Una lectura ins¨®lita del 'Contrato social'
Hace d¨ªas cay¨® por casualidad en mis manos cierto art¨ªculo publicado recientemente por un tal J. Agirre en la revista Herria 2000 Eliza, una publicaci¨®n representativa de ese esp¨ªritu nacionalcat¨®lico y montaraz que sigue caracterizando a un sector significativo de la sociedad y de la Iglesia vasca. Conforme avanzaba en su lectura crec¨ªa mi perplejidad. ?Hab¨ªa realmente escrito su autor en serio tales sinrazones o se trataba m¨¢s bien de una caricatura deliberadamente grotesca, de un ir¨®nico sarcasmo destinado a criticar solapadamente las posiciones fundamentalistas que aparentemente defend¨ªa? Finalmente tuve que rendirme ante la evidencia: lo que ten¨ªa ante mis ojos no era una velada burla ni un ejercicio de estilo, sino una defensa en toda regla de la legitimidad del terrorismo de ETA basada en la aplicaci¨®n al caso de los principios pol¨ªticos del Contrato social de Rousseau. El art¨ªculo estaba escrito con ese lenguaje ampuloso y categ¨®rico, con esa l¨®gica ciega, cerrada y "coherente" que caracteriza al sectarismo m¨¢s extremo.Record¨¦ entonces que all¨¢ por 1788, otro Aguirre, un militar ilustrado originario de Mungu¨ªa (Vizcaya), public¨® en el Correo de los Ciegos de Madrid cierto discurso en el que trataba de convencer a sus lectores dieciochescos de que el fuero medieval de Vizcaya fue en su origen nada menos que un aut¨¦ntico contrato social "democr¨¢tico" similar al descrito por el ginebrino en su c¨¦lebre ensayo. ?Curiosa afici¨®n, pens¨¦, la de algunos vascos a hacer mangas y capirotes con las ideas de Rousseau para bendecir con su hisopo las cosas del pa¨ªs! No es ¨¦ste el lugar adecuado para exponer al detalle los motivos del Aguirre ilustrado; baste decir que a fines del XVIII, Rousseau estaba de moda en los medios intelectuales espa?oles m¨¢s avanzados y la aplicaci¨®n de tal hermen¨¦utica a la legislaci¨®n vizca¨ªna de antiguo r¨¦gimen supuso, para las instituciones provinciales un inesperado respaldo en los ambientes preliberales (una interpretaci¨®n que, por cierto, iba a complicar con el tiempo la implantaci¨®n del nuevo r¨¦gimen constitucional).
En cuanto al Agirre contempor¨¢neo, el antiflustrado, creo que no es dif¨ªcil conjeturar las razones de fondo que han podido moverle a ese descabellado intento de enrolar por la fuerza al citoyen vertueux Jean-Jacques al servicio de una causa tan abyecta: perdidos sus principales apoyos ideol¨®gicos, el nacionalismo vasco radical busca con urgencia en todas direcciones nuevos puntos de referencia te¨®ricos. Pero antes de examinar este proceso un poco m¨¢s de cerca, perm¨ªtame el lector que le resuma el contenido del art¨ªculo. Citando reiteradamente a Rousseau y a Badiou, nuestro antifil¨®sofo sostiene que toda pol¨ªtica verdadera supone un "proceso de fidelidad a una fundaci¨®n original", esto es, al trascendental pacto social que da paso a una comunidad un¨¢nime dirigida por un legislador infalible. Ahora bien, en el Pa¨ªs Vasco, que durante el franquismo se encontraba todav¨ªa en "estado de naturaleza", la aparici¨®n de ETA vino a sellar ese pacto fundacional. El pueblo vasco -uno e indivisible- es, pues, obra de ETA, y desde ese momento inaugural esta siniestra mafia ostenta leg¨ªtimamente el puesto de legislador-vanguardia para conducir al Pueblo Trabajador Vasco (PTV) hacia la total 1iberaci¨®n nacional y social de Euskal Herria". La voluntad general infalible que encama la banda terrorista s¨®lo deja fuera del pueblo a unos cuantos d¨ªscolos que, por definici¨®n, son "infieles" (sic), "oponentes puramente exteriores al cuerpo pol¨ªtico y extranjeros entre los ciudadanos". Claro que, siempre seg¨²n el discurso teol¨®gico pol¨ªtico de Agirre, tampoco es cuesti¨®n, de preocuparse demasiado por el hecho de que estos recalcitrantes lleguen a rondar el 90% de la ciudadan¨ªa, dado que no se trata de "un juego de mayor¨ªas y minor¨ªas": "Lo importante no es el n¨²mero de votantes a favor o en contra, sino si la propuesta es coherente con la fidelidad al movimiento". Se refiere al inevitable MLNV, definido por el mismo autor como la "expresi¨®n hist¨®rica del pueblo" -con quien en realidad se identifica, puesto que los ¨²nicos ciudadanos de tan selecto pueblo son los militantes de dicho movimiento, depositario de una "verdad infinita" (sic). Por lo dem¨¢s, ETA no s¨®lo ostenta la legitimidad basada en ese singular "contrato" fundador del pueblo-partido ¨²nico: goza tambi¨¦n de un plus de legitimidad hist¨®rica, puesto que simboliza "la fidelidad al origen, al acontecimiento primigenio del hecho nacional encarnado en los nombres de Sabino Arana, las guerras carlistas y otros acontecimientos que forman parte del devenir de lo nacional".
Como era de esperar, en el rancio discurso sabiniano-roussoniano del ide¨®logo Agirre no hay lugar para el disenso, el parlamentarismo, el debate entre opiniones discordantes y otras zarandajas liberal-democr¨¢ticas. La democracia no es m¨¢s que una encubierta dictadura del n¨²mero (sic); Ahora bien, lo que verdaderamente necesita Euskadi en esta crucial coyuntura es "un jefe supremo que acalle todas las leyes" (se refiere, naturalmente, a una buena dictadura de las pistolas cuya autoridad competente -militar, por supuesto- sea capaz de neutralizar la peligrosa eventualidad de que "una colecci¨®n impresionante de infieles" -Agirre dixit- pudiera dar al traste con el objetivo supremo: la "salvaci¨®n de la patria"). Hasta aqu¨ª el alegato patri¨®tico agirreano.
Este asunto no pasar¨ªa de ser el simple desvar¨ªo de una mente ofuscada si no fuera porque esta clase de mensajes al¨²cinados se difunden sobre el tel¨®n de fondo de una sociedad desorientada como la vasca, que todav¨ªa no ha transitado hacia la plena normalizaci¨®n. Una sociedad pol¨ªticamente enferma y moralmente degradada Cuya minor¨ªa m¨¢s numerosa da su voto al PNV, un partido de "orden" que ha hecho del exabrupto, la irracionalidad y la desmesura los resortes favoritos para enardecimiento de su grey. Un grupo que, sin dejar de proclamarse democr¨¢tico, combina un discurso pragm¨¢tico con los viejos tics de la Espa?a negra y no duda en calificar de "enemigos" a sus adversarios pol¨ªticos democr¨¢ticos. Un partido, en fin, dirigido por demagogos que cuando no ha cen gala de su deslealtad a la Constituci¨®n o su legitimidad para "robar al Estado" sugieren que los presos de ETA no son delincuentes, o responsabilizan al feroz "nacionalismo espa?ol" de sus propias lacras.
?Qu¨¦ sucede entre tanto con los ide¨®logos org¨¢nicos del sector m¨¢s radical del nacionalismo? Desprestigiados y arrumbados muchos de los mentores de nuestros abertzales de anta?o -de Stalin a Mao, de Sartre a Fanon-, parece que los de hoy se han lanzado a una carrera enloquecida en busca de nuevos arsenales donde cargar sus armas ideol¨®gicas. Hu¨¦rfanos de coartadas, buscadores afanosos de espejos de cierto prestigio que les devuelvan una imagen presentable de s¨ª mismos (y al parecer remisos a reconocerse en sus verdaderos or¨ªgenes intelectuales: Larramendi, De Maistre, Zumalac¨¢rregui, Chaho, el cura Santa Cruz, Sabino Arana y dem¨¢s), los nuevos ide¨®logos rebuscan en todas direcciones cualquier material aprovechable. (Con ocasi¨®n del bicentenario de la Revoluci¨®n Francesa, mientras algunos intentaban ungir nuestro min¨²sculo -pero no por ello menos sanguinario-terror dom¨¦stico con el altisonante verbo de Robespierre, Saint-Just y el terror revolucionario, otros invocaban el pensamiento del mism¨ªsimo Gandhi para justificar los cr¨ªmenes de ETA.
Esta b¨²squeda, que no se para en barras, al parecer ha encontrado en las ambig¨¹edades de Rousseau y en sus cr¨ªticas a la modernidad uno de sus ¨²ltimos filones. El papel todo lo aguanta y el ciudadano de Ginebra no puede ya protestar. Pero, aunque el recurso a la infamia y la retorsi¨®n del lenguaje se han hecho tan habituales que han terminado por embotar el ¨¢nirno de muchos dem¨®cratas, tanto desprop¨®sito no deber¨ªa pasar sin r¨¦plica. No es preciso entrar en la espinosa pol¨¦mica acerca del grado de "responsabilidad" intelectual del ginebrino en los usos totalitarios que algunos (le sus ep¨ªgonos hicieron de su pensamiento para salir al paso de una manipulaci¨®n tan burda. Naturalmente, es f¨¢cil ver en el holismo del moi commun roussoniano uno de los motivos de la morbosa atracci¨®n que la figura de Jean-Jacques parece inspirar a algunos de esos "intelectuales" oficiantes en los altares del miedo, pose¨ªdos de un religioso horror hacia todo individualismo. El entourage izquierdista de nuestro terrorismo aldeano -afortunadamente, cada d¨ªa menos nutrido- aplaudir¨¢ seguramente con entusiasmo la ocurrencia de Agirre: no todos los d¨ªas se produce un fichaje con ese pedigr¨ª. ?Ah¨ª es nada, sentar a Rousseau en la Mesa Nacional de HB!
Doscientos a?os separan a M. de Aguirre de J. Agirre. El militar fuerista, pes¨¦ a que su esp¨ªritu cr¨ªtico flaquease m¨¢s de la cuenta cuando se trataba de su tierra natal, se nos antoja un personaje simp¨¢tico: fil¨¢ntropo preliberal y patriota (en el sentido antiguo del t¨¦rmino, reverdecido en el XVIII), desaprobar¨ªa sin duda los delirios milenaristas de su paisano de fines del siglo Y-X. Su mitolog¨ªa democr¨¢tico-foral -aunque a la larga pudo tener consecuencias menos inocuas de lo que a primera vista pudiera parecer- hoy nos parece candorosamente naif al lado del sombr¨ªo rebuzno agirreico. No estoy muy seguro de que, si Rousseau levantara la cabeza, diera su benepl¨¢cito a la interpretaci¨®n foralista del ilustrado vizca¨ªno. S¨ª lo estoy, en cambio, de su indignaci¨®n ante la grosera manipulaci¨®n del articulista abertzale: si alguien le dijese que en cierta publicaci¨®n espa?ola de inequ¨ªvoco tufillo clerical un oscuro publicista iba a servirse de sus conceptos para hacer la apolog¨ªa del fanatismo y el elogio de la violencia y la intolerancia, Jean-Jacques, que tanto admiraba a su amigo Altuna, montar¨ªa en c¨®lera y denunciar¨ªa con firmeza tama?a impostura. Y con toda raz¨®n. Como es sabido, Rousseau no era Voltaire ni Diderot; su posici¨®n ante las Luces no fue precisamente complaciente y su pensamiento parad¨®jico ha dado pie incluso a que se le haya podido acusar m¨¢s de una vez de profeta de la "democracia totalitaria". Pero todo tiene un l¨ªmite. ?Hasta ah¨ª pod¨ªamos llegar!
Javier Fern¨¢ndez Sebasti¨¢n es profesor titular de Historia del Pensamiento Pol¨ªtico en la Universidad del Pa¨ªs Vasco.
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