Entre Ham¨¢s y Rabin
Con la llegada de la OLP a Gaza, el conflicto entre la ANP y Ham¨¢s se agudiza. A la guerra de pintadas y campa?a de descr¨¦dito contra Arafat, ¨¦ste responde con interrogatorios, detenciones y redadas de islamistas. La nueva polic¨ªa palestina -compuesta en su mayor parte de militares del Ej¨¦rcito de Liberaci¨®n que hab¨ªan seguido a Arafat de Jordania al L¨ªbano y del L¨ªbano a Tunicia para diseminarse luego en diferentes pa¨ªses "hermanos", desde Argelia hasta Yemen- act¨²a con improvisaci¨®n y desorden, recurriendo a menudo, conforme al testimonio de observadores imparciales, a m¨¦todos calcados de los mujabarat de algunas dictaduras ¨¢rabes. Junto a la seguridad nacional y guardia presidencial subvencionadas por la Comunidad Europea existe una polic¨ªa: civil en uniforme azul, una polic¨ªa pol¨ªtica denominada "preventiva" implantada en Jeric¨® y dirigida por el impetuoso e imprevisible Yibril Ray¨²b, unos servicios de informaci¨®n general y otros de informaci¨®n militar. Dicha proliferaci¨®n de servicios y sus expeditivas y a veces cruentas luchas internas, especialmente en Cisjordania, alarman con raz¨®n a numerosos palestinos, ya sean de convicciones democr¨¢ticas, ya de sensibilidad islamista.El atentado suicida que caus¨® la muerte de tres soldados israel¨ªes en la encrucijada de la carretera general a Rafah y el asentamiento de Netzarim, obra de la Yihad Isl¨¢mica, y la redada consecutiva, de 150 militantes de la misma por la polic¨ªa de la ANP, arrastr¨® a millares de j¨®venes de Gaza, encuadrados por las dos organizaciones islamistas, a exigir su liberaci¨®n inmediata en un gran mitin de protesta: los manifestantes coreaban consignas antiisrael¨ªes y denunciaban "la colusi¨®n de Arafat con Rabin". En circunstancias controvertidas -las versiones de lo ocurrido son diametralmente opuestas-, la polic¨ªa que acude el viernes 18 de noviembre a la mezquita palestina a confiscar las bocinas de los oradores, recibida con una lluvia de piedras, dispara con bala: var¨ªas personas caen mortalmente heridas. Durante 12 horas, los enfrentamientos se propagan a todo el enclave, con su secuela de pillajes, agresiones e incendios. Gaza revive con furia los peores momentos de la Intifada. Balance de la represi¨®n: 13 muertos.
Muy significativamente, durante el tumulto del viernes negro, los militantes de Ham¨¢s prendieron fuego a los dos, ¨²nicos cines del enclave, reabiertos despu¨¦s de su cierre forzoso en tiempos de la Intifada: el Naser (la Victoria), en la popular avenida de Omar el Mojtar en Gaza, y el Shahid (el M¨¢rtir), en Rafah.
"Los islamistas se oponen a todas las actividades culturales y art¨ªsticas que transmiten la ideolog¨ªa occidental decadente, ironiza un joven bigotudo y con gafas mientras fotograf¨ªa la fachada devastada del Naser. Algo totalmente absurdo, ?no le parece? Con este enfoque, habr¨ªa que arrancar las cepas de las vi?as con el pretexto de que el vino pro-. cede de ellas. Pero, ?no producen acaso las uvas que todos comemos?".
La brecha abierta entre la ANP y Ham¨¢s parece dif¨ªcil de colmar. Los islamistas acusan con vehemencia a Arafat de haber vendido de baratillo los "objetivos sagrados" de la Resistencia: el retorno a sus hogares de los dos millones y pico de refugiados del 48, la reconquista de todo el territorio ocupado y la fundaci¨®n de un Estado palestino con capital en Jerusal¨¦n. Seg¨²n Yusef Ibrahim, corresponsal de The New York Times, los detenidos de los movimientos opuestos al llamado "proceso de paz" emplean la t¨¢ctica despiadada de responder en hebreo a sus interrogadores (muchos j¨®venes de Gaza aprendieron este idioma durante su estancia en, la c¨¢rcel) y de dirigirse a ellos con el t¨¦rmino humillante de katz¨ªn, (oficial del ej¨¦rcito israel¨ª).
?Nos encaminamos a la temida guerra civil palestina que algunos predicen y muchos desean?
Tras un trayecto en zigzag por los barrizales y calles anegadas, Sami me conduce al, encuentro concertado con Mahm¨²d Zahar, uno de los dirigentes m¨¢s respetados de Ham¨¢s, cuyo domicilio fue ametrallado recientemente por unos desconocidos. Su cr¨ªtica de los acuerdos de Oslo y Declaraci¨®n de Intenciones de Washington es mordaz y severa.
"?C¨®mo puede hablarse de paz si continuamos en guerra y con el 95% de nuestro territorio bajo control israel¨ª? Arafat se ha rendido sin conseguir nada a cambio. Sus planes econ¨®micos han fracasado y se ve oblig4do.a mendigar a Rabin y a Clinton. ?Por qu¨¦ permite que 6.000 palestinos muchos de ellos de su propio grupo pol¨ªtico, se pudran en las prisiones de Israel? ?Para qu¨¦ quiere tanta polic¨ªa sino para reprimir a su pueblo? ?Qui¨¦n lo ha elegido al cargo que ocupa? Nosotros pedimos elecciones limpias y transparentes".
Las noches en Gaza son tristes: sin alumbrado p¨²blico y con los escasos caf¨¦s y restaurantes que cierran temprano, como sujetos a¨²n a un imaginario toque de queda, los pocos noct¨¢mbulos que se aventuran. por las calles encharcadas y se someten al control de las barreras de polic¨ªa suelen darse cita en alguno de los dos hoteles de la avenida mar¨ªtima: hombres de negocios, funcionarios, alg¨²n extranjero, periodista o miembro de la UNRPR u otra asociaci¨®n humanitaria. Las ¨²nicas mujeres de Gaza con la cabeza descubierta las he visto all¨ª y en la sede de la ANP.
Desde la ventana de mi habitaci¨®n contemplo al amanecer -no hay persianas ni cortinas y me despierto con la ceja del alba- el esqueleto fantasmal del dique. El ambicioso proyecto de Arafat de abrir el enclave al comercio internacional con un puerto capaz de acoger en una primera fase buques de hasta 5.000 toneladas se vino abajo el pasado mes de noviembre, cuando un temporal zarande¨® y desbarat¨® la estructura en construcci¨®n del muelle. Las rocas tra¨ªdas de Jeric¨® para proteger los pilotes met¨¢licos de la embestida de las olas hab¨ªan sido decomisadas meses antes por los israel¨ªes en el puesto fronterizo de Erez con el pretexto de que las obras del puerto no contaban con el aval de la comisi¨®n mixta israelo-palestina que fiscaliza los planes econ¨®micos del enclave. Por la misma raz¨®n, los camiones de recogida de basura donados por Francia al Ayuntamiento de Gaza, los materiales escolares enviados por asociaciones humanitarias y los ordenadores y piezas de repuesto de diversas organizaciones no gubernamentales se hallan retenidos en el puerto de Ashdod y en la frontera egipcia. ?En Oslo todo qued¨® "atado y bien atado"!
Sin desanimarse por la obstrucci¨®n israel¨ª, Arafat no cedi¨® en su empe?o, pero el "experto" con quien se aconsejaba result¨® un charlat¨¢n. Hoy, el pont¨®n desvenciado y maltrecho se interna como un ciempi¨¦s en el mar, torcido, pat¨¦tico y cojitranco.
A unos 300 metros del hotel, entre la costa y un espacioso aparcamiento de autom¨®viles,. se alza el modesto y chato edificio de la Autoridad Naci¨®nal Palestina. Polic¨ªas de la seguridad nacional y 14 guardia presidencial platican con calma a la entrada, filtran el paso de los visitantes y saludan familiarmente a las personalidades que acuden a despachar con alg¨²n "rninistro". Entre quienes aguardan a ser recibidos en la acera opuesta, diviso a un hombre de unos setenta a?os de rostro enjuto y bigote cano, vestido con la galab¨ªa gris y tocado con una cofia de un blanco in maculado: su estampa de adustez y nobleza me impresionan y lamento no haber tra¨ªdo la Pentax para fotografiarle. Aunque un amigo me ha dado el n¨²mero de tel¨¦fono directo de Yasir Andel Rabbo, "ministro" de la cultura y la informaci¨®n -uno de los miembros m¨¢s valiosos e independientes de la ANP-, prefiero presentarme a pie llano y observar el funcionamiento de la nueva Administraci¨®n. Muestro mi pasaporte y carta de acreditaci¨®n y, sorprendentemente, me dejan pasar. Me acomodo en una sala a la que dan media docena de despachos y contemplo las idas y venidas de oficinistas, secretarias y agentes. Al cabo de un rato, un funcionario me comunica que el ministro me recibir¨¢ a las dos de la tarde. Le doy una copia de la carta de acreditaci¨®n y dice a los guardias de la puerta que a mi regreso me. franqueen la entrada sin pre¨¢mbulos. Me presento a las dos, pero la guardia ha cambiado, el ministro asiste a una reuni¨®n del Gabinete y, cuando reclamo la carta, nadie sabe darme raz¨®n de ella: se ha traspapelado.
Alguien me aconseja volver al cabo de una hora: la reuni¨®n debe concluir a las tres y habr¨¢ una conferencia de prensa. Entre divertido y curioso, me siento en el borde de la otra acera. El anciano de aspecto noble camina todav¨ªa de un lado a otro con la mirada puesta en el inaccesible edificio. Un grupo de mujeres quiere ha
blar con Arafat: son viudas o divorciadas y se quejan de que de noche algunos polic¨ªas las importunan, merodeando en torno a sus domicilios y llamando al timbre. Un agente grueso y jovial las mantiene amablemente a distancia. Los periodistas y camar¨®grafos del semanario local Filist¨ªn y del humilde canal de televisi¨®n auton¨®mico, visible s¨®lo en una parte del enclave -las antenas parab¨®licas de un centro repetidor donado por Francia se oxidan en la frontera por falta del cicatero pl¨¢cet israel¨ª-, acechan el final del "consejo de ministros" con una conmovedora fe en la trascendencia del mismo y se precipitan a entrevistar a Nabil Shaat con sus c¨¢maras, micr¨®fonos y jirafas. Al concluir, Shaut desaparece en uno de los autom¨®viles de la ANP. Otro "ministro" es asaltado a su vez por los representantes de los medios de comunicaci¨®n. Ni las mujeres ni el anciano de la galab¨ªa y cofia tampoco consiguen aproximarse a ¨¦l.De nuevo, varios veh¨ªculos arrancan. Un amigo me informa de que Yasir Andel Rabbo acaba de partir a Jeric¨®. Desde mi puesto de observaci¨®n del bordillo, la escena tiene algo de felliniana.Es mi ¨²ltima tarde en Gaza y decido aprovechar la avariciosa luz de la estaci¨®n para contemplar algo bello (o, ?han suprimido tambi¨¦n todo vestigio de belleza los ocupantes de ayer y tutores de hoy del enclave?). Pasado el casco urbano, una carretera bordea la costa con direcci¨®n al sur.
El paisaje es soberbio y, despu¨¦s de aspirar unas bocanadas de aire fresco y salino, damos vuelta atr¨¢s.
Inesperadamente, un veh¨ªculo atestado de polic¨ªas nos corta el paso. Los agentes nos apuntan con sus fusiles ametralladores y me obligan a apearme a la orilla de la carretera. El taxi es escudri?ado de cabo a rabo mientras yo entrego mi pasaporte al que parece ser oficial del grupo. Concluido el registro del veh¨ªculo, Sami es "invitado" a subir al cami¨®n y tres j¨®venes me escoltan en el taxi y arrancamos a toda velocidad con destino desconocido. El que conduce a mi lado aprieta el bot¨®n de la: radio y pone al m¨¢ximo el volumen de la m¨²sica. Los tres polic¨ªas -unos muchachos de alrededor de veinte a?os- parecen excitados y euf¨®ricos y pronto adivino por qu¨¦. Pese al ruido ensordecedor de la radio, capto algunas frases sueltas. Creen haber capturado una buena presa: ?un comandante o coronel israel¨ª! Yu'r not spanis, masculla con furia el conductor. El alborozo de mis captores me enternece y resuelvo callarme: me parece cruel privarles de unos minutos de vengadora alegr¨ªa. El veh¨ªculo irrumpe en la ciudad como en un Chicago de pel¨ªcula y el ch¨®fer toca triunfalmente el claxon a la entrada del cuartel de la seguridad. All¨ª soy guiado a una peque?a oficina en tanto que otro grupo de agentes se encarga de Sami. El interrogatorio, seco al principio, deviene paulatinamente amable. Mis numerosos visados y sellos de entrada y salida en diversos Estados ¨¢rabes intrigan (tambi¨¦n intrigaron a la polic¨ªa del aeropuerto de Tel Aviv hasta el punto de que, no obstante mi petici¨®n de que no estampillaran el pasaporte a fin de no invalidar el visado liban¨¦s, fue sellado por la agente de control sin un pesta?eo). Prudentemente, me abstengo de recurrir a mi dialecto magreb¨ª: ello complicar¨ªa quiz¨¢ la situaci¨®n, pues numerosos israel¨ªes oriundos de Marruecos lo emplean. Tras comprobar que,resido en el hotel que les he dicho, el oficial me devuelve el pasaporte.
Se necesitar¨ªa un libro entero para hablar cumplidamente de Gaza: de su miseria, opresi¨®n, desgarro, sentimiento de abandono y asfixia, de su violenta resaca tras tanta esperanza esfumada y tanto sue?o hecho trizas.
"Mire los j¨®venes de los campos, me dijo un profesor. Viven apretujados,sin trabajo, distracciones, posibilidades de emigrar ni fundar una familia. Un gran porcentaje de ellos fueron torturados o detenidos durante la Intifada. Quien m¨¢s quien menos tiene hermanos, parientes o amigos m¨¢rtires y han permanecido en sus guetos como animales durante semanas enteras. Poco a poco se sienten morir en vida y su coraz¨®n se transforma en bomba. Y un d¨ªa, sin avisar a la familia, correr¨¢n con un arma cualquiera a una operaci¨®n terrorista suicida. No les importa morir porque se sienten ya muertos".
El d¨ªa siguiente c¨ªerro la maleta y regreso con Sami a la frontera de Erez. El taxi matriculado en Israel me aguarda ya y esta vez hago cola con los obreros del enclave en las taquillas de control en donde examinar¨¢n mi pasaporte y me permitir¨¢n salir, con una mezcla de impotencia y dolor, del gueto infame y obsesivo de Gaza.
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