Fabular el pasado
Cada vez que un aniversario o la aparici¨®n de un nuevo libro trae al debate p¨²blico la figura y el significado hist¨®rico de Don Juan de Borb¨®n, se repite como en un disco rayado la tesis de que en su persona radicaba la titularidad de los derechos din¨¢sticos y que s¨®lo tras su renuncia la actual monarqu¨ªa gozar¨ªa de plena legitimidad. Olvidadizos de la historia, quienes mantienen esas tesis no recuerdan que la legitimidad hist¨®rica de la monarqu¨ªa espa?ola se quebr¨® sin remedio un d¨ªa de septiembre de 1923 cuando el rey Alfonso XIII, vulnerando la Constituci¨®n vigente desde 1876, convalid¨®, si es que no lo hab¨ªa alentado, el golpe de Estado del general Primo de Rivera.En su abrazo a un general golpista, Alfonso XIII culminaba, por lo dem¨¢s, una l¨ªnea de actuaci¨®n tradicional en la Corona: Fernando VII viol¨®, despu¨¦s de jurarla, la Constituci¨®n de C¨¢diz y su hija Isabel II nunca mostr¨® respeto alguno por las reglas de juego establecidas en la Constituci¨®n que ella misma dio a su reinado. En 1931, agotadas las ya menguadas reservas de legitimidad que pudieran quedarle a la monarqu¨ªa, la proclamaci¨®n de la Rep¨²blica no dej¨® al rey Alfonso la ocasi¨®n de mostrar esa generosidad y amor a la patria que habitualmente se le supone: el del exilio era el ¨²nico camino que le quedaba abierto, como lo hab¨ªa sido sesenta a?os antes para su augusta abuela.
Si la Rep¨²blica no hubiera sufrido el asalto de sus enemigos, si el Ej¨¦rcito espa?ol hubiera permanecido en su totalidad fiel al r¨¦gimen que hab¨ªa jurado defender, no quedar¨ªa de la monarqu¨ªa m¨¢s que el recuerdo. Las cosas no fueron as¨ª y una sangrienta guerra civil se llev¨® por delante la primera democracia de nuestro siglo y dej¨® para el futuro a la monarqu¨ªa "vinculada con el alzamiento del 18 de julio de 1936", como proclamaba enf¨¢ticamente don Juan en una carta dirigida a Franco en fecha tan tard¨ªa como julio de 1961, felicit¨¢ndole 25 a?os despu¨¦s por una rebeli¨®n sin la cual, en palabras del mismo don Juan, "nuestra Instituci¨®n secular dif¨ªcilmente hubiera podido salvarse".
De manera que, a este respecto, tanta legitimidad ten¨ªa don Juan como su hijo, o sea, ninguna. Para que la nueva forma de Estado gozara de legitimidad deb¨ªa basarse en un nuevo pacto social y pol¨ªtico cuyo objeto fuera, m¨¢s que restaurar la monarqu¨ªa, instaurar la democracia. Y en ese pacto quien desempe?¨® un papel fundamental no fue don Juan sino don Juan Carlos, ¨²nico rey de la Casa de Borb¨®n que ha jurado una Constituci¨®n democr¨¢tica y que la ha defendido en momentos de peligro. Don Juan Carlos es rey leg¨ªtimo porque, a diferencia de sus antecesores Fernando VII, Isabel II y Alfonso XIII, se ha mantenido fiel a la Constituci¨®n Espa?ola, que es desde 1978 la ¨²nica fuente posible de legitimidad de la Corona.
Por eso es algo irresponsable y bastante pat¨¦tico fabular un Juan III y tratarle como rey. Irresponsable, porque el discurso de la monarqu¨ªa restaurada y la invenci¨®n de un rey de Espa?a donde s¨®lo hubo un conde de Barcelona proyecta una sombra de sospecha sobre el proceso de transici¨®n, realizado en sus etapas esenciales de espaldas a presuntas legitimidades din¨¢sticas, y coincide con el nov¨ªsimo discurso de la rep¨²blica en el supuesto b¨¢sico de que la transici¨®n fue una traici¨®n y que la verdadera democracia est¨¢ a¨²n pendiente de instaurar. Pat¨¦tico, porque ahora resulta que todo, desde 1931, hab¨ªa sido previsto y planeado por la cabeza privilegiada de Sainz Rodr¨ªguez, que habr¨ªa tenido enga?ado a Franco durante 40 a?os. Pero si Franquito era tan imb¨¦cil como para dejarse enga?ar durante tant¨ªsimo tiempo, ?qu¨¦ ser¨ªa entonces don Juan, esperando todos esos a?os su oportunidad? Menuda carcajada habr¨¢ soltado en su tumba, al enterarse de semejante enga?o, ese "cabroncete" de Franco, a quien Ans¨®n, tirando piedras sobre el tejado de cristal de su propia causa, tanto desprecia y que manej¨® a placer hasta su muerte todos los hilos de la trama mon¨¢rquica.
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