Que hablen las monjitas
Si Hip¨®crates levantara la cabeza, se mor¨ªa del susto: el mi¨¦rcoles pasado un anciano agoniz¨® a 60 metros de la cl¨ªnica Nuestra Se?ora del Rosario, situada en Pr¨ªncipe de Vergara con Juan Bravo. Se trata de una cl¨ªnica de monjitas de la orden Hermanas de la Caridad de Santa Ana. De manera que si Santa Ana levantara la cabeza, se mor¨ªa tambi¨¦n, a menos que fuera atendida por Hip¨®crates antes de fallecer ¨¦l mismo de un infarto. Eso es lo que le pas¨® al pobre de don Jes¨²s Sagarberria, que le dio un infarto al lado mismo de un sanatorio de monjitas de la caridad, lo que no le evit¨® una agon¨ªa despiadada. A lo mejor las monjitas odian a Hip¨®crates porque fue el primer m¨¦dico de la antig¨¹edad que despoj¨® a la enfermedad de sus adherencias religiosas.En efecto, para. Hip¨®crates la enfermedad era un proceso perfectamente natural al que el m¨¦dico ten¨ªa que enfrentarse aprovech¨¢ndose de la propia fuerza de la naturaleza. Quiz¨¢ las monjitas de la Caridad de Santa Ana no han hecho el juramento hipocr¨¢tico porque les parece que Hip¨®crates era un poco ateo, vaya usted a saber. O a lo mejor es que ahora la enfermedad es desde el punto de vista religioso, adem¨¢s de un castigo divino, una fuente de ingresos, es decir, un negocio. Y una cosa es la caridad y otra el negocio. O sea, que si te quieres morir cerca de un sanatorio privado has de realizar antes una provisi¨®n de fondos, no sea que luego la familia no quiera hacerse cargo de los gastos del anestesista.
No s¨¦; no es f¨¢cil saber a¨²n qu¨¦ ha sucedido, porque las declaraciones del administrador del sanatorio son confusas: de un lado, seg¨²n la cr¨®nica de Ana Llovet, afirm¨® que el m¨¦dico de guardia no est¨¢ autorizado a abandonar el hospital, seg¨²n la Ley General de Sanidad. De manera que el m¨¦dico de guardia puede asomarse a la puerta de la calle y contemplar la agon¨ªa de los transe¨²ntes, siempre y cuando no atraviese la l¨ªnea del umbral. Parece una cosa de ni?os: el pobre Hip¨®crates no hab¨ªa previsto la aparici¨®n de esta clase de mentalidad. Pero, por otro lado, este mismo se?or dice que poco puede hacer un m¨¦dico en la calle sin los instrumentos precisos. Despu¨¦s asegura que a las personas que pidieron ayuda al personal del sanatorio se les dijo que transportaran al accidentado. "Pero al parecer", a?ade, "estaban nerviosas y no se enteraron porque nuestro m¨¦dico las estuvo es perando y no volvieron con el paciente". F¨ªjense qu¨¦ cantidad de coartadas: que si la Ley General de Sanidad, que si la falta de instrumentos, que si los peatones son todos unos mantas que se ponen nerviosos enseguida. Entretanto, a la hora del suceso hab¨ªa en el interior del sanatorio tres m¨¦dicos de guardia, cuatro anestesistas, dos equipos de cirug¨ªa, un equipo de ginecolog¨ªa, dos traumat¨®logos y 10 m¨¦dicos m¨¢s que pasaban consulta, todos muy tranquilos. As¨ª que, vistas las cosas con distanciamiento hipocr¨¢tico, las declaraciones del administrador parecen un con junto de tonter¨ªas meramente exculpatorias.
Ahora que a m¨ª me importa un r¨¢bano lo que diga el administrador de Nuestra Se?ora del Rosario. A m¨ª, a quien me gustar¨ªa escuchar es a las monjitas, o sea, a las due?as del negocio. Ver¨¢n, es que en ese mismo sanatorio han nacido mis hijos y quiero saber si tengo que ocult¨¢rselo. Porque si en Pr¨ªncipe de Vergara sucedi¨® el otro d¨ªa lo que parece que sucedi¨®, prefiero que se crean que han venido al mundo en un portal, o en un taxi, o que los trajeron de Par¨ªs: cualquier cosa menos que nacieron en un sanatorio de monjitas de la caridad que no atienden a nadie que no haya hecho una provisi¨®n de fondos. Lo juro por Apolo, m¨¦dico, por Esculapio, por Hig¨ªa y Panacea, y por todos los dioses y diosas a cuyo testimonio apelo. Con perd¨®n de Hip¨®crates.
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