Reconquistar la alegr¨ªa
Hundidos los sue?os ideales, las utop¨ªas esperanzadoras, se acrecienta el dolor, el terrible sufrimiento del desenga?o, y para acabar con esta tristeza dominante es necesario conquistar una alegr¨ªa estable, s¨®lida, que no aparezca y desaparezca en el transcurso del proceso hist¨®rico. "?El gran dios Pan ha muerto!" era el grito de los desconsolados marineros griegos que constataba el Fin del mundo cl¨¢sico. Ya no se o¨ªan canciones en los bosques, embriagueces dionis¨ªacas, ni los gritos de placer en el arrebatamiento de los bailes desenfrenados. Nadie se ve¨ªa ni se reun¨ªan, como anta?o,. para celebrar juntos la gran org¨ªa de la fraternidad de los dioses y los hombres. Una gran tristeza dominaba todo. Nietzsche, estremecido por esta leyenda, atribuye al cristianismo la p¨¦rdida de la alegr¨ªa pagana de vivir. Sin embargo, el cristiano vivi¨® la esperanza de liberaci¨®n terrestre y salvaci¨®n personal que desencadenaba una interior y profunda alegr¨ªa colectiva. Pero, m¨¢s tarde, por autoperfecci¨®n, al reprimir mucho de lo que sent¨ªa o deseaba, se convirti¨® en un asceta, fantasma vivo, "animado muerto". Hasta la aparici¨®n de los cuentos de Boccaccio y los poemas de amor de Petrarca, descubridores de nuevos placeres que le hacen renunciar a sus austeras tristezas.La alegr¨ªa de los hombres del Renacimiento era medida, racional, cient¨ªfica, hasta cosmol¨®gica, con reca¨ªdas en la tristeza, y no satisfac¨ªa por completo. Fueron los libertinos franceses quienes descubrieron que el placer sin trabas es el verdadero origen de una alegr¨ªa m¨¢s permanente, como se expresa en El sobrino de Rameau, de Diderot. Liberado por la raz¨®n de las cadenas opresivas del temor al pecado, el hombre pod¨ªa con plena libertad entregarse al amor y disfrutar intensamente los esplendores de la vida. A la libertina sucede la alegr¨ªa burguesa, que permite al individuo con ambiciosa voluntad de poder expandir su dominio, enriquecerse, y los logros materiales obtenidos le llenan de contento. Por el contrario, los rom¨¢nticos alemanes despreciaban los bienes que proporciona la riqueza, consider¨¢ndolos vulgares, mezquinos, y so?aban con el ideal trascendente de una alegr¨ªa universal. As¨ª, el protagonista de Hesperus, de Jean Paul Richter, hace sentir al ciego Julio la presencia del infinito en el mundo. Conf¨ªa en que el yo aislado acaba por apercibirse que existe un m¨¢s all¨¢ donde termina la soledad trist¨ªsima, pero son muy pocos, quiz¨¢ s¨®lo "los hombres del domingo" llegan al mundo superior, grandioso, de la alegr¨ªa. Sin embargo, Ludwig-Tieck no se enga?a, sabe que so?ar es necesario para vivir, pero tambi¨¦n sabe que los cuentos de hadas es una forma de mentirse-felicidad. Esta fiebre de sue?os ideales, que llevaba a repudiar los esplendores de la tierra, les hac¨ªa desdichados. El drama de estos hombres era vivir divididos entre su nostalgia de un para¨ªso perdido y la necesidad de alegr¨ªa presente; entre la esperanza en el futuro y los frutos dolorosos de la realidad. Pese a este desgarramiento, subsist¨ªa la fuerza del sentimiento, es decir, present¨ªan la alegr¨ªa invisible todav¨ªa que llegar¨ªa alg¨²n d¨ªa, quiz¨¢ la pr¨®xima primavera, ofreci¨¦ndose para todos.
En el horizonte de la historia aparecen los ap¨®stoles revolucionarios que se propon¨ªan crear un mundo nuevo, el colectivo ¨²nico y trascendente, fiesta de la unidad humana que derramar¨ªa bienestar y contento para todos los hombres. Estos sue?os quedan, a veces, reducidos a cenizas, por ello Verena Kast sostiene que es necesario "potenciar la alegr¨ªa, elemento esencial de nuestra vida que puede coexistir con el dolor y la ansiedad". Entiende que el hombre es un ser para la alegr¨ªa.
En el decurso de nuestra existencia gozamos muchas y diversas alegr¨ªas, pero el problema es crearla: como estructura b¨¢sica org¨¢nica y social del ser humano. La alegr¨ªa, igual que el placer realizado, es breve, espor¨¢dica, mera emoci¨®n. Ahora bien, "todo en el aire es p¨¢jaro", Ios ojos no ven, saben", "el mundo est¨¢ bien hecho", canta Jorge Guill¨¦n para expresar la alegr¨ªa duradera, consciente de s¨ª misma. Esta alegr¨ªa que poetiza en c¨¢ntico es ontol¨®gica, y nace de la contemplaci¨®n del ser sin fisuras, perfecci¨®n exterior que se refleja en lo m¨¢s ¨ªntimo del cuerpo estremeciendo de gozo y lo trasciende rebotando en alegr¨ªas ininterrumpidas al forjar proyectos de futuro vitales. Esta alegr¨ªa es vehemencia que se sucede sin descansar en la satisfacci¨®n. Para que se mantenga firme hay que separarla de lo ya logrado, que hunde en la pasividad o letargo de la dicha, lleva a paralizar la voluntad, a la inercia que sigue al deseo colmado. La alegr¨ªa que postra en ociosa voluptuosidad es mala, nociva, porque impide al hombre vivir activamente, dice Spinoza. Y cuando es resultado de la recreaci¨®n en el placer sentido, es una alegr¨ªa abstracta.
Estamos muy habituados a pensar que la alegr¨ªa es una emotiva materializaci¨®n del placer, no un sentimiento grave, profundo, y tampoco la concebimos un estado permanente de la existencia. Cierto es, hay seres para quienes la alegr¨ªa es su forma de manifestarse. En este caso, es una caracter¨ªstica psicol¨®gica, lo mismo que se es activo o perezoso, y expresa un estado de vaga complacencia con todos los seres y con el todo. No, la alegr¨ªa no es resultado del temperamento, sino de una vida y de la historia. Tambi¨¦n la naturaleza con que nacemos favorece o no el desarrollo de la alegr¨ªa. Por ejemplo, si somos taciturnos, ensimismados, nos inclinaremos m¨¢s a la tristeza; por el contrario, si somos extravertidos, entusiastas, propenderemos a la fiesta, lo que no prejuzga que nuestra existencia haya de desarrollarse con alegr¨ªa.
?Se puede vivir en tal estado de gracia, que no existan sombras pesarosas? Es bien sabido que la tristeza equilibra el desaforado sentir de la alegr¨ªa. Como es el instinto de vida, no el de muerte, que nos constituye, el natural deseo del hombre de realizarse plenamente queda amortiguado por la tristeza que crean las dificultades y problemas de la existencia. Para combatir este des¨¢nimo, la alegr¨ªa ha de ser cada vez m¨¢s intensa, hasta convertirse en la exaltaci¨®n permanente que buscaba H?lderlin, es decir, la totalidad del ser humano. El peligro radica en que "s¨®lo por instantes puede soportar el hombre la plenitud divina", advierte el poeta alem¨¢n, pues pronto adviene una sombr¨ªa tristeza para recordar la consumaci¨®n de la alegr¨ªa y devolvernos la medida exacta de lo humano, porque la exaltaci¨®n raya casi en lo divino. En este sentido, afirma Sartre: "El hombre que suena con ser Dios vive una pasi¨®n in¨²til".
El sue?o de alegr¨ªa universal no es vano ni est¨¦ril, porque la ambici¨®n del hombre de llegar a ser, de poder realizarse con todos los otros hombres, es siempre positiva, aunque fracase una y otra vez en sus intentos. Tampoco debemos renunciar nunca a la alegr¨ªa racional ¨ªntima, unidad de sentimiento y pensamiento, aunque sea menos jubilosa que la nacida del placer de los sentidos. La serenidad reflexiva para. resolver una ecuaci¨®n dif¨ªcil, leer un poema de Mallarm¨¦, adentrarse en el paisaje geom¨¦trico de Castilla o el tierno y l¨ªrico de Galicia, reconquista la alegr¨ªa que se enra¨ªza definitivamente en nuestra conciencia tornadiza.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.