No solo votantes, tambi¨¦n candidatas
La reciente noticia de la rebeli¨®n de las mujeres de Izquierda Unida (IU) contra su direcci¨®n por la escasa presencia femenina en las listas de candidatos para las pr¨®ximas elecciones municipales y auton¨®micas demuestra dos hechos. Por un lado, las mujeres militantes de partidos pol¨ªticos desean estar presentes en los Ayuntamientos y Gobiernos regionales, pero, por otro lado, parten de una situaci¨®n de falta de representaci¨®n en los ¨®rganos de poder de sus partidos. Precisamente, IU es uno de los grupos pol¨ªticos que m¨¢s se ha manifestado p¨²blicamente a favor de incluir a mujeres en puestos de responsabilidad, llegando a comprometerse a que un tercio de estos puestos fueran ocupados por mujeres. Pero, por muchas declaraciones de buenas intenciones que hagan, la escasa participaci¨®n femenina es un rasgo que caracteriza a todos los partidos pol¨ªticos espa?oles, y ello se pone de manifiesto con toda claridad cuando llegan los periodos electorales.El sistema electoral espa?ol no permite medir la popularidad o credibilidad pol¨ªtica individual de un l¨ªder, sino que ¨¦ste ha de presentarse siempre dentro de un grupo o partido. Ello, que tiene sus ventajas en cuanto a, estabilidad parlamentaria, tambi¨¦n tiene sus costes, como , por ejemplo, el enorme poder pol¨ªtico de los aparatos de los partidos y la escasa responsabilidad individual tanto en los ¨¦xitos como en los fracasos. Son los partidos los que mediatizan la participaci¨®n pol¨ªtica de los individuos, hombres y mujeres. Desde siempre, los aparatos de los partidos est¨¢n fuertemente masculinizados, y son esas maquinarias pol¨ªticas, donde hay muy pocas mujeres, las que elaboran las listas electorales, a la vez que es responsabilidad suya ofrecer a la sociedad un abanico de candidatos algo m¨¢s equilibrado entre hombres y mujeres.
El compromiso de participaci¨®n de mujeres lo toman los partidos presionados por la opini¨®n p¨²blica; sin embargo, a la hora de elaborar las listas o de seleccionar candidatos para cualquier cargo p¨²blico, la competencia entre los aspirantes es muy fuerte y las afinidades entre los hombres act¨²an con eficacia: es lo que los ingleses llaman el club de los chicos. La influencia de la amistad y la camarader¨ªa funciona espont¨¢neamente entre iguales frente a las diferentes maneras de actuar, de estar y de competir de las mujeres. La pol¨ªtica ha sido tradicionalmente un terreno masculino, un campo vedado a las mujeres, y ello influye negativamente en las posibilidades de participaci¨®n de aquellas que se incorporan a los partidos pol¨ªticos.
Las dificultades para alcanzar una participaci¨®n equilibrada de las mujeres tienen su origen en la contradicci¨®n entre los intereses de los partidos como grupo y los intereses individuales de sus militantes. Mientras que la oferta electoral es responsabilidad del partido, la lucha por los puestos de representaci¨®n pol¨ªtica es individual. As¨ª vemos que tanto en IU como en el PSOE o en el PP la direcci¨®n puede darse cuenta, al estudiar su estrategia electoral, de que hay que elaborar listas sugestivas para los votantes: encabezadas por l¨ªderes conocidos, incorporando candidatos con gancho popular e integradas por un buen n¨²mero de mujeres (en justa representaci¨®n de los electores), de modo que los ciudadanos se sientan atra¨ªdos a dar su voto a ¨¦stas y no a otras listas. Pero, por otr parte, las ambiciones personales, que contribuyen a fomentar una carrera pol¨ªtica, son individuales, tienen su base en una trayectoria personal y no se desarrollan de igual manera en unos y en otros individuos. Las diferencias se hacen muy marcadas si examinamos las carreras pol¨ªticas de las mujeres. Hay una serie de discriminaciones, de obligaciones personales y de dificultades de todo tipo que se a?aden a los obst¨¢culos que han de superar todos los que se dedican a la cosa p¨²blica. La consecuencia es el escaso n¨²mero de mujeres en los partidos y menos a¨²n en los puestos de reponsabilidad. Los partidos pol¨ªticos se encuentran as¨ª ante una paradoja. Su propio sistema disminuye el n¨²mero de mujeres justamente cuando ellos mismos son conscientes de la conveniencia de que estuvieran m¨¢s presentes. Los partidos deben, y saben que deben, presentar mujeres porque los ciudadanos quieren que ellas est¨¦n entre las personas que se ocupan de los asuntos p¨²blicos, pero las maquinarias de los partidos tienen pocas en su seno porque las mujeres son candidatos a los que se descarta m¨¢s f¨¢cilmente.
De modo que los partidos se debaten en una gran contradicci¨®n: o aparecen ante la opini¨®n p¨²blica con una versi¨®m masculina de la pol¨ªtica, dando as¨ª una imagen anticuada, de reaccionarios pasados de moda, o reconocen la necesidad de contar con las mujeres y se enfrentan internamente a sus propios aparatos, neutralizando la competencia desigual que se produce en el terreno pol¨ªtico entre hombres y mujeres.
Las Mujeres tienen que estar en la pol¨ªtica, tienen que estar en la direcci¨®n de los ayuntamientos,, tienen que formar parte de los equipos que toman las decisiones p¨²blicas. Por muchas' razones, de las que la fundamental es la legitimidad democr¨¢tica. Se puede pensar, ciertamente, que las mujeres aportan a la pol¨ªtica su sensibilidad hacia las cuestiones personales y familiares, o su conocimiento de muchos problemas cotidianos, peto no son las peculiaridades gen¨¦ricas las que justifican la necesidad de representaci¨®n femenina. Es su derecho a la participaci¨®n, su responsabilidad de estar presentes en los asuntos p¨²blicos lo que justifica y hace ineludible la presencia de mujeres en los ¨®rganos de toma de decisiones.
La democracia necesita ampliar sus bases de legitimidad en un proceso hist¨®rico que no ha hecho m¨¢s que aumentar desde la aparici¨®n de la idea del gobierno por el pueblo, y la presencia de las mujeres en los asuntos p¨²blicos es, a finales del siglo XX, una asignatura pendiente de la democracia.
Dec¨ªa Lipset que todo proyecto pol¨ªtico democr¨¢tico que quiera mantenerse necesita ampliar su legitimidad. La historia de la democracia es la historia de las sucesivas ampliaciones de la ciudadan¨ªa, buscando un apoyo popular cada vez m¨¢s general a las decisiones del poder. Hace ya muchos a?os que cobr¨® su verdadero sentido la frase emblem¨¢tica de la democracia: "Un hombre, un voto", integrando en ella la realidad de "una mujer, un voto". Es hora de superar esta idea b¨¢sica de participaci¨®n femenina haciendo de las mujeres no s¨®lo votantes, sino tambi¨¦n candidatas, en n¨²mero suficiente para convencer a la opini¨®n p¨²blica de que los partidos desean de verdad acercar los ¨®rganos de poder a la realidad de los ciudadanos.
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