Antidentidad
Cuando imaginariamente me pongo en la situaci¨®n de tener que decir, pistola en mano: "?Que nadie se mueva: esto es un atraco!", pienso que no podr¨ªa ni empezar, de pura risa, por la tremenda convencionalidad del t¨®pico. Pero si en este caso ins¨®lito la de masiado patente imitaci¨®n nos impide creemos el papel, en cambio nos identificamos, tristemente serios, con los que creemos propios de una vida cotidiana. La virtud redentora del "Teatro Natural de Oklahoma", en el que Kafka llev¨® a la perfecci¨®n la vieja idea calderoniana, no est¨¢, como en Don Pedro, en tratar de ganarle por la mano a la fatal teatralidad del mundo, sino en la sabidur¨ªa de ir llevando la alocada autoconvicci¨®n de personajes de nuestras propias vidas a la ir¨®nica y l¨¢bil convicci¨®n de comediantes, cambiando la opresora sugesti¨®n de quien se cree vestido por la ilusi¨®n de quien se sabe disfrazado. Tras el fracaso de la primera redenci¨®n, en la que la palabra quiso hacer se carne, se nos propone, casi a manera de segunda redenci¨®n, que sea la carne la que se quiera hacer palabra, que la naturaleza se haga teatro, o sea que aprenda a verse bajo especie de palabra, que por palabra, por ficci¨®n, se acepte y reconozca. Tomar distan cia de espectador respecto de ese fetiche que llamamos "yo mismo" es tan to como romper el mal encantamiento de la identidad, separando las dos partes de que por su propia esencia se compone. Bien es verdad que habr¨ªa mos preferido la primera redenci¨®n, que la palabra se hiciese carne para, poder confiadamente abandonamos, felices como felices animales, a la creencia de lo, que nos fingimos. Busc¨¢bamos la felicidad en la convicci¨®n, que, sin embargo, entra?a la ceguera que nos lleva a la maldad y a la des gracia. A cambio, la felicidad posible en el Teatro de Oklahoma siempre es tar¨¢ te?ida de esa melancol¨ªa que in filtra hasta los sue?os m¨¢s alegres, por cuanto nunca dejan del todo de saberse sue?os.
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