Permanencia intransigente
Apenas apagados los ecos que denunciaban, en nuestro pa¨ªs, la modernidad de T¨¢pies y ya retumban en nuestros o¨ªdos los improperios contra su antig¨¹edad. Antoni T¨¢pies (Barcelona, 1923), sin embargo, no se mueve de donde est¨¢ y con ello marca la diferencia con sus vol¨¢tiles cr¨ªticos. T¨¢pies no se mueve de donde est¨¢ y estaba, porque no ha estado en otro sitio que no fuera el territorio de su arte. Y esta permanencia intransigente merece ser calificada, como lo ha hecho Jos¨¦ Miguel Ull¨¢n en el bello texto de presentaci¨®n del cat¨¢logo de la actual muestra madrile?a del artista catal¨¢n, de ,,obstinaci¨®n". S¨ª, pero T¨¢pies se obstina en ser T¨¢pies y, por mucho que sea el griter¨ªo y el rechinar de sus m¨®viles e intercambiables imprecadores, esta obstinaci¨®n parece definitiva.El anterior p¨¢rrafo viene dictado ante el asombro que me han producido ciertas recientes descalificaciones contra T¨¢pies publicadas justo en v¨ªsperas de la inauguraci¨®n de su exposici¨®n en Madrid, donde, si la memoria no me falla, no mostraba su obra desde la retrospectiva de 1990 en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sof¨ªa, titulada Extensi¨®n de la realidad, y donde hay que remontarse nueve a?os atr¨¢s, en 1986, para localizar la anterior exposici¨®n de? artista catal¨¢n en una galer¨ªa comercial.
M¨¢s a¨²n: pienso que algo tendr¨¢ que ver el hecho de que esta minizarabanda de descalificaciones antiguo-modernas, se haya producido justo cuando T¨¢pies ha sido objeto de sendas muestras retrospectivas en la Galer¨ªa Nacional del Jeu de Paume de Par¨ªs y el Museo Guggenheim de Nueva York, seguramente concertadas por una misma conspiraci¨®n judeomas¨®nica para sorprender la buena fe del espa?ol, tan antiguo y tan moderno a la vez; vamos: tan suyo, no.
Por mi parte, he de confesar que me emociona, aunque sin sorprenderme, que T¨¢pies, a la vista de las obras que presenta en la galer¨ªa de Soledad Lorenzo, sea tan obstinadamente T¨¢pies, haciendo t¨¢pies cada vez mejores. En la decena escasa de cuadros que cuelgan de los muros de la galer¨ªa est¨¢, en efecto, esa mezcla de elegante y refinado misticismo y de sensual violencia, que le son caracter¨ªsticos; esa misma capacidad de transfiguraci¨®n de la materia es m¨¢s humilde; ese nolli me tangere que, sucede inopinadamente al impaciente gesto agresor, dispuesto a retorcer una irnalla alambrada hasta transformarla en un rompiente de ola; esa anotaci¨®n caligr¨¢fica intimista, ese trapo blanco delicadamente anudado, que pende solitario como una camp¨¢nula residual; esos signo ss¨ªmbolo s, esas huellas danzarinas, esas incrustaciones, espolvoraciones, salpicamientos, esas mixturas alqu¨ªmicas...
. Desde el rojo abrasador del retablo Carne, hasita el l¨ªrico grito ahogado del pozo numeral de C¨ªrculo, todo T¨¢pies aqu¨ª parece- T¨¢pies y es obstinadamente T¨¢pies. ?Escandaliza esta obstinaci¨®n art¨ªstica? En todo caso, recordemos, con Lichtenberg, que "para hacer ruido, se escoge a la gente m¨¢s peque?a, los tambores".
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