Im¨¢genes de un paisaje apasionante
La dictadura adormec¨ªa con f¨²tbol las conciencias inquietas, dec¨ªan. En la democracia corrupta se elige el f¨²tbol como refugio, dicen. Gente a la que la pol¨ªtica lleva a empujones al estadio o gente que huye hacia el estadio para escapar de la pol¨ªtica. Se va al f¨²tbol enga?ado o para olvidar, sugieren algunos intelectuales, que de tan profundos que son pierden de vista al hombre y matan con profec¨ªas lo que no logran comprender. Silencio, intelectuales pensando desde hace un siglo: "La misma din¨¢mica del progreso va a desactivar algo tan primitivo" (un cientificista);, "el desarrollo crear¨¢ ofertas deportivas m¨¢s refinadas" (un clasista y, "el hombre nuevo, solidario y puro, consentir ese opio" (¨¦ste es de izquierdas); "qu¨¦ asco" (un cl¨¢sico); "la televisi¨®n matar¨¢ el f¨²tbol" (un inadaptado). Y, sin embargo, no muere, y a veces llega a ocupar el centro de la escena nacional, dej¨¢ndonos la impresi¨®n de que su fuerza crece.Crece tanto que en el primer s¨¢bado del a?o le volaron mariposas por las v¨ªsceras a toda Espa?a por algo tan usual como un Real Madrid-Barcelona. ?Hast¨ªo pol¨ªtico? Eso pasa por la cabeza, y yo hablo de algo que hace cosquillas en el est¨®mago. Los del Madrid, porque pod¨ªa ser; los del Bar?a, porque no lo pod¨ªan permitir, y los dem¨¢s, por resolver una gran incertidumbre que pareci¨® reducirse al desaf¨ªo m¨¢s primario: a ver qui¨¦n es mejor. Pero esa org¨ªa de sensaciones en donde el bien se entiende con el mal no es s¨®lo una cuesti¨®n de honor. Como siempre que un partido importa se juntan la fe, la verg¨¹enza, el odio, el deseo de venganza, el miedo al fracaso, el concepto de naci¨®n, el placer s¨¢dico, el amor, el rito, la culpa. Un juego de proyecciones que nos inquieta de verdad y que compromete nuestra felicidad.
Pasemos r¨¢pido por lo que ya sabemos. Su origen es espont¨¢neo e impreciso, como si una fuerza l¨²dica hubiera impulsado al hombre a patear una esfera en distintas partes del mundo. No nos fue, impuesto, sino que respondi¨® a un mandato instintivo: jugar. Ese poder tribal deja al f¨²tbol a salvo del progreso, porque no hay evoluci¨®n que ponga en olvido al mono que somos.. Fueron los empresarios industriales de la Inglaterra del siglo XIX quienes animaron a los trabajadores (no inocentemente) a competir; as¨ª, el f¨²tbol fue encontrando sus reglas y mutando en espect¨¢culo. Las huellas digitales de los dominadores se ver¨¢n cada vez m¨¢s claras en el negocio, pero aunque detr¨¢s de cada club exista un Berlusconi, los colores de la camiseta, por extra?os simbolismos, le sigue perteneciendo a los aficionados.
Desmond M¨®rris nos ense?¨® a ver un partido como caza ritual, como batalla estilizada, como reflejo de la posici¨®n social, como ceremonia religiosa, como droga, como negocio y como representaci¨®n teatral; todas alegor¨ªas que se hacen solubles en el sentimiento de cualquier hincha que va al campo sin importarle nada lo que acabo de decir. Lo cierto es que si el alma existe tiene una secci¨®n dedicada al f¨²tbol.Sab¨ªamos que las ra¨ªces eran profundas, pero queda por explicar su florecimiento, y si bien el centro de la fiesta no es el mejor lugar para observar, creo que el an¨¢lisis debe empezar por la locura medi¨¢tica.
Cuando la televisi¨®n lleg¨® para adue?arse del mundo, el f¨²tbol ya estaba ah¨ª, y como su estilo es pragm¨¢tico, lo compr¨® y lo us¨®. El f¨²tbol gan¨® porque no hay espect¨¢culo que sobreviva a estos tiempos si no es televisivamente adaptable. ?Amor a primera vista?; m¨¢s bien matrimonio de conveniencia.
Muertas las ideolog¨ªas, el mundo cay¨® en manos de gente pr¨¢ctica que anula cerebros bajo- monta?as de nada. Se ayuda a no pensar, y para eso lo mejor es alejar de la realidad mediante la ficci¨®n, los entretenimientos, los juegos. La televisi¨®n plantea una doble superficialidad: la de la urgencia y la de la mirada. Urgencia porque con su avalancha de informaci¨®n lograr¨¢ que no deje huellas en nuestra conciencia la fugacidad que se nos est¨¢ escapando en estos momentos. El f¨²tbol, que tiene la virtud de renovar ilusiones a toda velocidad, se convierte en un producto apto. Nos aferra al presente con dosis de suspenso, emoci¨®n y, en algunos casos, belleza. Un cuento que interesa y cierra porque resuelve un misterio (el del resultado) en menos de dos horas.
En cuanto a la mirada televisiva, es frivolizadora, pero al f¨²tbol no le importa, porque el juego existe para ealejarnos de lo serio. La visi¨®n del buen aficionado queda condicionada por la falta de calor popular, que le resta pasi¨®n al inter¨¦s, y distorsionada por la reducci¨®n del panorama (s¨®lo se ve las inmediaciones del bal¨®n) y por el capricho del realizador, que muchas veces (demasiadas, quiero denunciar) lleva nuestros ojos hacia sitios secundarios mientras el partido est¨¢ que arde. Pero la televisi¨®n publicita el f¨²tbol al multiplicar con repeticiones la pol¨¦mica, el detalle de clase o la cumbre del gol. Tambi¨¦n lo humaniza al ponernos en el sal¨®n de casa el gesto de alegr¨ªa, desilusi¨®n o rabia de los jugadores para que los ni?os los conviertan en h¨¦roes y las ni?as en novios (bienvenidas, mujeres). No es f¨²tbol, sino futbolistas, pero todo sirve para empujar la locura. ?Que la tiene matar¨¢ el f¨²tbol?; yo creo que lo est¨¢ avivando como espect¨¢culo.
Si s¨®lo hablamos de f¨²tbol hay que recordar que fue en el Mundial de Italia 90 cuando se lleg¨® al punto m¨¢ximo de una peligrosa contradicci¨®n. Un espect¨¢culo popular, universal y pr¨®spero, que disfrutaba de una creciente influencia social, se fue enfermando de importancia. Cuando se entroniza el ¨¦xito, perder un partido puede parecer una cat¨¢strofe, y esa amenaza tensiona al jugador y acobarda al entrenador. La resultante es un f¨²tbol miserable que produce aburrimiento, en nombre de la promesa de eficacia; esto es, ataca la esencia del espect¨¢culo, del juego y del negocio. Italia 90 nos asust¨®.
Hoy, el f¨²tbol espa?ol est¨¢ vertebrado de la mejor manera: buenos jugadores y permiso para jugar. El c¨¢lculo y la geometr¨ªa, que le ponen un bozal al instinto, se debaten hoy contra un discurso abierto en donde el orden es s¨®lo el punto de partida de la creatividad, la t¨¦cnica y el coraje del jugador, verdadero due?o del f¨²tbol.
No es que muerta la rabia se hayan acabado los perros, pero furia ha dejado de ser sin¨®nimo de estilo desde que la quinta del Buitre, primero, y el Barcelona de Cruyff, despu¨¦s, se repartieran los t¨ªtulos de Liga de la ¨²ltima d¨¦cada. Cuando gana el talento, pagar la entrada es m¨¢s f¨¢cil. Hasta los. intelectuales est¨¢n pidiendo la palabra para dotar al f¨²tbol espa?ol de un discurso del que siempre careci¨®.
Lo cierto es que hay d¨ªas en que todo parece ficci¨®n, excepto el f¨²tbol, como si el indiferentismo social que produce el consumismo, la corrupci¨®n y los modelos falsos necesitaran ser compensados por una pasi¨®n l¨²dica.
El f¨²tbol sirve al ocio, no da soluciones, pero, como todo lo que afecta a la alegr¨ªa y la tristeza, a veces alcanza una trascendencia que sin poner en peligro la realidad la sustituye por otra, acaso insignificante, que lo ocupa todo. Se convierte en un agujero tan peque?o como el de una cerradura, desde el que se puede ver un paisaje apasionante. As¨®mese: Laudrups, Stoichkovs, Bebetos.... h¨¦roes en ¨¦poca de escasez; la tribu reunida alrededor de un sentimiento; la fuerza de la ilusi¨®n, de la venganza y del ' erotismo; la fiesta medi¨¢tica; la violencia de los que no encuentran salida ni se sienten representados por nadie. Mire bien; a pesar de su simpleza (o quiz¨¢s por ella), es un juego complejo que nos vuelve aut¨¦nticos en medio de la consagraci¨®n de la mentira. Mire, mire.
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