Del adosado como arma
Secreto tras la puerta, una pel¨ªcula de Fritz Lang, propone el personaje de un arquitecto que colecciona habitaciones en el convencimiento de que los espacios propician lo que va a suceder en ellos. Como desde ni?o comparto esta misma superstici¨®n, me desvelo pensando qu¨¦ nos va a ocurrir en Madrid en el futuro.Pues no s¨¦ si muchos han visto que en estos a?os, justo en estos a?os, se est¨¢ creando, m¨¢s a¨²n, sentenciando, una ciudad que multiplicar¨¢ tres o cuatro veces la superficie de la que conocemos ahora mismo, y que muy probablemente ser¨¢ la definitiva, pues dudo que crezca m¨¢s all¨¢: una vez alcanzado ese borroso per¨ªmetro, Madrid ser¨¢ una ciudad inviable, como ya lo son hoy d¨ªa M¨¦xico, El Cairo, Los ?ngeles y Londres: viviremos en barrios del tama?o de Pamplona y maldeciremos el d¨ªa en que tengamos que viajar, pongamos por caso, a Cibeles, pues eso nos supondr¨¢ m¨¢s tiempo que ir a Salamanca y casi que a Valladolid. Igual que los habitantes de aquellas megal¨®polis, aunque no siempre de gullivers malditos por el gigantismo. "Vivir en M¨¦xico, simplemente existir, es ya un trabajo de medio tiempo", dice un amigo m¨ªo del Distrito Federal que, por lo dem¨¢s, jam¨¢s visita el centro de su ciudad.
No tengo idea -o mejor dicho la tengo, pero es larga, y me aburre- de la raz¨®n por la cual los espa?oles en general y los madrile?os en muy particular se han transformado en no m¨¢s de veinte a?os de t¨ªpicos urbanistas europeos en anglosajones aficionados a la jardiner¨ªa. Supongo que las pel¨ªculas de la Gran V¨ªa que idealizan a gente como Pedro Picapiedra y series de televisi¨®n como El pr¨ªncipe de Bel Air o Sensaci¨®n de vivir tienen algo que ver en ello. Sin entrar en juicios, no deja de ser fascinante recordar, aunque sea un poco, lo que era este pa¨ªs anteayer -basta con tener 40 a?os-, y entrar un domingo por sorpresa en cualquiera de las tropecientas urbanizaciones de chal¨¦s adosados que se van multiplicando a ambos lados de las autov¨ªas de Madrid como si los coches que circulan por ¨¦stas fuesen en realidad polen reproductor.
Esta no es a?oranza, quede claro: cada cual es libre de transformarse en jardinero y hasta en int¨¦rprete de flauta travesera si as¨ª se lo pide el esp¨ªritu y decide obedecer a la propaganda del para¨ªso con que nos saturan (impunemente) los buzones. Lo que ocurre es que, aunque se nos haya olvidado o no quede hoy bien decirlo, la ciudad es de todos y lo que es de todos debiera ser antes discutido y eventualmente sometido a votaci¨®n y a concurso p¨²blico. En esta ciudad ya 'hay gente que habla y hace sus c¨¢lculos en torno a un segundo centro de Madrid en El Escorial -es m¨¢s: hace tiempo ya que la carretera de La Coru?a va adquiriendo el sospechoso aspecto de una Castellana de segunda, incluidas las oficinas y los bancos-, y ¨¦sta es la hora en que nadie ha levantado la mano para exponer qu¨¦ tipo de ciudad le gustar¨ªa tener. Lo mismo pas¨¦ en Barcelona y, pobrecillos, cuando se quisieron dar cuenta, tres o cuatro genios, ni uno m¨¢s, les hab¨ªan dejado la Villa Ol¨ªmpica convertida en lo que se la han dejado convertida: una especie de cl¨ªnica posmoderna (incluyendo dos torres tipo ciudad sanitaria) refulgiendo con todas sus l¨ªneas puras bajo el sol mediterr¨¢neo, que todav¨ªa no entiende qu¨¦ es lo que le han propuesto. Los responsables, maestros de ret¨®rica como suele ser el caso, han tardado, sin embargo, a?os y empleado much¨ªsima saliva para convencer a los barceloneses de que compren unos pisos... ?Con el mar a no m¨¢s de doscientos metros!. Y no estoy seguro de que los hayan terminado de vender.
?ste es el asunto: si alguien no lo remedia dentro de no mucho esta ciudad tendr¨¢ bastante m¨¢s que ver con Los ?ngeles, o lo que es peor, con Marbella, que con el Madrid que conocemos, y con el agravante de que habr¨¢ sido dise?ada, no por Miguel Angel desde luego, ni siquiera por los genios de la Villa Ol¨ªmpica, sino por constructores no forzosamente especialistas en est¨¦tica como debi¨¦ramos saber despu¨¦s de un siglo de fechor¨ªas, que una vez se hicieron con un plano piloto de un arquitecto paralelep¨ªpedo y, como ya puede verlo quien quiera quitarse la venda de los ojos, son capaces de repetirlo en l¨ªnea recta y sin cambiar una ventana hasta llegar a La Coru?a. No es que me importe mucho que nos sigamos pareciendo o no a un Madrid ya considerablemente atrofiado por la especulaci¨®n, pero s¨ª me importa -mucho: me alarma- que esa macrociudad definitiva a la que parecemos condenados sea dise?ada por sujetos de la misma especie que los que nos han legado, en los ¨²ltimos a?os, las innumerables joyas que todos sabemos: algunas de las colinas ya perpetradas de adosados parecen la perversa realizaci¨®n de una quinta columna con la misi¨®n de confundir al enemigo oblig¨¢ndole a vivir en la m¨¢s mediocre fealdad, la fealdad con pretensiones, antes de proceder a la invasi¨®n.
S¨¦ que a muchos extra?ar¨¢ esta alarma, pues a mi juicio todav¨ªa hay mucha confusi¨®n sobre lo que significa calidad de vida, mito moderno que como es notorio hace ya tiempo que subi¨® a los altares de la moderna religi¨®n. ?Qu¨¦ hay de malo en vivir en chal¨¦s adosados y que nuestros hijos anden por ah¨ª en bicicleta, y reunirse los de la urbanizaci¨®n a echar una partida o ver el f¨²tbol el s¨¢bado por la noche, y poder ir al supermercado en ch¨¢ndal, y al multicine de la esquina (pronto entraremos en coche), y relajarse cortando el c¨¦sped, y vivir en casitas, todas iguales, por cierto, pero en contacto con la tierra y con el cielo, y ... ?
?Ven? Como muy bien intuy¨® Fritz Lang, no s¨®lo los escenarios propician lo que ocurrir¨¢ en ellos, incluidos los cr¨ªmenes. Es que, si se les deja, pueden llegar a proporcionar las coartadas.
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