Madonna y la Espa?a eterna
Tal vez el descubrimiento m¨¢s melanc¨®lico que hace un espa?ol cuando viaja algo por el mundo es el de la inexistencia de su pa¨ªs. Hace algo m¨¢s de una d¨¦cada, en el pleno entusiasmo socialista y hortera por la modernidad, en Espa?a se puso de moda decir que Espa?a estaba de moda en el mundo, pero esa moda mundial apenas traspas¨® las fronteras espa?olas, y el mundo permaneci¨® m¨¢s bien impermeable a ella: antes de los ochenta, Espa?a era, en general, los toros, la bata de cola y la Inquisici¨®n; ahora es los toros, la bata de cola, la Inquisici¨®n y las pel¨ªculas de Almod¨®var.Ni un solo espa?ol tiene una presencia firme y verdadera en los repertorios culturales europeos y americanos: la literatura espa?ola es algo de lo que se ocupan con admirable devoci¨®n los especialistas universitarios en literatura espa?ola, que viven tan recluidos en sus departamentos como los especialistas en literatura croata o lituana en los suyos. En los programas universitarios de literatura comparada -lo que antes se llamaba literatura universal- nunca se encuentra La Celestina, o el Quijote, o La Regenta, o Fortunata y Jacinta, o Tirano Banderas. Ning¨²n occidental cultivado puede desconocer la existencia de Flaubert, de Stendhal o de Tolstoi: nadie, salvo unos cuantos especialistas, conoce los nombres igualmente grandiosos de Leopoldo Alas, de Gald¨®s o de Valle-Incl¨¢n, cuyo ostracismo es tan absoluto y tan injusto como el de otro de los maestros de la novela europea, el magn¨ªfico Era de Queiroz, que tiene la precisi¨®n y el aliento de Flaubert y la iron¨ªa de Dickens, y que en las casi mil p¨¢ginas de Os ma¨ªas hizo una epopeya de las pasiones, las lentitudes y los fracasos de la vida diaria que a m¨ª me gusta tanto como U educaci¨®n sentimental.
En la prensa internacional muy pocas veces se encuentran noticias sobre Espa?a, y cuando aparece alguna tiende a otorg¨¢rsele el atractivo de lo extravagante, de lo pintoresco y de lo sanguinario. Entre enero y junio de 1993 puedo atestiguar que The New York Times public¨® una sola fotograf¨ªa de un personaje p¨²blico espa?ol, y ¨¦ste result¨® ser Jes¨²s Gil y Gil. En los ¨²ltimos meses, el asunto espa?ol que ha adquirido m¨¢s relieve en International Herald Tribune ha sido la interesante pol¨¦mica sobre el toro de Osborne.
Pero es que se ve que estamos tan condenados a la fatalidad de lo taurino como a la del recuerdo de la Inquisici¨®n. De una ¨®pera, Don Carlos, de Verdi, procede en parte la convicci¨®n intemacional sobre el oscurantismo poeI¨ªtico de los espa?oles. Y es otra ¨®pera, Carmen, la que suministra los invencibles lugares comunes sobre la belleza. y el apasionamiento de nuestras mujeres y la, propensi¨®n a la irracionalidad y a. la tauromaquia del hombre espa?ol. Hace unos a?os se estren¨® en la BBC una serie sobre Espa?a. Se titulaba, como era d.- esperar, Fuego en la sangre, lo primero que se ve¨ªa en ella era el primer plano de los test¨ªculos de un toro.
El estado natural de los espa?oles razonables que viven fuera del pa¨ªs es la congoja melanc¨®lica de la invisibilidad, la sospecha de que no hay remedio, de que debemos resignamos a lo mismo de siempre, a la mitolog¨ªa mugrienta de las corridas de toros, del oscurantismo religioso y el rompe y rasga subnormal de la ordinariez aflamencada. Pocos lugares m¨¢s tristes pueden visitarse en esta vida que algunos restaurantes espa?oles en el extranjero, decorados siempre con un folclorismo ruinoso y ap¨®crifo, con carteles de toros cubiertos por una mugre grasienta de frituras y moscas espa?olas, con monteras polvorientas y banderillas descoloridas clavadas en las paredes, con rejas andaluzas y sombreros mexicanos, exudando olores tan f¨®siles como las tortillas de patatas y las paellas del men¨².
En ocasiones esos lugares atestiguan el desamparo de los emigranttes arrojados por la necesidad a la intemperie hostil de los suburbios industriales europeos: c¨®mo no comprender que se les partiera el coraz¨®n escuchando a Antonio Molina, que un guiso de arroz: o un aroma de aceite de oliva, los abrumaran de nostalgia. Lo que no me parece aceptable es esa reivindicaci¨®n cultural de la Espa?a m¨¢s basta que se insin¨²a ¨²ltimamente, la sofisticaci¨®n de: la mugre, el oportunismo de buscarse una notoriedad internacional manoseando de nuevo el taurinismo y el flamenquismo, la exaltaci¨®n de lo sanguinario y de lo burdo.
Pasando junto a la fachada de un cine en Par¨ªs en la que el anuncio del estreno de una pel¨ªcula espa?ola era un individuo con cara y ademanes de semental que se frotaba la entrepierna, he sentido verg¨¹enza. Ahora, en todos los peri¨®dicos y en todo3s los noticiarios de la televisi¨®n se celebra el advenimiento, de Madonna, que llega a Espa?a para rodar un v¨ªdeo musical de pasiones taurinas, basado, para mayor originalidad, en el mito ya algo pelmazo de Carmen, que es un mito del que no parece que vaya a aburrirse nadie nunca. Parec¨ªa que est¨¢bamos viviendo una nueva edad de plata de las letras y de las artes espa?olas, y ha resultado que al filo del siglo XXI s¨®lo interesa de nosotros un follet¨ªn franc¨¦s del XIX. Estamos condenados, no hay duda. Madonna, el toro de Osborne y Jesul¨ªn de Ubrique son los h¨¦roes culturales de este oto?o del 94
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