David y Haua luchan a muerte por Sud¨¢n
La guerra m¨¢s antigua de ?frica la libran cristianos e islamistas en un pa¨ªs cinco veces m¨¢s grande que Espa?a
ENVIADO ESPECIALDavid Deng es negro como la noche y no estuvo nunca en Jartum. Tiene 17 a?os, la cabeza descubierta, el pelo ensortijado y un Kal¨¢shnikov en las manos. Dice que es miembro de la etnia dinka, cat¨®lico, y que se alist¨® voluntariamente en la guerrilla del Ej¨¦rcito Popular de Liberaci¨®n de Sud¨¢n (SPLA) para luchar "contra la opresi¨®n de los musulmanes del norte". En el cuartel de Bunio, uno de los cuatro que cercan la ciudad de Kapoeta, en Ecuatoria Oriental, al sur de Sud¨¢n, David Deng canta canciones patri¨®ticas y lanza gritos de guerra bajo el sol implacable de la estaci¨®n seca. No sabe nada de Haua.
Haua es Eva. Haua Hassan Adam es oscura como el atardecer y no estuvo nunca en Bunio. Tiene 23 a?os, la cabeza cubierta con una tarha (velo blanco) -que, sin embargo, permite adivinar el pelo ensortijado- y un Kal¨¢shnikov en las manos. Dice que es ¨¢rabe, musulmana, y que se alist¨® voluntariamente en las Fuerzas Populares de Defensa (las milicias isl¨¢micas) y que le gustar¨ªa "ir al frente", porque cree en la yihad (guerra santa isl¨¢mica). En el cuartel deElmarjiat, 40 kil¨®metros al norte de Jartum, baja de un cami¨®n del Ej¨¦rcito cantando canciones patri¨®ticas y lanza gritos de guerra bajo un sol que hace m¨¢s ardiente el desierto en torno. No sabe nada de David.
L¨ªnea del frente
El sur de Sud¨¢n, donde el desierto muda su piel en bosque tropical y donde los ¨¢rabes dejan lugar a los negros africanos, es la nueva l¨ªnea del frente: el islam empuja con fuerza hacia el sur. Ese es el argumento del alt¨ªsimo dinka Elijah Biar Kual, uniforme impecable, salacof brit¨¢nico de sargento bengal¨ª incrustado en el cr¨¢neo y bast¨®n de mando que le sirve para recoger de la floresta la calavera de un "hijo de Al¨¢" y mostrarla al sol mientras sonr¨ªe con su dentadura salpicada de cr¨¢teres.
El¨ªjah Biar es comandante del SPLA en Bunio, un campamento de trincheras, bien organizado y con, armamento reluciente, poblado por centenares de jovenc¨ªsimos milicianos que aprovechan las horas de asueto para aprender ingl¨¦s, matem¨¢ticas y religi¨®n bajo los grandes ¨¢rboles de Ecuatoria. "La nuestra es una guerra. de religi¨®n contra la yihad impuesta por el norte. Aceptar¨ªamos un Sud¨¢n unido si el Gobierno que se formase en Jartum aceptara nuestros derechos y no pretendiera imponernos la sharia (ley isl¨¢mica)".
Como muestra del liberalismo de su fuerza, manda traer un Cor¨¢n y presenta a uno de sus ayudantes, un joven t¨ªmido que se confiesa musulm¨¢n. "Casi un tercio de nuestros soldados son musulmanes", dice el comandante. Al t¨¦rmino de las clases forman ante los oficiales y cantan. Es una tropa a lo Pancho Villa, la mayor¨ªa en chancletas, pero todos con un Kal¨¢shnikov que enarbolar en la tarde africana. Hasta tienen su pelot¨®n de lanzagranadas: el m¨¢s alto adopta una pose heroica torr¨¢ndose al sol con su casco de tanquista ruso atornillado a la cabeza.
La de Sud¨¢n es una de esas grandes guerras olvidadas, que se ha cobrado m¨¢s de un mill¨®n de vidas (medio mill¨®n en los ¨²ltimos diez a?os) y ha provocado el desplazamiento de, varios millones de personas, dentro del pa¨ªs y a trav¨¦s de las, fronteras de Etiop¨ªa, Kenia, Uganda, Zaire y la Rep¨²blica Centroafricana. Las malas cosechas y las sequ¨ªas c¨ªclicas no han hecho sino redoblar el sufrimiento de la poblaci¨®n, que Naciones Unidas y numerosas organizaciones no gubernamentales tratan de paliar desde Lokichogio, un poblach¨®n habitado por ind¨ªgenas turkana al norte de Kenia. Sud¨¢n parece un inmenso espacio muerto, coloreado de amarillo por la voracidad del desierto, que ocupa la mayor parte de sus dos millones y medio de kil¨®metros cuadrados (m¨¢s de cinco veces la superficie de Espa?a).
Desde la independencia del Imperio Brit¨¢nico, en 1956, y salvo un breve periodo de tregua durante el r¨¦gimen de Gaafar el Numeiry, el pa¨ªs ha vivido en guerra. Los or¨ªgenes de los movimientos guerrilleros actuales hay que buscarlos en los Anya-nya (veneno de serpiente), una organizaci¨®n anticomunista y antimusulmana formada por africanos educados en el cristianismo por los misioneros, que ya entonces luchaba por la secesi¨®n.
En Sud¨¢n, uno de los pa¨ªses del cintur¨®n pobre del mundo, los ¨¢rabes representan el 40% de los 27 millones de habitantes, seguidos de los dinka, con el 12%. Son 19 grandes grupos ¨¦tnicos, 597 subgrupos y no menos de 115 lenguas tribales, adem¨¢s del omnipresente ¨¢rabe y del ingl¨¦s. A pesar de ser el islam la religi¨®n nacional -no en vano el golpe de Estado del general Omar al Bashir en 1989 convirti¨® a Sud¨¢n en el primer r¨¦gimen isl¨¢mico y militar del mundo-, s¨®lo el 60% de la poblaci¨®n es musulmana.
En las provincias del sur, Ecuatoria (Oriental y Occidental), Jungla, Alto Nilo, Lagos y Bhar el Ghazal, las guerrillas cristianas y animistas imponen su ley. Basta cruzar desde Kenia para darse cuenta de que la autoridad de Jartum no existe. La frontera, formada por una barra de aluminio sobre dos estacas, est¨¢ controlada por guerrilleros del SPLA, que exigen un salvoconducto expedido por su oficina en Nairobi. Pero las cosas se han puesto feas para la guerrilla, lo que explica que John Garang, antiguo oficial del Ej¨¦rcito de Sud¨¢n que desert¨® para fundar el SPLA, aceptara el jueves la oferta de alto el fuego de dos meses lanzada desde la capital sudanesa. Jartum ha empleado a fondo todo su poder militar y econ¨®mico para aplastar a la guerrilla, aunque la guerra del sur le cuesta, no menos de 130 millones de pesetas al d¨ªa: un peso insoportable para su maltrecha econom¨ªa. Desde 1991, en que pr¨¢cticamente todo el sur estaba en manos de la guerrilla, las cosas han cambiado dram¨¢ticamente. No s¨®lo el empleo, por parte del r¨¦gimen, de aviones para bombardear campos de desplazados y enclaves civiles, sino las divisiones en la guerrilla, fomentadas por Jartum, ha hecho que el campo isl¨¢mico reconquistara gran n¨²mero de ciudades. Pero el coste ha sido descomunal. El relator especial de la ONU y Amnist¨ªa Internacional coinciden en acusar al r¨¦gimen de Jartum de cometer violaciones generalizadas de los derechos humanos. Pero el campo rebelde tampoco est¨¢ exento. Tanto el SPLA como el Ej¨¦rcito para la Independencia del Sur de Sud¨¢n (EISS), del disidente Riek Machar, "han explotado las cuestiones ¨¦tnicas y han hecho de ellas un motivo para matar".
Haua Hassan y David Deng, dos j¨®venes que no se han visto nunca, con la cabeza encharcada de patria y d¨¦ religi¨®n, acaso est¨¦n condenados a matarse por Sud¨¢n si sus jefes no terminan de entenderse. De momento, ella monta y desmonta su Kal¨¢shnikov en un cuartel de Jartum mientras ¨¦l la espera en una trinchera de Bunio.
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