Nostalgia de Lerroux
Volver por donde sol¨ªa: eso ha hecho don Eugenio Tr¨ªas. Su memorable art¨ªculo en EL PA?S del pasado 27 de febrero (El dogma del nacionalismo ling¨¹¨ªstico) no es m¨¢s que un remake de viejos textos suyos -recuerdo en particular uno que fue famoso, La Espa?a de las ciudades, all¨¢ por febrero de 1987- destinados a satanizar las expresiones pol¨ªticas mayoritarias del nacionalismo catal¨¢n actual. S¨®lo que donde anta?o enfatizaba el contumaz reaccionarismo de Pujol y sus huestes, hoga?o -influido sin duda por la moda medi¨¢tica que se lleva en la Corte- abomina de ellos por ser "nacionalistas ling¨¹¨ªsticos".Puesto que el se?or Tr¨ªas no se toma la molestia de precisar el concepto, resulta dif¨ªcil discut¨ªrselo en un plano te¨®rico. Ahora bien, si se refiere a la consideraci¨®n de la lengua Como un elemento determinante de la identidad nacional, la respuesta es obvia: casi todos los nacionalismos contempor¨¢neos, con o sin Estado propio, son ling¨¹¨ªsticos. Lo es, notoriamente, el espa?ol, que tiene dicho desde hace siglos aquello de la lengua, compa?era del Imperio", que enarbola la letra como una bandera, que sufre por el status ling¨¹¨ªstico de los puertorrique?os, que toca a rebato patri¨®tico ante hipot¨¦ticos retrocesos del idioma castellano en Catalu?a.
De hecho, se conocen pocos nacionalismos af¨¢sicos o esperantistas. Por otra parte, no creo que Eugenio Tr¨ªas prefiera aquellas identidades nacionales que, en lugar de la lengua, toman como elemento cohesionador la religi¨®n, o los genes. Al fin y al cabo, una lengua se aprende, y se puede poseer junto con otras; no as¨ª una fe, o una raza. Pero el se?or Tr¨ªas, adem¨¢s de vituperarlo, quiere demostrar que ese "nacionalismo ling¨¹¨ªstico" no es m¨¢s que la usurpaci¨®n, la adulteraci¨®n de un primigenio y beat¨ªfico catalanismo -el de Valent¨ª Almirall, por ejemplo- menos obsesionado por la lengua. Pues bien, veamos lo que escrib¨ªa a este prop¨®sito Almirall, en 1886: "El signo del esclavo era tener que hablar la lengua del amo, y nosotros llevamos encima e se estigma. ( ... ) En la lengua de los vencedores se nos manda, se nos juzga, se nos ense?a. Incluso cuando la autoridad, el juez o el maestro son hijos del pa¨ªs, no pueden ejercer sus funciones sino empleando el castellano. La imposici¨®n del lenguaje es un recuerdo constante de nuestra sujeci¨®n. Es lo que marca m¨¢s duramente la distancia que hay desde los que mandan a los que, obedecen (...)".
"No nos duele confesar -prosigue Almirall- que la lengua castellana es una de las que m¨¢s nos encantan y cautivan. Tampoco nos duele confesar que, si no fuera cuesti¨®n de dignidad, la usar¨ªamos mucho m¨¢s a menudo. Pero ( ... ) no podemos dejar de recordar que es la marca de la esclavitud y el estigma de nuestra degeneraci¨®n. ( ... ) El uso de nuestra lengua es la manifestaci¨®n m¨¢s elocuente de nuestra personalidad" (Lo catalanisme, parte primera, cap¨ªtulos IV y V).
A la luz de estas citas, resulta evidente que no es por Almirall por quien suspira don Eugenio Tr¨ªas, sino por Alejandro Lerroux. Y advierto, antes de seguir, que para m¨ª Lerroux no es ning¨²n espantajo descalificador, sino un personaje fascinante que me acompa?¨® durante ocho a?os como objeto de investigaci¨®n y a quien, junto con otros historiadores (Romero Maura, ?lvarez Junco ... ), he intentado restituir en su verdadero papel dentro de la Catalu?a del siglo XX.
De todos modos, el Lerroux cuya invocaci¨®n seduce a Eugenio Tr¨ªas y a algunas otras gentes no es tanto el Lerroux hist¨®rico -un pol¨ªtico lleno de meandros, que vir¨¦ muchas veces de rumbo ante el hecho diferencial catal¨¢n- como el Lerroux mitol¨®gico, esa mezcla de realidad, leyenda y literatura que ha pasado por ser, desde hace 90 a?os, el paradigma de la gallard¨ªa espa?olista en Catalu?a, el palad¨ªn del pueblo desheredado y castellanoparlante -otro mito, al menos en el primer tercio de siglo- frente a la perfidia de la burgues¨ªa catalanista.
M¨¢s claro: lo que el distinguido fil¨®sofo lamenta no es que, hace 100 a?os, Prat de la Riba venciera a Almirall en la partida por definir ideol¨®gicamente el primer catalanismo pol¨ªtico; eso son zarandajas de eruditos. No, lo que le duele a Tr¨ªas -y por eso tilda a casi toda la clase pol¨ªtica catalana de "criptoconvergente"- es la ausencia hoy en Catalu?a de un l¨ªder y un partido pol¨ªtico que rompan el actual "sosiego" del Principado, que escindan artificiosamente la sociedad catalana en dos comunidades ling¨¹¨ªsticas mutuamente hostiles, que para prevenir anhelos de limpieza ling¨¹¨ªstica s¨®lo existentes en alguna imaginaci¨®n calenturienta- aticen un clima de confrontaci¨®n civil. de consecuencias imprevisibles, pero sin duda catastr¨®ficas.
Y bien, el se?or Eugenio. Tr¨ªas es, como todo el mundo, muy due?o de sostener esta tesis, de administrar sus obsesiones y de divulgar sus fobias como mejor le plazca. Sin embargo, los lectores de fuera de Catalu?a tienen derecho a saber que, desde el punto de vista socioling¨¹¨ªstico, el panorama descrito por Tr¨ªas no guarda relaci¨®n alguna con la realidad constatable en las calles, en los centros de trabajo, en los quioscos de prensa, a trav¨¦s del zapeo televisivo o recorriendo el dial radiof¨®nico. Tienen derecho a saber que, en el ¨¢mbito pol¨ªtico, la oposici¨®n a CiU existe y ejerce, aunque para quienes gustan de las emociones de la jungla un pa¨ªs serenamente plural no sea m¨¢s que un encharcado y opresivo oasis. Tienen derecho a saber que, en el terreno doctrinal, las posiciones del se?or Tr¨ªas no entroncan con Valent¨ª Almirall, ni con Pi i Margall, ni siquiera con Alejandro Lerroux, sino, en todo caso, con modelos m¨¢s cercanos en el tiempo y m¨¢s lejanos en el espacio: Slodoban Milosevic y Radovan Karadzic, por ejemplo.
es historiador.
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