Otra galaxia McLuhan'
Marshall McLuhan nos ense?¨® que los efectos de los medios en nuestras vidas no eran triviales, que si el medio era el mensaje ello significaba que el propio instrumento estaba cargado de ideolog¨ªa. Nada era inocente. No hac¨ªa un discurso moralista ni moralizador, pero s¨ª un discurso moral. Es sutil, pero importante, la diferencia. El discurso moral no prejuzga, se hace s¨®lo a partir del conocimiento y de la concienc?a. A su hijo, por lo le¨ªdo en el ¨²ltimo suplemento de World Media de EL PA?S (jueves 9 de marzo), no le transmiti¨® con los genes y la herencia el punto de mira desde el que pensaba. Eric, como se llama, no pasa de hacer un an¨¢lisis superficial, escribe con ligereza, se queda -en el empirismo ignorando el subtexto; el de los libros de su padre, pero tambi¨¦n el de los efectos de los cambios tecnol¨®gicos y en la comunicaci¨®n sobre nosotros. Y hace, pese a lo que dice, un an¨¢lisis cargado de moralina calvinista y encubierta: todo es inmensamente bueno e inocente, "progresamos". Su lectura tecnol¨®gicamente "optimista" de la obra de su padre es una burda an¨¦cdota biogr¨¢fica.Bill Gates, la ant¨ªtesis de McLuhan -Marshall, sin duda-, desde su eterno rostro infantilizado de pel¨ªcula de Spielberg y su discurso convencional, trivializa el mundo a la medida de sus intereses pecuniarios. Aunque todos usemos sus productos -incluso para escribir estas cartas al director-, al menos que no nos quiera vender tambi¨¦n su seudofilosof¨ªa de la vida. Es lo menos que se puede esperar.
Frente a las redes intercontinentales y las autopistas de la informaci¨®n, el desarraigo. Somos seres sin identidad, a merced del mejor postor. El que tenga ¨¦xito tendr¨¢ a su vez derecho a nuestra "alma". El mercado nos impone el futuro, mientras se salda como ganga el pasado. La nueva oralidad nada tiene que ver con la previa a la escritura. Est¨¢ preprogramada. Un individuo sin pasado ni otra memoria distinta a la memoria RAM de su personal computer es el sujeto de m¨¢s f¨¢cil manipulaci¨®n.
Cre¨ªamos consolarnos, ante la trivialidad generalizada, cuando EL PA?S hab¨ªa publicado el d¨ªa antes un ant¨ªdoto a la estupidez como era el hermoso y duro texto de John Berger, y dos d¨ªas antes, el lunes anterior, el implacable ensayo de Antonio P¨¦rez Ramos. Pero, falsa enso?aci¨®n, hoy todos los textos funcionan como mercanc¨ªa, al servicio del consumidor; nadie puede tener m¨¢s raz¨®n que el otro. El medio es el mensaje, lo hab¨ªa olvidado.-
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