C¨®mo evitar un terremoto
Como el metro est¨¢ lleno de bocas, no me cost¨® imaginar que se trataba de un monstruo mitol¨®gico, sediento de cuerpos, al que hab¨ªa que sacrificar diariamente cientos de miles de doncellas y de j¨®venes que, como yo, se introduc¨ªan sumisamente entre sus fauces para calmar su ira. Si le das un sentido a lo que haces, cuesta menos llevarlo a cabo, por doloroso que sea. Yo estoy harto de montar en metro, y de ir a la oficina a ganarme la vida. La verdad es que estoy harto de todo, tambi¨¦n de la existencia; por eso imagino cosas que no son, para soportar la existencia, que es un destierro, aunque no sepamos de qu¨¦ clase de patria hemos sido expulsados, sobre todo los que no hemos hecho nada. As¨ª que esa ma?ana imagin¨¦ que el metro era un monstruo mitol¨®gico, ya digo, con un est¨®mago tan grande que necesitaba una boca en cada barrio para calmar su sed de cuerpos.En cuanto a m¨ª, me hice a la idea de que era una croqueta de jam¨®n y me dej¨¦ devorar por la boca de Canillejas a las siete de la ma?ana. Las magnitudes de aquellas fauces eran impresionantes, pero el monstruo deb¨ªa ser muy viejo, o quiz¨¢ necesitaba sarro, sarro por todas partes.
Yo cre¨ª que los monstruos mitol¨®gicos eran m¨¢s limpios, la verdad. Recuerdo que iba junto a otros cientos de croquetas, que hab¨ªan sido engullidos de un solo bocado por aquella bestia insaciable, cuando vi a mi lado a una chica de diecisiete o dieciocho a?os que me conmovi¨® mucho; era preciosa, de pel¨ªcula, digna de ser sacrificada a un dios y no a aquella porquer¨ªa de animal desdentado y con halitosis. Descend¨ªamos hacia el est¨®mago a toda velocidad, lo not¨¦ porque las paredes agrietadas de esa zona segregaban jugos digestivos, aunque el funcionamiento de las gl¨¢ndulas secretoras era tan deficiente que parec¨ªan goteras. Con un poco de imaginaci¨®n, pod¨ªas hacerte a la idea de que, en lugar de encontrarte en las entra?as de un gigante, estabas debajo de la tierra, en el metro, por ejemplo, de camino a la oficina.
As¨ª que cerr¨¦ los ojos y comenc¨¦ a visualizar en mi interior un vag¨®n al tiempo que repet¨ªa mentalmente: "Estoy en el metro, en el metro, en el metro, en el metro...". La letan¨ªa empez¨® a funcionar, y al poco me convenc¨ª de que los movimientos perist¨¢lticos y antiperist¨¢lticos del intestino que nos diger¨ªa eran en realidad las sacudidas normales de un convoy lleno de pasajeros. No lo hice por m¨ª, a m¨ª no me importa ser devorado, he nacido para eso, para que me devoren, pero sent¨ªa una piedad muy especial por aquella chica y prefer¨ª pensar que, en lugar de estar siendo digerida, se dirig¨ªa a una academia.
Al llegar a ?pera, el proceso digestivo ces¨® y fuimos expulsados al exterior al mismo tiempo; yo deb¨ªa de tener un aspecto espantoso, de verg¨¹enza, pero ella continuaba intacta a pesar de la cantidad de bilis que el h¨ªgado de la bestia nos hab¨ªa arrojado por encima. Sin duda, se trataba de una diosa mitol¨®gica. Lo s¨¦ porque desde aquel d¨ªa veo c¨®mo es tragada por la boca del monstruo en Canillejas, a las siete, y la sigo hasta ¨®pera, donde desciende intacta media horas m¨¢s tarde, como si, en lugar de salir de un aparato digestivo, surgiera de una concha marina. Yo contin¨²o dej¨¢ndome comer, porque s¨¦ que, si el monstruo nota un d¨ªa mi ausencia, se incorporar¨¢ furioso desde las profundidades en las que habita, rompiendo el pavimento al juntar todas sus cabezas. Es lo que t¨¦cnicamente se llama un terremoto, un terremoto que gente como yo y como mi diosa mitol¨®gica logramos evitar d¨ªa a d¨ªa ofreci¨¦ndonos a la bestia en Canillejas, aunque aliviamos la digesti¨®n imaginando que en realidad se trata de un medio de transporte en el que nos dirigimos a ganarnos la vida.
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