El triste espejo de la Navidad
"?Socooorrooo! ?Auxiiiliooo!", gritaba una voz infantil. "?Socorro! ?Un hombre se est¨¢ ahogando!...".No pod¨ªa dar cr¨¦dito a lo que estaba oyendo, pero una ni?a de apenas diez a?os tampoco pod¨ªa estar bromeando de ese modo al borde del estanque de Polvoranca.
Corr¨ª a asomarme para comprobar el reclamo de ayuda y no pude. contener el impacto emocional que sufr¨ª de repente al ver sobre las g¨¦lidas y verdosas aguas del estanque el cuerpo de un hombre flotando bocabajo.
Empec¨¦ a llorar y a gritar desesperadamente pidiendo auxilio, mientras buscaba con todo mi ser el medio de impedir que aquel infortunado terminara de ahogarse.
Algunos pocos viandantes se quedaron perplejamente quieptos. El padre de la chica que llamaba se decidi¨® a saltar al agua para sacarlo, intuyendo seguramente la gravedad del momento.
Solt¨¦ en el suelo mi c¨¢mara de v¨ªdeo no era posible grabar en la m¨¢quina de forma m¨¢s perenne que en mi retina y acud¨ª en su ayuda para subir por encima de la barandilla de hierro el pesado cuerpo de un anciano.
Mientras lo tumb¨¢bamos de lado para que echara el agua de sus pulmones, comprobamos que a¨²n respiraba d¨¦bilmente.
Levant¨¦ mi mirada alrededor para buscar un medio de transporte y vi que hab¨ªan acudido unos ciclistas que paseaban por el parque, que intentaron tranquilizarme dici¨¦ndome que ven¨ªa de camino el jeep de la patrulla de vigilancia.
Lo tumbaron dentro del, coche y alguien me advirti¨® que sobre el malec¨®n hab¨ªan quedado unas prendas que atribuimos pertenecerle al anciano. Eran una gabardina, una boina y un bast¨®n, que dej¨¦ sobre los asientos del veh¨ªculo que se lo llevaba.
El jeep sali¨® r¨¢pidamente camino del hospital m¨¢s cercano, en el t¨¦rmino de Legan¨¦s, y mientras me enjugaba las l¨¢grimas no dejaba de pensar en aquel infeliz que se hab¨ªa, ca¨ªdo o, tal vez, hab¨ªa intentado suicidarse.
Ahora no puedo contarle todo lo que pas¨® por mi mente, pero s¨ª puedo decirle que por unos momentos me sent¨ª en la piel de los periodistas gr¨¢ficos, testigos de tantas muertes violentas. Me acord¨¦ de tantos abuelos no queridos, abandonados en su soledad, y le aseguro que vi la Navidad del d¨ªa anterior como un triste espejo, grande como el estanque; luminoso como aquella ma?ana; helado como aquellas aguas.
Un espejo donde se refleja nuestro pasado y nuestro presente.
Un espejo donde aparece nuestra infancia como un fantasma.
Un gran espejo de feria, donde las depresiones distorsionan y agigantan nuestros problemas afectivos.
No s¨¦ si cay¨® por un desmayo o si quiso acabar definitivamente con la triste imagen de su vida, pero comprendo ahora por qu¨¦ hay gente a la que no le gusta la Navidad.-
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