi sientan como primariamente suyas la lengua y la cultura castellanas, pero como tambi¨¦n suyas la lengua y la cultura de la comunidad aut¨®noma en que residen: que en cada uno de los niveles de la educaci¨®n, los restantes espa?oles sean educados para el conocimiento y la estimaci¨®n de las culturas que con la com¨²n forman la total y unitaria cultura espa?ola. Con buena voluntad, todo ello ser¨ªa f¨¢cilmente alcanzable. ?ste es, sin embargo, el verdadero problema. Porque ?podr¨¢ realmente alcanzarse la existencia de la buena voluntad?
Me limitar¨¦ al caso de Catalu?a y al de Euskadi. La televisi¨®n nos hace ver y o¨ªr c¨®mo los catalanes Pujol y Roca y c¨®mo los vascos Ardanza y Arzalluz hablan con perfecci¨®n el castellano, y a veces con elocuencia. No puedo admitir, en consecuencia, que no empleen el castellano como lengua tambi¨¦n suya, y que, a trav¨¦s de ella, como tambi¨¦n suya consideren la cultura en ella expresada; cultura que, con cuantas deficiencias se quiera, s¨®lo como un tesoro puede ser vista. Pues bien: ?por qu¨¦ los catalanes Pujol y Roca y los vascos Ardanza y Arzalluz pueden no querer que sus nietos y sus bisnietos hablen y escriban como ellos tanto su respectiva lengua vern¨¢cula como -a la vez- la castellana, y que consiguientemente conozcan y estimen la cultura que se ha expresado en ella? ?Por qu¨¦, pues, no ponen los medios necesarios para que as¨ª suceda? Conocer la lengua y la cultura comunes a todos los espa?oles ?impidi¨® a Verdaguer y Maragall, a Riba y Camer, a Foix y Manent, a Pla y Espriu escribir como escribieron y ser tan catalanes como fueron?
Bien s¨¦ que en la Catalu?a actual todav¨ªa no existe lo que temo. Peri¨®dicos, y editoriales que son honra de Espa?a entera, y -con ellos- la excelente pl¨¦yade de narradores, articulistas y docentes que saben conciliar su amor a Catalu?a con el buen uso del castellano, d¨ªa a d¨ªa lo impiden. Admito, incluso, que el empleo del castellano como lengua instrumental -esto es: como recurso para la relaci¨®n coloquial con madrile?os, aragoneses, andaluces, gallegos y vascos- perdurar¨¢ en Catalu?a, mientras no se impongan' los independentistas. Pero si no se cumplen con buena voluntad los requisitos antes apuntados, no puedo eludir este temor: que los nietos y los bisnietos de Pujol y Roca, e incluso los nietos y los bisnietos de Ardanza y de Arzalluz, vean como ajenas, como no suyas, la lengua y la cultura castellanas. Y si ese temor no es compartido por quienes central y auton¨®micamente dirigen nuestros destinos, y unos y otros no hacen lo posible para convertirlo en esperanza, acaso dentro de un siglo -ma?ana, como quien dice- haya que contestar a la pregunta con que M¨¢ximo acaba de distinguirme diciendo: "Mire, amigo: yo s¨®lo puedo decirle c¨®mo era Espa?a y lo que Espa?a pudo ser y no fue",.
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