De inocencias, certezas e inseguridades
Salvo que se piense que ¨¦ste es un pa¨ªs en el que los jueces, de forma alegre y usual, procesan y decretan la prisi¨®n incondicional de cualquier sospechoso, resulta dif¨ªcil no creer que algo serio tiene que haber cuando un procesado es enviado a prisi¨®n sin fianza. Sin duda, un procesamiento no es otra cosa que la expresi¨®n jur¨ªdica de una sospecha y al procesado le ampara todav¨ªa la presunci¨®n de inocencia. Pero no todas las sospechas ni todas las presunciones, son iguales.Las sospechas pueden ser infundadas (pero, susceptibles, en algunos casos al menos, de encontrar fundamento), fundadas o comprobadas. En este ¨²ltimo caso en realidad dejan de ser sospechas para convertirse en certezas. La sospecha sin fundamento da lugar a la investigaci¨®n; la fundada, al procesamiento; la comprobada, a la condena. As¨ª, un procesado (y no digamos un procesado en prisi¨®n incondicional) es alguien bajo sospecha fundada: alguien respecto del que parecen existir elementos acusatorios s¨®lidamente fundados (salvo, repito, para quien parta de la hip¨®tesis de que nuestros jueces tienen un gatillo procesador. demasiado r¨¢pido).
En cuanto a la presunci¨®n de inocencia, aunque jur¨ªdicamente vigente hasta el momento de la condena, socialmente va perdiendo, l¨®gica e inevitablemente, fuerza a medida que se pasa de la sospecha infundada a la fundada. Para el ciudadano medio no es igual de presuntamente inocente quien anda libre por la calle, sin procesar y sin orden de prisi¨®n incondicional dictada en su contra, que el procesado y en prisi¨®n incondicional.
Resulta as¨ª sorprendente la l¨ªnea argumental adoptada por el presidente Gonz¨¢lez en la excelente (y este excelente se aplica a I?aki Gabilondo, que dio una lecci¨®n sobre c¨®mo ser profundo e incisivo sin ser agresivo o maleducado) entrevista concedida la semana pasada en TVE. No pudo ser m¨¢s intranquilizadora para la amplia audiencia que logr¨® reunir. La afirmaci¨®n de que s¨®lo existe lo que es declarado real por sentencia judicial, relegando todo lo dem¨¢s al reino de las quimeras y enso?aciones, dif¨ªcilmente pod¨ªa resultar reconfortante o cre¨ªble a una ciudadan¨ªa bombardeada a diario por datos, pistas, conjeturas, y cada vez menos predispuesta a creer porque s¨ª a sus gobernantes. Por muy "dem¨®cratas de toda la vida" que sean. Y as¨ª, Gonz¨¢lez no fue cre¨ªdo, como revel¨® el sondeo de Demoscopia publicado el 10 de enero en estas p¨¢ginas.
La realidad social no es, se define. No tiene existencia objetiva: la construimos entre todos y contribuyen tambi¨¦n a constru¨ªrnosla aquellas personas que nos merecen cr¨¦dito. La realidad social no es as¨ª, a fin de cuentas, sino un estado de opini¨®n. Eso es, en definitiva, lo que el llamado teorema de Thomas, que tanto gustan de sacar a relucir los soci¨®logos, nos viene a decir: que si una determinada situaci¨®n social es definida como real por los en ella implicados, deviene real con todas sus consecuencias.
La sociedad espa?ola parece haber alcanzado un punto en que una importante parte de la misma ha dejado de creer que quienes nos gobiernan digan la verdad. Y ello al margen de que tal cosa pueda o no ser, objetivamente, cierta. Da igual. La palabra de quien ya no es cre¨ªdo tiene exactamente el mismo peso tanto si lo que dice es fundado y coherente como infundado e incoherente: ninguno. Hubo un tiempo en que la definici¨®n colectiva de nuestra realidad social guardaba un alto grado de paralelismo con la interpretaci¨®n de las cosas ofrecida por el partido socialista. Ya no es as¨ª. La anterior sinton¨ªa ha cedido el paso a un hondo distanciamiento, que no ha surgido por cierto de la noche a la ma?ana, sino que es resultado de un proceso de rigidificaci¨®n y esclerotizaci¨®n de los reflejos pol¨ªticos del partido gobernante.
El primer error -el primer paso en el camino hacia el divorcio en la percepci¨®n de la realidad entre-gobernantes y sociedad-, se produjo en los tiempos del caso Guerra y del caso Filesa. Se consider¨® que se trataba s¨®lo de un chaparr¨®n y que la impavidez era la mejor t¨¢ctica hasta que escampara. Despu¨¦s, cuando el chaparr¨®n no s¨®lo no amain¨®, sino que arreci¨®, se arguy¨® que en realidad se trataba s¨®lo de lluvia artificial, maliciosamente provocada y, por tanto, irreal: fue el tiempo de la opini¨®n publicada.
Ahora parecemos haber entrado en una nueva etapa: en realidad no ocurre nada, todo va con normalidad y no hay de qu¨¦ alarmarse. Pero a las alturas en que nuestra sociedad parece hallarse ya en la escala de la no credibilidad, la emisi¨®n de un tal mensaje contribuye precisamente a confirmar el p¨¢nico mas que a apaciguarlo. La conclusi¨®n que al o¨ªrlo saca el ciudadano medio es: "?stos no se enteran de lo que pasa". Lo que equivale a sentir que quienes nos gu¨ªan estan ciegos.
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