La polic¨ªa someti¨® a hipnosis al ¨²nico testigo del secuestro de Anabel Segura
JAN MART?NEZ AHRENS. No hay fronteras Para los investigadores del secuestro de Anabel Segura. Ni f¨ªsicas... ni ps¨ªquicas. La Brigada Provincial de la Polic¨ªa Judicial de Madrid someti¨® el a?o pasado en dos ocasiones a hipnosis a Antonio B., de 62 a?os, ¨²nico testigo del secuestro m¨¢s largo de la historia espa?ola.
Antonio B., hombre recio y de maneras francas, trabajaba como jardinero el 12 de abril. de 1993, d¨ªa en que la joven estudiante fue introducida por la fuerza en una furgoneta blanca frente al colegio Escandinavo de La Moraleja (Alcobendas).
El hombre, al escuchar el grito de auxilio de Anabel, sali¨® del centro y lleg¨® a ver por un momento a los secuestradores. Un instante crucial. Precisa mente, con las sesiones de hipnotismo, la polic¨ªa trataba de rescatar del inconsciente de Antonio B. alg¨²n detalle que hubiese quedado sumido en el olvido y que condujese a la identificaci¨®n de los delincuentes. Por ejemplo, la matr¨ªcula de la furgoneta.
La primera sesi¨®n de hipnotismo se desarroll¨® en la comisar¨ªa de Latina. Una fr¨ªa ma?ana de invierno, dos agentes de Secuestros recogieron a Antonio B. en su domicilio de Hortaleza. En coche le llevaron hasta las dependencias policiales. `Yo, por ayudar, que no falte", comenta el jardinero. Un psic¨®logo de la polic¨ªa abri¨® el interrogatorio. Relajaci¨®n, luces tenues, voz tranquila. Nada. Las preguntas del hipnotizador, seg¨²n cree recordar Antonio B., chocaron contra el muro del olvido. La polic¨ªa no desesper¨®. En menos de un mes le volvieron a recoger, rumbo a un nuevo viaje al interior de su psique. Esta vez los agentes escogieron como hipnotizador a un especialista de prestigio de Majadahonda. Antonio recuerda sus barbas blancas y su acento extranjero.
PASA A LA P?GINA 3
"H¨¢gase a la idea de que oye las olas del mar", le susurraron al testigo en el div¨¢n policial
VIENE DE LA P?GINA 1El facultativo le tumb¨® en un div¨¢n. La habitaci¨®n descansaba en penumbra. Le masajearon dulcemente el rostro. Relajaci¨®n. El hombre de barba puso la voz muy, muy suave: "H¨¢gase a la idea de que oye las olas del mar". Pero Antonio B., por m¨¢s que lo intentaba, segu¨ªa pegado al div¨¢n. Sent¨ªa sus manos fr¨ªas y el mundo boca arriba. "Es que me pongo muy nervioso" rememora y a?ade: "Me hicieron mil preguntas, incluso me dijeron que dijese n¨²meros a boleo, creo que era para ver si consegu¨ªan la matr¨ªcula". La sesi¨®n termin¨® difusamente [en la hipnosis, el paciente vive lo que sucede]. "La verdad es que me comentaron que hab¨ªan confirmado que dec¨ªa la verdad, pero que no pod¨ªan sacarme m¨¢s informaci¨®n". Con este resultado, le devolvieron a casa y le indicaron que posiblemente le requiriesen otra vez.
Desde entonces no ha vuelto a recostarse en el div¨¢n. Pero Antonio B., casado y con una hija de 28 a?os, no olvida. Su relato, hasta la fecha guardado por la polic¨ªa y la juez -nunca hab¨ªa hablado con los medios de comunicaci¨®n-, constituye, junto con las conversaciones telef¨®nicas de los secuestradores, la base de la investigaci¨®n.
Antonio B. recuerda que el 12 de abril de 1993, d¨ªa festivo, hab¨ªa regresado de Galicia con su esposa. Esa misma jornada, la familia viaj¨®, desde Madrid, hasta su pueblo natal, en el suroeste de la Comunidad de Madrid. Antonio B., sin embargo, prefiri6 acudir a su puesto de trabajo, para "hacer unos arreglillos". Con su Ford Fiesta se desplaz¨® hasta el colegio Escandinavo, en la urbanizaci¨®n de La Moraleja.
Sobre las 14.30 se cruz¨® junto al centro escolar con una joven rubia, alta, vestida con ropas deportivas. La chica, de paseo, escuchaba m¨²sica con unos cascos. El jardinero la conoc¨ªa de haberla visto por la zona en otras ocasiones. Era Anabel Segura.
Antonio B. entr¨® en el centro. La joven sigui¨® su camino por la acera de enfrente, en direcci¨®n al colegio Base. Unos 20 minutos despu¨¦s, a las 14.50, el jardinero, de faena en las calderas del colegio, escuch¨® una llamada de auxilio. "?Socorro!", grit¨® una voz femenina. Antonio B., siempre seg¨²n su relato, cruz¨® el jard¨ªn y sali¨® a la calle. Corriendo.
En la calzada se top¨® con una furgoneta blanca ya en marcha. Tras el cristal acert¨® a distinguir a dos secuestradores.
Uno agazapado y otro, al volante, de rostro moreno. Antonio B. not¨® c¨®mo el conductor del veh¨ªculo, de perfil, le clavaba la mirada. El jardinero le insult¨®. La peque?a furgoneta, sin ventanas traseras, del tipo Renault-4, aceler¨®. "Si lleg¨® un poco antes, los agarr¨®", indica Antonio B., quien descubri¨® en el suelo el rastro de Anabel: el casete port¨¢til, la cinta, la chaqueta deportiva y la camiseta. Presumiblemente, Anabel se hab¨ªa resistido a los secuestradores y durante el forcejeo perdi¨® la ropa de cintura para arriba.
Inmediatamente despu¨¦s de recoger las prendas, Antonio B. mont¨® en su Ford Fiesta. Pretend¨ªa seguir a la furgoneta y alertar a la Guardia Civil. En el trayecto se encontr¨® con un vigilante jurado, con perro pastor alem¨¢n, al que cont¨® lo sucedido. Fue este guarda quien avis¨® a la polic¨ªa. Desde entonces, la b¨²squeda del paradero de Anabel Segura se ha convertido en uno de los principales quebraderos de cabeza de los agentes madrile?os. (El ¨²ltimo contacto telef¨®nico con los secuestradores, que ped¨ªan 150 millones de rescate, se estableci¨® el 22 de junio de 1993).
A Antonio B., como ¨²nico testigo de los techos, se le ha recomendado por su seguridad que se mantenga en el anonimato. Su testimonio, si alg¨²n d¨ªa se captura a los delincuentes, ser¨¢ fundamental en la prueba de reconocimiento.
El hombre, que poco despu¨¦s del secuestro perdi¨® el trabajo, ha manifestado su total disposici¨®n a ayudar a la familia de la v¨ªctima. "He sufrido pesadillas y a¨²n paso noches en vela. Pero tengo la absoluta certeza de que Anabel a¨²n vive", afirma este jardinero, quien no teme ser sometido nuevamente a hipnosis. Una t¨¦cnica de modificaci¨®n del estado de la conciencia que se emplea en la lucha contra el dolor y en el tratamiento del estr¨¦s, las fobias y ciertas adicciones. Su caracter¨ªstica, seg¨²n los expertos, reside en que centra toda la atenci¨®n del paciente en un solo punto.
Esta reducci¨®n relaja las barreras naturales de la mente y fija con mayor intensidad los mensajes que se reciben -como las preguntas del psic¨®logo de la polic¨ªa- Uno de los m¨¦todos consiste en encadenar sugestiones -por ejemplo, la luz, los masajes, la voz...m¨¢s r¨¢pidamente de lo que se pueda racionalizar. Las funciones del cuerpo se lentifican pero el individuo vive lo que sucede.
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