Bombas de Yeltsin para todos
Los rusos de Grozni son vistos como enemigos en Chechenia y como chechenos en Moscu
ENVIADO ESPECIAL Al papagayo de Natasha se le quebr¨® la voz el 25 de enero. A las 16.30. Cuando una granada impact¨® en la casa, destruyendo dos salas. A la bella Natasha, una estudiante de quinto de Medicina, le salv¨® la vida la robustez del refrigerador. Antes, el p¨¢jaro multicolor le daba siempre la bienvenida con caranto?as: "Hola, Natasha", le cantaba. Desde la explosi¨®n est¨¢ mudo. No es el ¨²nico que perdi¨® el habla.
En casa de Yuri y Galina, los padres de Natasha, vive Anna. La abuela. Que observa desde el silencio con unos ojitos llenos de vida. Son rusos. Y est¨¢n en medio de una guerra en la que son mal vistos por todos. "Aqu¨ª, en Grozni, los milicianos nos ven como rusos, y en Mosc¨² los rusos nos tildan de chechenos", se queja, triste, Yuri. Viven a tres kil¨®metros de la plaza Minutka, en la Tramvainaya, uno de los lugares m¨¢s machacados por la artiller¨ªa y la aviaci¨®n rusas. "Antes del a?o 1991, toda la calle, hasta donde se une a la de los Hermanos Otziev, estaba habitada por rusos. Ahora s¨®lo quedan tres casas", dice.
"No es posible vender. ?Qui¨¦n va a querer venir aqu¨ª? Y aunque venda todo lo que tengo, no podr¨ªa comprar nada en Mosc¨²", explica Bor¨ªs, uno de los vecinos de Yuri. Va cargado con un grueso ¨¢lbum de rancias fotograf¨ªas color sepia de su familia en las que pespuntan todas las heridas de Rusia. Desde la primera a la ¨²ltima. Al fin trae un cuadro con el cristal quebrado. Su orgullo. Es el abuelo Iv¨¢n. Un cosaco. El h¨¦roe de la estirpe de los Bor¨ªs. Condecorado tres veces por su arrojo con la Cruz de San Jorge, una de las m¨¢ximas condecoraciones de guerra del tiempo de los zares de Rusia. "Todo esto es una verg¨¹enza para el Ej¨¦rcito ruso", se queja. "Los bombardeos son ca¨®ticos, indiscriminados. Si son una pandilla de bandidos [los guerrilleros chechenos], ?c¨®mo es que no les pueden vencer?".
Las granadas de mortero arrecian. Las explosiones se van acercando como se acercan los pasos de un desconocido. De repente se oyen dos silbidos n¨ªtidos. Yuri se encoge de hombros como si temiera el impacto encima de la misma cabeza. Da la orden: "Al refugio, al refugio" En s¨®lo 15 segundos, las tres familias rusas y sus invitados aguantan mal acomodados el chaparr¨®n en silencio. Bor¨ªs lo rompe con un comentario inquietante: "Este refugio sirve para protegernos de la metralla, no de un impacto directo". Al cabo de media hora escampa. Las explosiones retumban ya lejos.
Bor¨ªs muestra su vino en una jarra. Lo fabrica artesanalmente con las uvas que cultiva en su jard¨ªn. Sabe a sangr¨ªa espa?ola. Hay dos tortas ba?adas en una fin¨ªsima pel¨ªcula de carne. Es la comida. "Con Dud¨¢iev siempre ha existido discriminaci¨®n con los rusos", dice Nina, la mujer, de Bor¨ªs. ?ste perdi¨® en febrero de 1991 su granja y sus cerdos. Se los quemaron. "Hasta el a?o 1992 se pod¨ªa vender la casa... pero ?ad¨®nde voy yo ahora? Tres generaciones de mi familia han nacido aqu¨ª, en Chechenia". Bor¨ªs habla con una enorme pena. Duda incluso de que las granadas que caen en su barrio tengan la firma de Mosc¨². Se contradice. Tiene miedo. Incluso teme que esta conversaci¨®n le traiga problemas. "Podr¨ªa ser fusilado", aunque no sabe muy bien por qui¨¦n.
Natasha, con la cara cortada por s heridas de la bomba del pasado d¨ªa 25, prepara unos dulces de mermelada. La madre, Galina, poridera sus virtudes como si quisiera casarla all¨ª mismo. Tiene 25 a?os y no disfruta de novio alguno. Se sonroja con la pregunta. "Si pdiera ir a Mosc¨², seguro que encontrar¨ªa uno", se defiende. Ella era la ¨²nica rusa de su clase en la Facultad de Medicina de Grozni. El resto de sus compa?eros eran chechenos. Huyeron al campo. "No me he encontrado a ninguno luchando aqu¨ª, en Grozni". Lo dice sin reproche, como quien revela un hecho sin m¨¢s. Ha cambiado e traj¨ªn para sus anos blancas, que se alejan peligrosamente del sue?o de la mesa de operaciones para remojarse s¨®lo entre la ropa sucia.
En el patio de la casa de Yuri hay frascos gigantes de tomates y pepinos en vinagre, una de las aficiones locales. Galina cosecha cebollas en un lavabo arrancado, y guardan en el refugio parte de sus reservas. No tienen pensi¨®n ni trabajo. El ¨²ltimo salario de Yuri lo cobr¨® en 1994 en especias: 50 k?los de harina.
Varias casas m¨¢s abajo, en un amasijo de yeso y maderas abatidas por el pu?etazo de la muerte, hay una anciana muerta. "No podemos enterrarla desde hace tres d¨ªas. El cementerio ortodoxo est¨¢ en l¨ªnea de artiller¨ªa", se queja Nina. El fr¨ªo conserva el cuerpo y evita que huela.
A Zora, un georgiano cincuent¨®n y chaparrito que viv¨ªa hasta ayer en la misma Tramvainaya, le han expulsado de su s¨®tano- refugio. "Han sido los milicianos chechenos, quienes dec¨ªan necesitarlo por razones de guerra". Yuri y Galina le consuelan. "No te preocupes, te puedes quedar con nosotros". Pero ¨¦l responde: "Los chechenos me han dicho que van a montar un estado mayor en el refugio, por lo que todo este barrio se va a transformar en zona peligrosa".
A Rachid, un aviejado taxista de s¨®lo 54 a?os, checheno y vecino de los rusos, la noticia que trae Zora le cae como una bala. Su casita de toda la vida, en pie a¨²n de forma milagrosa, es ahora por proximidad, objetivo militar. Al marcharse de Grozni la mira con ternura y le murmura una despedida. Por si acaso nunca la vuelve a ver en pie. En ella est¨¢ toda su vida y todos sus sue?os. Mucha responsabilidad para cuatro muros bombardeados.
Mejor preso que combatiente
Alex¨¦i tiene 18 a?os. Ayuda a un grupo de milicianos chechenos a sacar agua de una alcantarilla al sur de Grozni. Es un prisionero ruso. Perteneciente a la Brigada Kirkinaz de la Flota Norte, cuya base se halla cerca de la frontera noruega. Dice que le tratan bien. Tiene los ojos azules y una calentura junto al lab?o. En vez de barba posee a¨²n una pelusa rubia indefinida. Parece un ni?o con uniforme de hombre. "Estoy mejor aqu¨ª que combatiendo", dice. Su guardi¨¢n, Isa, le mira divertido. "Nosotros dejamos que se vaya, pero ¨¦l no quiere". El ruso fue apresado el 8 de enero, dos d¨ªas despu¨¦s de llegar a Grozni. Estaba de patrulla en una f¨¢brica de materiales de defensa llamada Martillo Rojo. Su compa?ero muri¨®. Alex¨¦i est¨¢ convencido de que en su unidad no le echan de menos porque creen que est¨¢ muerto. "Si descubren que estoy prisionero me reclamar¨¢n, pero yo no quiero regresar".En la despedida, temeroso de que su madre, Aleftina, le creyera igualmente muerto, pidi¨® un favor: "?Pod¨¦is llamarla?".
La madre de Alex¨¦i se llev¨® un susto de muerte al o¨ªr la noticia por tel¨¦fono. La ¨²ltima vez que supo de su hijito fue en octubre. Le hac¨ªa con su unidad, all¨¢ en el norte, golfeando. No ten¨ªa la menor idea de que combat¨ªa en Chechenia o de que se hallaba preso. "?Y ahora qu¨¦ puedo hacer?", pregunt¨® nerviosa Aleftina. "P¨®ngase en contacto con el comit¨¦ de las madres rusas. Ellas le ayudar¨¢n". "Maldito ej¨¦rcito", escupi¨®. "Ojal¨¢ que d¨¦ con mi hijo. Si lo logro, nadie me lo va a quitar de las manos".
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