La guerra gana a la diplomacia en el conflicto Peru-Ecuador
Tensi¨®n b¨¦lica entre los soldados ecuatorianos de la primera l¨ªnea del frente
La tropa del destacamento ecuatoriano fronterizo Soldado Monge, en la confluencia de los r¨ªos Yaupi y Santiago, devoraba en la madrugada de ayer roedores como gatos y, desde pozos de tirador, vigilaba con fusiles y machetes la trinchera opuesta.
Horas despu¨¦s, seg¨²n fuentes militares peruanas, el puesto cay¨® en manos enemigas. La guerra ganaba a la diplomacia, y se hablaba de decenas de muertos en los nuevos combates.
"Me apetece una hamburguesa de peruano"
En Soldado Monge, en la confluencia de los r¨ªos Yaupi y Santiago, un suboficial, con serias limitaciones dentales, aseguraba el mi¨¦rcoles: "Me apetece una hamburguesa de peruano". Estaba en la posici¨®n bombardeada hace una semana por dos helic¨®pteros artillados llegados de la orilla peruana y, que, seg¨²n fuentes militares de Lima, cay¨® ayer en su poder."Si avanzo, s¨ªgueme, si me quedo, emp¨²jame, si retrocedo m¨¢tame", exig¨ªa una pintada en la fachada de madera de un barrac¨®n abatido por la metralla. El recluta Jerpes, 20 a?os, recordaba que ese d¨ªa "el ruido de los motores era temeroso, parec¨ªa de canoas; pero yo no me asust¨¦ y respond¨ª con el fusil". La unidad Soldado Monge, perdida entre la fronda y las quebradas amaz¨®nicas, izaba la bandera ecuatoriana a cuatro horas por un carretera sin asfaltar de un cuartel donde un pelot¨®n de civiles marca el paso con gritos de "?Queremos matar, queremos matar!".
Las choques armados entre Ecuador y Per¨², espoleta de una crisis de incierta conclusi¨®n y origen confuso, tambi¨¦n llegaron hasta este destacamento de, primera l¨ªnea del frente, cuyo acceso obliga a una traves¨ªa de casi 24 horas en dos aviones militares, un autob¨²s amarillo canario y una marcha por corredores cubiertos por la fronda, un puente fluvial hilvanado con cuatro ca?as de bamb¨² bailando, repechos, y lindes minadas, seg¨²n la advertencia del mayor Cabrera. "Por un banano, puede haber perdido un pie", abronc¨® el oficial cuando este enviado, empujado por el hambre, abandon¨® la fila india de un grupo de corresponsales y corri¨® a por la fruta madura. No parece muy posible que esta selva, con una vegetaci¨®n que se tragar¨ªa rascacielos, pueda ser minada profusamente sin poner en peligro la vida de pelotones que en grupos de cuatro atisban los periscopios contrarios en la otra margen de la confluencia y sur gen de veredas y casamatas carganto racimos de fruta, agua y amor patrio. "No nos dejare mos arrebatar la heredad nacional", promet¨ªa uno. "Es la tercera vez quenos atacan des de 1941. ?Hasta cuando vamos a aguantar? No s¨¦ si ser¨¢n m¨¢s fuertes pero nosotros podemos m¨¢s con el ¨¢nimo".
A lo largo del camino de cabras, tendido entre la hojarasca, el cableado del tel¨¦fono de campa?a que comunica con el puesto de mando de Santiago indicaba la ruta hacia el campamento ecuatoriano, establecido en el moj¨®n 21 por el Protocolo de R¨ªo de Janeiro, suscrito en 1942 por los dos pa¨ªses en guerra, y cuatro naciones, avalistas. Ecuador perdi¨® gran parte de su territorio y quedaron por delimitar unos 78 kil¨®metros en la Cordillera del C¨®ndor, todav¨ªa en disputa. El mayor Gustavo O?ate Fierro aseguraba: "No comprendo por qu¨¦ atacaron una ¨¢rea ya marcada, pero queremos que el mundo sepa que somos los agredidos y que no hemos cedido ni un mil¨ªmetro". Empu?aba un subfusil con dos peines, y colgaba en la pechera dos granadas de fabricaci¨®n israel¨ª.
Las se?ales del bombardeo en esta unidad de avanzada, con medida docena de fr¨¢giles edificaciones y un campo de f¨²tbol en un recinto rodeado tambi¨¦n por monta?as bajas y. un verde intenso, no impresionaban mucho. Un barrac¨®n perdi¨® la techumbre de uralita y una pared y se vino abajo; las tablas laterales de otro cayeron astilladas y varios mordiscos en la tierra identifican a¨²n impactos de grueso calibre. Uno de ellos, abri¨® un boquete cerca de una mina antipersonal, de control remoto y radio de acci¨®n de 50 metros, plantada todav¨ªa en el lugar de acuerdo con las instrucciones escritas: "Colocar esta parte de cara al enemigo".
En esta conflicto de escaramuzas b¨¦licas tan remotas, partes castrenes que deben ser aceptados como actos de fe y razones hist¨®ricas y pol¨ªtica interpretadas al arbitrio de las partes, se citan victorias militares, ataques, derribos de helic¨®pteros, incursiones a¨¦reas y soldados muertos que nadie, imparcial, ha podido certificar como buenos. "Somos v¨ªctimas de una guerra de propaganda", aventuraba, cavilando, un desconfiado colega. "Estos destrozos han podido ser simulados para ganar imagen internacional.
Y Per¨², otro tanto". El locutor de una emisora de Quito, cuyo corresponsal en la zona de operaciones vest¨ªa y hablaba de oliva y negro comando, aseguraba a sus oyentes que los cad¨¢veres de los soldados peruanos muertos hieden a merced de las fieras, abandonado por sus compa?eros, cobardes. En el acuartelamiento principal de Macas, una poblaci¨®n de 12.000 habitantes donde se fueron "quienes no tienen cojones", seg¨²n de Adelina Rodr¨ªguez, 28, empleada, seis cazas de combate ecuatorianos se aprestaban al despegue despu¨¦s de la ¨²ltima refriega. Dos of¨ªciales comentaban en la cantina que uno de los choques con Per¨² se debi¨® a que centinelas ecuatorianos descubrieron un helipuerto en un ¨¢rea de frontera considerada como propia. "Un lunes lo detectamos y al jueves siguiente lo pulverizamos", destacaba el coronel Galo Granjal, jefe de la base, quien denuncia trampas en el modus operandi peruano. "Siempre hacen los mismo: ocupan una posici¨®n con fuerzas aerotransportas y luego tratan de quedarse diciendo esto ya es m¨ªo". La alerta no pudo ser eterna y las aburridas imaginarias en la jungla acercaron a vig¨ªas ecuatorianos y perua-, nos que en algunos tramos de la divisoria jugaban al, bal¨®n volea hasta el pasado a?o. "Siempre hubo hermandad y en diciembre estuvieron jugando en la canchita del moj¨®n del ¨¢rbol", dec¨ªa un capit¨¢n.
Un batall¨®n a paso ligero, en traje de faena, levantaba una polvareda junto a la pista de grava de la base de Pachuca donde se pos¨® el bimotor Arava que transporta al cuerpo expedicionario de prensa. El jefe de pelot¨®n Mitiak Luis es un ind¨ªgena shuara del oriente nacional, chaparro y torete, que aguanta marchas de dos d¨ªas cargando un lanzacohetes, un terror¨ªfico cuchillo de monte, un fusil FAL, munici¨®n y una mochila con pertrechos. "Vamos por la pura selva, se?or. Nos enfrentamos a un enemigo bien traicionero y ya es hora de que nos hagamos sentir". Este indio amaz¨®nico tiene 22 a?os, tres de servicio en la escuela Tigre, y cree que no hay razones para temer a los pumas, panteras, jaguares y serpientes venenosas que habitan en la floresta y cerca del curso de los r¨ªos. "Sabemos c¨®mo evitarlas, adem¨¢s por esta parte no hay muchos tigres, casi todo son reptiles y culebras venenosas".
La noche en la selva, el firmamento estrellado y la sinfon¨ªa animal escuchada desde la espesura, sobrecog¨ªa el mi¨¦rcoles. Mitiak pensaba que "est¨¢n siendo muy tranquilas y adem¨¢s sabemos detectar los ruidos". Su patrulla de diez, formada con la impedimenta de marcha, aguardaba el helic¨®ptero que la descolgar¨ªa en parajes donde avanzar un kil¨®metro puede obligar a cont¨ªnuos zizagueos y horas de machete. "C¨®mo decirle, tambi¨¦n aqu¨ª hay bastantes obst¨¢culos. El enemigo pueden atacamos con trampas y huecos cazabobos, pero yo con este tubo [lanzacohetes] hasta puedo bajar aviones y helic¨®pteros". Muchos indios shuaras han sido entrenados por el ej¨¦rcito en la lucha selv¨¢tica pero un soldado negro, en Maca, indicaba que algunos bosques intricados y distantes viven "otros salvajes, que van siempre desnudos y atacan con cervatanas y veneno". Mitiak, que duda un instante, lo niega: "Somos civilizados y dispuestos a defender la Amazonia ecuatorial".
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