La traici¨®n
Tengo la sospecha de que este sinvivir que muchos padecemos ¨²ltimamente por los esc¨¢ndalos pol¨ªticos, esta penita pena y este abrirnos las venas ante tanta ilegalidad y recochineo es una obsesi¨®n propia de cierta edad. O sea, que a los m¨¢s j¨®venes, pongamos que de 25 a?os para abajo, les trae talmente al pairo que Fulano robe o que no robe, o incluso que pague a pistoleros. A ellos les interesan m¨¢s que nada las cosas concretas de sus vidas, amores, ex¨¢menes, trabajos, el ¨¦xito, el dinero y que haya suficiente nieve en la monta?a para poder esquiar el domingo pr¨®ximo (a veces el orden de prioridad empieza por lo ¨²ltimo), peque?as cosas de vidas muy peque?as, y no es que la m¨ªa sea ni un ¨¢pice mayor que la de ellos. Todas las existencias particulares son diminutas en cuanto que las contemplas desde fuera.Comprendo que les aburra la insoportable mezquindad de nuestra pol¨ªtica, pero creo que se equivocan cuando piensan que lo que est¨¢ sucediendo no les incumbe a ellos. Porque los ¨²ltimos a?os de este pa¨ªs est¨¢n siendo una clase magistral sobre la traici¨®n a uno mismo y a los propios principios; sobre c¨®mo puede uno perder no ya los sue?os que un d¨ªa tuvo, sino incluso el recuerdo de haberlos tenido. Es un camino hacia la indignidad que comienza muy pronto, y no con grandes delitos, sino con deshonestidades peque?itas que se van multiplicando como un moho. Ahora, a mi edad mediana, he aprendido que vivir es eso: someterse al cotidiano desgaste de la tentaci¨®n, de las mil posibles corrupciones y mentiras; y procurar resistir, o al menos no naufragar del todo. Tambi¨¦n los, m¨¢s j¨®venes est¨¢n en ese campo de batalla; deber¨ªan contemplar con m¨¢s inter¨¦s el espect¨¢culo para aprender los riesgos. Para apreciar la tonta fealdad de quienes fueron un d¨ªa como ellos y se perdieron.
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