La ola sadomasoquista
Los ochenta fueron a?os confiados, autoindulgentes, pero los noventa han apostado por la autopunici¨®n. El libro de Foucault Vigilar y castigar deber¨ªa obtener un puesto central entre los best sellers, y Espa?a merecer¨ªa recuperar la primac¨ªa de la moda de la flagelaci¨®n pol¨ªtico-social, como antes se hizo famosa con el placer de las movidas.En todas partes, por lo dem¨¢s, est¨¢n cociendo la misma p¨®cima. En Estados Unidos, la llegada del ultra conservador Newt Gingrich a la presidencia de la C¨¢mara de Representantes representa el triunfo del castigador supremo. Una tercera parte del pa¨ªs espera con terror los zurriagazos que cortar¨¢n subsidios para los m¨¢s necesitados, mandar¨¢ al fuego a los inmigrantes ilegales, se complacer¨¢ con la implantaci¨®n de una disciplina puritana en las escuelas y extender¨¢ sobre el porvenir la amenaza de ser penalizado con dureza por cualquier desviaci¨®n moral.
Las c¨¢rceles se han convertido en uno de los negocios m¨¢s pr¨®speros en Estados Unidos, donde el presupuesto de este a?o asciende a m¨¢s de tres billones de pesetas y los encarcelados han superado el mill¨®n. En Espa?a, el autocastigo satura las tertulias, el sadomasoquismo pol¨ªtico ha tomado el valor de una patolog¨ªa epid¨¦mica, y se contemplan los ce?os de Aznar y Pujol, los enconos de los jueces, los acorralamientos parlamentarios y la diaria autodestrucci¨®n del optimismo -por mucho que la econom¨ªa mejore o la democracia venza a la corrupci¨®n- como un vicio indespegable.
El fin de, siglo tiende a presentarse como la fecha de un juicio final al que se comparecer¨¢, si las cosas contin¨²an as¨ª, con la piel cruzada de latigazos y el cuerpo muy constricto. No en vano la nueva moda de la lencer¨ªa femenina empuja los pechos hacia arriba, presiona las cinturas con nuevos cors¨¦s victorianos, recarga los bultos de las caderas.
La corriente sadomasoquista ha multiplicado por seis en Nueva York el n¨²mero de personas adscritas a los clubes S/ M (Sado-Masoch), y la revista Screw, que cubre esta afici¨®n, ha doblado el n¨²mero de sus anuncios ofreciendo amenidades sexuales con pinchos y argollas. Madonna, con sus v¨ªdeos y su libro Sex, fue una de las embajadoras, pero m¨¢s tarde Gianni Versace organiz¨® su desfile con cruzados de cuero sobre la carne deseable -en cuanto mortificada adem¨¢s de Cindy Crawford. El cruel Jean-Paul Gaultier, Thierry Mugler o incluso Chanel siguieron la misma inspiraci¨®n en la pasarela. ?Y qu¨¦ otra cosa que la proclamaci¨®n de la elecci¨®n sadomasoquista son los zapatones del Doctor Martens, los botines negros, los rapados, los tatuajes o los anillos e imperdibles traspasando narices, ombligos, pezones o toda protuberancia que tenga la osad¨ªa de pronunciarse?
La castidad ha tomado una deriva festiva en distintas partes y los j¨®venes cantan la nueva felicidad de la represi¨®n. Los a?os sesenta fueron el tiempo del sexo libre. Los a?os ochenta fueron los del sexo seguro. Los noventa tratan de extender la cultura del encadenamiento. Pel¨ªculas como Pu1p fiction y Entrevista con el vampiro, o comedias musicales de ¨¦xito como Exito eden, enfatizan la afici¨®n sadomasoquista que ya antes se aireo con After hours, Instinto b¨¢sico y con el mismo Almod¨®var. La moda S/ M se relaciona con el sexo sin copulaci¨®n, higi¨¦nico, sin cond¨®n, activo y a salvo del sida, pero posee una proyecci¨®n m¨¢s vasta.
Como nunca, en los medios de comunicaci¨®n, se ha exasperado la atenci¨®n sobre los asuntos sexuales. Time, Newsweek, New York, The New Republic, Entertainment, han dedicado sus portadas a la sexualidad en las ¨²ltimas semanas. Pero en Europa o en Espa?a sucede lo mismo, y los editores lo, refuerzan. Pr¨¢cticamente todas las revistas femeninas, incluso las m¨¢s contenidas hasta hace poco, han acentuado sus tratamientos sexuales. Cosmopolitan, en primer t¨¦rmino, pero tambi¨¦n Marie Claire y Vogue, o la reci¨¦n aparecida GQ, llenan los quioscos con una obsesiva concentraci¨®n que los estudios de marketing recomiendan. En ese universo, la variaci¨®n sadomasoquista ocupa el lugar de la droga dura. Sallie Tisdale, autora del actual best seller Talk dirty to me (H¨¢blame sucio), ha declarado que para algunos ex adictos conspicuos el sadomasoquismo llena el vac¨ªo que: les dejaron el alcohol o las drogas. Ahora se trata de la autodestrucci¨®n en una versi¨®n teatralizada, simulada y poco nociva a fin de cuentas.
En el Internet, el sistema m¨¢s vasto de comunicaci¨®n electr¨®nica mundial, los usuarios han formado decenas de tertulias internacionales en las que se habla de sexo, se exponen supuestos de pedofilia y bestialismo, se intercambian textos e im¨¢genes pornogr¨¢ficas, sobre las que ya ha tomado medidas la Universidad de Pensilvania cerrando el acceso a sus alumnos y redoblando su inter¨¦s.
Entre los grupos del ciberespecio sexual, el de mayor crecimiento tem¨¢tico corresponde a la afici¨®n S/M. Pero aun sin acceder al Internet, las series Melrose place o Sensaci¨®n de vivir tambi¨¦n han incluido el asunto en sus argumentos, y las fotograf¨ªas de modas de los setenta de Helmut Newton y Guy Bourdin han recobrado valor en las salas de exposiciones que en ocasiones han seguido la moda arquitect¨®nica del deconstructivismo o del minimal, otra forma de tortura sobre los esp¨ªritus y los cuerpos. El arquitecto japon¨¦s Tadao Ando, convertido en el padre del minimal con casas como conventos, y Eisenman o Gehry, como ap¨®stoles de la deconstrucci¨®n, se erigen en los castigadores espaciales del fin de la centuria. No hay bar o discoteca moderna donde un hueso no tropiece con una arista o la carne no se clave en alg¨²n ¨¢ngulo. La cadena de tiendas de ropa m¨¢s en boga en Estados Unidos, Urban Outfitters, que localiza sus establecimientos en la contig¨¹idad de los campus, decora su interior con vigas oxidadas, material de derribo y mobiliario de orden catastr¨®fico. Las prendas reproducen el desenlace de alg¨²n se¨ªsmo; herederas de una hecatombe que las marc¨® con el signo del martirio.
El fin de siglo donde tambi¨¦n vivi¨® Sade se va coronando de estos hitos ambientales. No se trata ya de lo que est¨¦ practicando un vecino en la alcoba, sino de que esta aldea global masivamente ha decidido, al parecer, expiar sus culpas pasadas, mezclar el placer con el dolor y llegar a la frontera del 2000 con las almas batidas. Sin inflaci¨®n, sin d¨¦ficit presupuestario, controlando las tasas de inter¨¦s, eliminando las pensiones, con un sinf¨ªn de parados y pobres sin auxilio. El juicio final tendr¨¢ ante s¨ª a una masa de condenados, ficticios y reales, que, sin esperar a que las trompetas suenen, habr¨¢n anticipado sus castigos.
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