El capit¨¢n de la pistola
Los versos del soneto le llamaron "noble coraz¨®n en vela, espa?ol, indomable, pu?o fuerte", y eran de Antonio Machado. En este siglo de la gran tentaci¨®n revolucionaria, Enrique L¨ªster (Jes¨²s era su verdadero nombre) fue comunista en los partidos de tres pa¨ªses -Cuba, Espa?a, URSS; y un cuarto partido que fundar¨ªa ¨¦l contra Carrillo: el Partido Comunista Obrero Espa?ol, 1973-, general en tres -URSS, Yugoslavia y Polonia-, pero s¨®lo coronel en el suyo, aunque llegase a mandar una brigada, una divisi¨®n y un cuerpo de ej¨¦rcito; pistolero contra las patronales, guerrillero donde pudo. Y cantero -el oficio de los L¨ªster, gallegos de Ameneiro, Tuy-, barrenero en el metro de Mosc¨²... "Si mi pluma valiera tu pistola /de capit¨¢n, contento morir¨ªa", terminaba el soneto de guerra. No todos compartieron ese entusiasmo: Ram¨®n J. Sender le hace un retrato catastr¨®fico (con el nombre de Ver¨ªn) en Los siete libros de Ariadna (en sus propias memorias, L¨ªster consideraba a Sender desertor y traidor).De entre los jefes republicanos improvisados, Modesto y ¨¦l eran los m¨¢s cultos: hab¨ªan hecho estudios clandestinos durante varios a?os, hasta 1932, en la Academia Frunze de Mosc¨². Por eso resultaba c¨®mico o¨ªr en las radios rebeldes que estos soldados miraban los mapas militares "sin darse cuenta de que estaban del rev¨¦s". Cr¨ªtica en la que ca¨ªan, a veces, los generales "de carrera" del Ej¨¦rcito republicano. Asensio le hizo comandante, y Negr¨ªn le dio los galones de coronel, pero todos le debieron una creaci¨®n militar de primer orden -el Quinto Regimiento- y la suma de las milicias al Ej¨¦rcito regular republicano. Es decir, la implantaci¨®n de la disciplina implacable aprendida de los militares sovi¨¦ticos y del partido.
En el momento de la sublevaci¨®n militar, mon¨¢rquica y falangista, los atacados se dividieron en dos tendencias: la primera era que hab¨ªa que hacer la revoluci¨®n al mismo tiempo que la guerra, que manten¨ªan los anarquistas, algunos trotskistas y algunos comunistas; la segunda, la de que primero hab¨ªa que ganar la guerra y luego hacer la revoluci¨®n, para lo cual hab¨ªa que crear un Ej¨¦rcito disciplinado. Se podr¨ªa hablar de una tercera tendencia, la del Gobierno republicano, que no quer¨ªa revoluci¨®n antes ni despu¨¦s, ni milicias, ni pueblo armado; lo que le quedaba del Ej¨¦rcito regular le parec¨ªa suficiente para hacer frente a los rebeldes, y cre¨ªa que su legalidad le valdr¨ªa la solidaridad de los Gobiernos europeos.
En la segunda tendencia estaba el partido comunista en su inmensa mayor¨ªa (expresi¨®n dudosa: era un partido muy escaso y de pocos afiliados; el n¨²mero lo ir¨ªa ganando en la guerra), y el que la puso en pie fue L¨ªster. Ten¨ªa una intuici¨®n poco com¨²n y, una modernidad de ciencia militar importante. Luchaba contra el enemigo, contra los militares de carrera, contra la prepotencia de alg¨²n compa?ero (Valent¨ªn Gonz¨¢lez, El Campesino, a quien podr¨ªan aplicarse justamente las acusaciones de analfabetismo y brutalidad, pero con un sentido popular de la guerrilla) y contra los anarquistas.
La disciplina a la que he aludido era la que implantaba ¨¦l sobre los dem¨¢s, pero en pocos casos era la suya con respecto a sus jefes. En sus memorias habla de alguna indisciplina importante: su obsesi¨®n por asaltar el Alc¨¢zar de Toledo, en el que se hab¨ªan hecho fuertes los cadetes y sus jefes. Cre¨ªa ¨¦l que los militares de la II Rep¨²blica. quer¨ªan salvar a sus compa?eros de armas, aunque ahora fueran enemigos, y desobedeci¨® cuando inici¨® un asalto con minas que ya no tuvo ninguna eficacia: los facciosos estaban ya al alcance de la ciudad, y entraron con las escenas de liberaci¨®n que inmortalizaron despu¨¦s en cuadros y pel¨ªculas. Si L¨ªster hubiese tenido raz¨®n y hubiera conseguido el asalto, la guerra habr¨ªa cambiado de sentido. Tambi¨¦n crey¨® que hab¨ªa sido traicionado en dos victorias esenciales: el paso del Ebro y la toma de Teruel, que tuvo que abandonar (all¨ª se cas¨®: su novia hija de un m¨¦dico, ten¨ªa 17 a?os; ¨¦l, 30).
Tampoco cre¨ªa en la obediencia a sus Jefes de partido. Carrillo y Pasionaria le consideraban peligroso por su inmensa fuerza popular y militar y por su independencia. M¨¢s tarde, cuando ya no ten¨ªa ninguna potencia, se enfrentar¨ªa con ellos: sobre todo, cuando Carrillo comenz¨® a criticar a la Uni¨®n Sovi¨¦tica, a renunciar a la revoluci¨®n del 17 "y a todas las dictaduras", dir¨ªa, "incluyendo la del proletariado". Pero, antes de esta rebeli¨®n y de la creaci¨®n de su partido prosovi¨¦tico, a¨²n crey¨® que no hab¨ªa que obedecer al Gobierno del coronel Casado, que negocia ba con Franco, y que hab¨ªa que resistir: fue ¨¦l quien aplast¨® la rebeli¨®n final de Cartagena.
Aun as¨ª, en marzo de 1939 comprendi¨® que estaba todo perdido. Fue en la famosa reuni¨®n de Mon¨®var, Alicante: el partido comunista tuvo una ¨²ltima reuni¨®n de guerra, escuch¨® la opini¨®n del italiano Togliatti (aquel cuyo "testamento" iniciar¨ªa, muchos a?os m¨¢s tarde, la aventura in¨²til del eurocomunismo) y acept¨® abandonar la lucha. Tres trimotores llevar¨ªan, en una noche dram¨¢tica,_a estos ¨²ltimos guerreros a Par¨ªs. All¨ª esperaba a L¨ªster su jovenc¨ªsima esposa, ya con un hijo: y aun all¨ª tuvieron que esconderse, porque ya se persegu¨ªa a los comunistas en Francia. El PCF y la Embajada sovi¨¦tica les embarcaron en El Havre hacia Mosc¨²: le esperaba la inminente guerra contra los alemanes. Despu¨¦s de su victoria, L¨ªster fue profesor en las academias militares. Hasta que decidi¨® regresar a Espa?a. No tuvo aqu¨ª ¨¦xito: aislado por el PCE de Carrillo, despreciado por la oposici¨®n como por el r¨¦gimen, fue escribiendo sus memorias con dureza (?Basta!, se llam¨® uno de sus libros: contra Carrillo) y su partido fue una minor¨ªa sin funci¨®n. La edad le fue aislando m¨¢s y m¨¢s; era ya un superviviente inc¨®modo hasta para s¨ª mismo.
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