Bienvenido a casa, Penev
Cuando supimos de tu enfermedad, algunos pesimistas nos conform¨¢bamos con recuperarte para la vida sedentaria; tal vez para un carguito t¨¦cnico o quiz¨¢ para un puesto de representaci¨®n. Tus furtivas im¨¢genes de paciente, aquellas borrosas fotograf¨ªas que los reporteros lograban arrancarte entre hospital y hospital, aquel talante apresurado y aquella mirada tuya que siempre se confund¨ªa con el ojo del sumidero, nos hicieron temer que estuvieras atrapado para-siempre entre la quimioterapia y la cirug¨ªa. Por eso volv¨ªamos a cruzar los dedos cuando el s¨¢bado, como en los viejos tiempos, recorr¨ªas Mestalla y, metido en esa armadura que llevas puesta, levantabas el c¨¦sped, como una excavadora.1 Por si hac¨ªa falta alg¨²n plus de emoci¨®n, Parreira te pidi¨® socorro con el partido en llamas. Un minuto despu¨¦s, all¨ª estabas t¨², con esa inconfundible cabeza tallada y ese ruidoso tranco de caballo percher¨®n. Parec¨ªa mentira, pero por fin volv¨ªas a patrullar por la media luna, cruzabas los picos del ¨¢rea como un pelot¨®n de fusileros, y despu¨¦s te buscabas el perfil zurdo para clavar la pelota en una esquma.
Fue inevitable que los aficionados volvi¨¦semos a reconocerte en tu genuino papel de delantero de, presa. Eras otra vez uno de los abanderados de la m¨¢s brillante promoci¨®n b¨²lgara de todas las ¨¦pocas; de nuevo podr¨ªas galopar entre Stoiclikov, Kostadinov, Valakov y los otros lobos de esparto que pasaron, acosando y mordiendo como una jaur¨ªa, por el Mundial de Estados Unidos. Tu potencia, tu talento y tu agresividad te devolver¨ªan como la mano en el guante, a tu propia leyenda: muy pronto estar¨ªas en la lista negra de los seleccionadores de la competencia. Todos ellos se preguntar¨ªan, como siempre, qu¨¦ puedo hacer yo para detener a este tipo, si ¨¦l solo se basta para convertir una t¨¢ctica en una sopa de letras.
1 El partido Madrid-Valencia era uno de esos broncos conflictos que tanto sueles disfrutar. Ten¨ªa las dosis precisas de emoci¨®n y aspereza con las que tan bien te mueves. M¨¢s all¨¢ de los sonidos del juego, zumbaba sobre el ¨¢rea el mismo viento electrificado que recorre todas las alambradas en los frentes de guerra.
Los cronistas han descrito el encuentro: el Madrid iba de morado, y moradas las pas¨®. Pero finalmente logr¨® ganar.
Ahora bien, el f¨²tbol consegu¨ªa un triunfo que no puede cifrarse en puntos. Todos lo sent¨ªamos cuando la gente gritaba, en una inconfundible pulsaci¨®n _cardiaca, Lubo / Lubo; LubolLubo.
Cu¨ªdate, grandull¨®n.
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