Hombre de palabra
A veces ocurre que uno encuentra en los lugares m¨¢s inesperados aquellas palabras que hubiera deseado suyas, que parecen escritas precisamente para otra ocasi¨®n. A m¨ª me sucedi¨® har¨¢ cosa de un par de a?os, leyendo este peri¨®dico. En una cr¨®nica del festival de Cannes se informaba de la presentaci¨®n de una pel¨ªcula de Kurosawa, Madadayo, a la que hab¨ªa asistido el director. En la rueda de prensa posterior a la premi¨¨re el autor hab¨ªa ejercido de int¨¦rprete de su obra: hab¨ªa propuesto su clave de lectura. Su clave era una sencilla afirmaci¨®n de Val¨¦ry: es mucho m¨¢s importante para un joven aprender de la persona de su maestro que de las p¨¢ginas de un libro. Los maestros -quiere decirse los aut¨¦nticos maestros- nos ense?an a vivir. Y vivir no es una cosa, sino algo que est¨¢ m¨¢s all¨¢, una asignatura hoy casi desconocida.Dificil, ciertamente, a?adir algo a la afirmaci¨®n de Val¨¦ry. Yo apenas me atrevo a una sola cosa: a levantar t¨ªmidamente la mano -como hac¨ªamos de ni?os en la escuela cuando ten¨ªamos el convencimiento de saber algo- y decir "yo he tenido ese privilegio", yo he tenido la impagable fortuna de conocer a alguien que ense?aba a vivir. Pero que nadie se llame a enga?o. Esta no es una consideraci¨®n privada o meramente personal, por m¨¢s que el modo de decir parezca sugerirlo. "lo m¨¢s hondo es lo m¨¢s universal" escribi¨® el poeta, y ahora entendemos su raz¨®n. Mi recuerdo es una residencia del tiempo, una fr¨¢gil estrategia para intentar retener lo que se empe?a en huir. Lled¨® ha ense?ado a muchos a vivir con su palabra y su presencia, si es que en su caso tiene sentido la distinci¨®n. Y lo ha hecho de un modo muy particular. Siempre ha hablado de lo mismo, porque sabe -con la sabidur¨ªa c¨¢lida y honda del pensador- que s¨®lo hay una cosa de la que valga la pena hablar. Lo ha llevado a cabo, eso s¨ª, de m¨²ltiples formas, ha accedido al coraz¨®n de esa certeza por variados caminos. Los griegos, la filosof¨ªa moderna, la necesidad de la perspectiva hist¨®rica, la naturaleza del lenguaje, la funci¨®n de la Universidad.. . no han sido otra cosa, ahora lo veo, que variantes sucesivamente perfeccionadas de una ¨²nica lecci¨®n.
De ah¨ª que confinarle en la historia de la filosof¨ªa, en la filolog¨ªa o en cualquier otro ¨¢mbito te¨®rico sea una restricci¨®n in¨²til. Conozco pocas personas a las que las determinaciones les sienten tan mal. Por id¨¦ntica raz¨®n, no es de nadie ni de ning¨²n sitio, por m¨¢s que lugares y personas se empe?en en apropi¨¢rselo. Aunque quiz¨¢ fuera mejor decir: quienes pretenden apropi¨¢rselo no han entendido su lecci¨®n. Lled¨® anda ¨²ltimamente obsesionado con lo que le gusta llamar "derechos humanos para nuestros ojos". Hiere la obscenidad de la cosa, la sordidez descarnada de lo real. Pero hiere m¨¢s a¨²n, si cabe, la obscenidad del alma, la fractura abierta del esp¨ªritu humano (desde siempre la mirada ha sido una figura del pensar). Es intempestivo aqu¨¦l que se exaspera ante el presente. Extra?os tiempos ¨¦stos en los que reivindicar el valor de la cultura human¨ªstica, resistirse a la derrota de la utop¨ªa o ejercitar la cr¨ªtica se han convertido en el paradigma del anacronismo. Por eso, hombres como Lled¨® nos son hoy tan necesarios. Es verdad: habita su palabra.
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