Juicios terrenales
CUANDO LA Iglesia habla no puede evitar hacerlo desde la pretensi¨®n del magisterio universal que se atribuye a cuenta de esa "verdad revelada" de la que se dice depositaria. De ah¨ª que sea tan dif¨ªcil, a veces, el entendimiento y el di¨¢logo entre las sociedades secularizadas y democr¨¢ticas y una instituci¨®n que no renuncia a emitir juicios poco menos que infalibles sobre cuestiones pol¨ªticas y sociales respecto de las que s¨®lo le cabe hacer, en todo caso, pronunciamientos generales de orden moral. El episodio de las declaraciones del presidente de la Conferencia Episcopal, El¨ªas Yanes, sobre la necesidad de un cambio-?pol¨ªtico o ¨¦tico?- en la sociedad es un buen ejemplo de la ambig¨¹edad que envuelve a los mensajes eclesi¨¢sticos- y de las dificultades que plantea. su comprensi¨®n. Que el arzobispo Yanes se haya 'visto obligado a aclarar que el cambio al que se refiri¨® era exclusivamente de car¨¢cter ¨¦tico muestra que sus declaraciones fueron cuanto menos confusas. Huelga, por tanto, la extra?eza de los obispos por las severas cr¨ªticas vertidas contra tales declaraciones en los ¨¢mbitos pol¨ªticos. Si hubo error en esas cr¨ªticas, el responsable es par ciali?ente, el autor de tan confuso mensaje, no s¨®lo el que realiz¨®. las cr¨ªticas.
A cuenta de ese episodio los obispos, han reivindicado su derecho y el de la Iglesia a la libertad de expresi¨®n. Nadie pone en cuesti¨®n ese derecho. y la prueba es que lo ejercen plenamente. Pero sin ventajismos, Que el presidente de los obispos se pronuncie a favor de un cambio pol¨ªtico, como pareci¨® desprenderse de las primeras declaraciones de Yanes, hubiera supuesto algo m¨¢s que el mero ejercicio de la libertad de expresi¨®n. Hubiera constituido una clara injerencia en los mecanismos constitucionalmente previstos para la renovaci¨®n democr¨¢tica del poder. Quiz¨¢s, por ello, su prudente rectificaci¨®n.
Como tambi¨¦n es dif¨ªcil considerar s¨®lo como un mero ejercicio de la libertad de expresi¨®n los duros juicios vertidos por los obispos contra la ¨²ltima reforma laboral. La condena sin paliativos que hacen de esa re forma, hasta el punto de considerarla "incompatible con la dignidad de la persona y con el respeto de los derechos humanos" es un modo claro y directo de entrometerse en una cuesti¨®n de organizaci¨®n social que, en ¨²ltimo t¨¦rmino, compete al Parlamento. No s¨®lo la iglesia se mete en terrenos que no son los suyos, sino que lo hace con procedimientos inadmisibles. La reforma laboral es, naturalmente, discutible, pero demonizarla o anatematizarla es introducir conceptos religiosos en el debate pol¨ªtico. Y ¨¦sta no es materia de dogma.
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