El Madrid da una lecci¨®n de estilo
El Atl¨¦tico fue inferior, pero se defendi¨® con orgullo y tenacidad
El cl¨¢sico lo gan¨® el Madrid que crece. Desde el s¨®tano ha vuelto un equipo que tiene grandeza y convicciones, que se ha elevado sobre la miseria rasante de las t¨¢cticas. Regresa a Chamart¨ªn el gusto por el f¨²tbol, por los detalles, por la autoridad. Y todo esto ocurre ante la emoci¨®n de una hinchada que tambi¨¦n hab¨ªa perdido la perspectiva. Crey¨® que sus mejores jugadores estaban perdidos para la causa, incapaces para llevar la bandera del juego grande. No es cierto: el Madrid dict¨® ayer una lecci¨®n de estilo ante el Atl¨¦tico, un equipo que tambi¨¦n sali¨® reivindicado. Sin el amparo del f¨²tbol, defendi¨® su suerte con orgullo y tenacidad. Quiz¨¢ sea el primer paso para su rehabilitaci¨®n definitiva.El f¨²tbol tuvo la virtud de superar la expectaci¨®n de una noche que ven¨ªa el¨¦ctrica. Cien mil almas se reunieron en Chamart¨ªn, entregadas desde horas antes a las emociones del juego. Hab¨ªa la atm¨®sfera de los partidos m¨¢s exigentes. Ocurre en estos casos que las condiciones del cl¨¢sico madrile?o obligan a un juego m¨¢s intenso que brillante. As¨ª ha sido siempre. La tensi¨®n, el miedo a la gran responsabilidad, todos esos detalles que aparecen en la vieja pugna de vecinos, acostumbran a desdibujar el f¨²tbol y favorecer el triunfo del temperamento. Esta vez, no. El juego alcanz¨® una altura excepcional, sometido al dictado de la clase de Redondo, Michel, Quique o Laudrup y al esp¨ªritu inquebrantable de Simeone o Manolo. Unos tuvieron el estilo y otros la fe de los resistentes. Triunf¨® el estilo, el talento del Madrid, un equipo que definitivamente ha tomado el vuelo que le ha faltado en los ¨²ltimos a?os.
D'Alessandro se hab¨ªa mostrado un tanto ambiguo sobre sus planes. Mucho antes hab¨ªa comentado que el Madrid era el de siempre, m¨¢s Laudrup, y que ten¨ªa un ant¨ªdoto. El contraveneno previsto fue Soler. Es decir, un marcaje individual a la vieja usanza: el mejor de los vuestros por el peor de los nuestros. La decisi¨®n fue inoperante. El Madrid es m¨¢s que Laudrup. En realidad, el partido sirvi¨® para confirmar la jerarqu¨ªa del equipo de Valdano y para ofrecer el mejor Laudrup posible. El jugador dan¨¦s, que hab¨ªa enfermado de brillantez en los ¨²ltimos partidos, escogi¨® esta vez los sitios adecuados para jugar y matar por ese lado, la ecuaci¨®n de D'Alessandro fue un fracaso. Pero la posici¨®n del t¨¦cnico del Atl¨¦tico era dif¨ªcil. Ven¨ªa a recoger un equipo desbordado por los acontecimientos y su terapia estuvo m¨¢s dirigida a reforzar el ¨¢nimo de sus jugadores que a promover grandes variantes t¨¢cticas. En ese aspecto tuvo ¨¦xito. A pesar de la abrumadora superioridad del Madrid, el Atl¨¦tico muri¨® de pie.
Del partido sali¨® un gran Madrid. La pureza de un f¨²tbol fue casi cristalina. All¨ª hab¨ªa un equipo reconocible, dispuesto a llevar su compromiso por el estilo hasta el final. No hubo ninguna concesi¨®n al brochazo ni a la especulaci¨®n. Y esta vez, uni¨® la contundencia a la brillantez, una suma inalcanzable para el Atl¨¦tico de Madrid. Se reunieron todos los mejores y sacaron sus mejores artes. El h¨¦roe fue Redondo, que marc¨® muy pronto la divisoria entre los buenos jugadores y los futbolistas que conquistan los partidos pero el partido dej¨® para el recuerdo la enorme categor¨ªa de Quique con la pelota y sin ella, el poder desequilibrante de Laudrup y la destreza de Michel, imponente en varias fases. Y claro, Ra¨²l.
El chico apareci¨® tres veces, todas decisivas en la suerte del partido. Estamos ante un delantero lleno de instinto y gol, uno de esos futbolistas que provocan la esperanza en el futuro del f¨²tbol espa?ol. Ra¨²l se fabric¨® el primer gol con un penalti que levant¨® divisi¨®n de opiniones. El segundo fue punto por punto el mismo de Zaragoza. Fue un saque r¨¢pido y habilidoso de Buyo, que busc¨® la carrera de Ra¨²l. Enganch¨® la pelota en el medio campo, meti¨® el molinillo hasta alcanzar el lateral del ¨¢rea y desde all¨ª sac¨® el centro perfecto, un pastel para un cabeceador, como Zamorano. El tercero fue un modelo de precisi¨®n. Naci¨® de una de las incontables intercepciones de Quique, de la carrera zigzagueante de Laudrup -el bal¨®n en un pie, el ojo en un lado y el pase en el otro-, y el remate tremendo, a un toque, de Ra¨²l. Lo hizo un ni?o con la entereza de un hombre. No le impresion¨® el estadio, los cien mil espectadores, la pasi¨®n del partido y su inexperiencia. Parec¨ªa un futbolista de toda la vida, que ha vivido mil batallas con el Madrid, y todo lo que significa: la historia y la m¨¢xima exigencia.
La expulsi¨®n de Kiko, producida a medias por la habilidad de Buyo y la ingenuidad del delantero, ahond¨® m¨¢s las diferencias. El Madrid cogi¨® el bal¨®n y se lo llev¨® a casa. En medio del paisaje, se alz¨® la figura de Redondo, un futbolista con clase, car¨¢cter, oficio y capacidad de liderazgo. Lo que necesitaba un equipo que hab¨ªa perdido rango y prestigio en las ¨²ltimas temporadas. Al final, el f¨²tbol tambi¨¦n es una cuesti¨®n de rango, de vuelo. Y Redondo lo tiene.
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