Tarantino y la muerte
El secreto de la comicidad, al parecer irresistible, de la pel¨ªcula Pulpfiction, consiste en la repetici¨®n de un solo mecanismo, el de la indiferencia ante el dolor ajeno, o el de la trivialidad del sadismo, todo ello envuelto en una adecuada extravagancia formal y aderezado con citas obvias de otras pel¨ªculas a fin de obtener la simpat¨ªa de los entendidos europeos, a ser posible franceses. Francia, para un director de cine norteamericano, es siempre el reino de las canonizaciones fraudulentas, coronadas a ser posible por la Palma de Oro en el festival de Cannes. Si hay algo que no pueda resistir el jurado de Cannes, y la intelectualidad moderna francesa en general, es una pel¨ªcula en la que se mezclen rasgos exageradamente norteamericanos con sofisticaciones visuales europeas: para entendernos, el tipo de cine que inaugur¨® Wim Wenders con Paris, Texas, y que continuaron, obteniendo la pertinente Palma de Oro, los hermanos Cohen con Millers Crossing y David Lynch con Wild at Heart, o Coraz¨®n salvaje. 'Seguramente Paris, Texas no es tan buena ni tan conmovedora como pareci¨® la primera vez que la vimos, subyugados por aquella ¨¦pica de los moteles, de las autopistas y la desolaci¨®n, pero al menos trataba de gente real y de sentimientos humanos, y hab¨ªa en ella eso que ya casi nunca hay en el cine, una sugerencia de respeto hacia los destinos de los personajes. En Millers Crossing y en Coraz¨®n salvaje, que levantaron entusiasmos tan desmesurados como el que hoy provoca Pulp ficti¨®n, ya no queda ni rastro de eso: los personajes son caricaturas de caricaturas, prototipos exhaustos del cine de gansters y del de parejas enamoradas y fugitivas de la ley, y las historias retales y zurcidos de otras historias ya contadas mil veces, gastadas hasta la n¨¢usea, pero eso s¨ª, dotadas astutamente de un mecanismo de legitimidad cultural que disimula el vac¨ªo y vuelve respetable, y sobre todo moderna, la bazofia de lo sanguinario, la miserable pornograf¨ªa puritana de la crueldad.
En el cine donde yo vi Pulp ficti¨®n la gente se echaba a re¨ªr cada una de las mil doscientas veces que se o¨ªan las palabras jodido o maldito, pero las carcajadas arreciaban sobre todo cuando alguno de los m¨²ltiples asesinos que animan la pel¨ªcula mataba o torturaba a alguien sin darle importancia, charlando de sus cosas, o cuando suced¨ªa alguna cosa atroz y los personajes la presenciaban con la misma indiferencia cretina con que miraban la televisi¨®n, rumiando comida basura con la boca brillante de grasa. Es para morirse risa: un yonqui que le pregunta a su camello si no le importa, por favor, que se pique en su misma casa, una mujer en coma por culpa de una sobredosis de droga que se retuerce por el suelo con los ojos en blanco, la boca llena de baba y la nariz ensangrentada mientras el traficante y sus amigos tienen una disputa dom¨¦stica sobre la inconveniencia de aceptar moribundos en la casa de uno, un primer plano de una aguja hipod¨¦rmica bombeando sangre y hero¨ªna mezcladas, unos tipos simp¨¢ticos que limpian de sangre y de trozos de cerebro la tapicer¨ªa de un coche.
En Pulp ficti¨®n da mucha risa el espect¨¢culo de las v¨ªctimas indefensas unos segundos antes de que las ejecuten sus verdugos, y el aire casual con que ¨¦stos llevan a cabo sus tareas. En ese aspecto nada distingue a esta pel¨ªcula de Arma Letal III o Rambo IV, y desde luego, las tan celebradas dotes interpretativas de John Travolta casi est¨¢n a la altura de las de Mel Gibson o Sylvester Stallone. Pero Quentin Tarantino, que finge un aire tan primario, una pose adusta de joven rebelde, casi de noble bruto de Jarrai, tiene sin embargo en dosis limitadas la astucia peculiar de satisfacer a la vez los gustos m¨¢s bajos y de sugerirle al p¨²blico selecto que en realidad est¨¢ viendo otra cosa, un producto de la m¨¢s sutil cinefilia, y que al disfrutar su pel¨ªcula se obtiene el derecho a ingresar en lo m¨¢s moderno, en lo m¨¢s posmoderno, en la ¨²ltima ola, en la vanguardia misma de los tiempos: basta agregarle al rancho visual de costumbre algunas discontinuidades narrativas, m¨²sica adecuada, citas obvias para el gui?o o el codazo cin¨¦filo, algo de dise?o de interiores.Pero lo peor de todo es que tal vez los tiempos son as¨ª, y tambi¨¦n el cien, salvo unas cuantas excepciones, y que la irrealidad cruenta y tediosa de Pulp fiction es un retrato de la realidad m¨¢s acertado de lo que sus multitudinarios defensores (y sus cuatro o cinco detractores pusil¨¢nimes) est¨¢n dispuestos a admitir. A las personas m¨¢s al d¨ªa les oigo decir que la violencia extrema de esta pel¨ªpula es tan s¨®lo un chiste, y que por tanto, de puro ficticia, es inocua en su exageraci¨®n: pero basta mirar los peri¨®dicos para saber que eso no es as¨ª, que lo m¨¢s com¨²n en todas partes es justamente la crueldad gratuita y sin l¨ªmites, de modo que esas bromas tan agradecidas por el p¨²blico tienen m¨¢s o menos la misma gracia que los chistes de negros o jud¨ªos. Todo el mundo se r¨ªe cuando John Travolta apunta con su pistola a la cabeza de alguien que tiembla de rodillas delante de ¨¦l. Si en vez de una coleta y un traje moderno John Travolta llevara un uniforme de las SS, y su v¨ªctima un pijama a rayas, ?se le permitir¨ªa a alguien el derecho a la risa?
En Pulp fiction n¨ª siquiera hay humor negro: tan s¨®lo hay una inhumana falta de piedad, o de compasi¨®n, para ser m¨¢s exactos, una incapacidad aturdida y embrutecida de comprender el dolor, y por lo tanto de crear personajes. Siempre se dice que con los buenes sentimientos no se hace buen arte: yo no he visto nunca una buena pel¨ªcula en la que cualquier residuo de cualquier sentimiento est¨¦ tan ausente como en esta presunta obra maestra. Al fin y al cabo la han hecho en un pa¨ªs donde hay detectores de armas de fuego a la entrada de las esculas p¨²blicas y donde es legal ejecutar en la silla el¨¦ctrica a un retrasado mental o a un menor, pero no permitirles que fumen un cigarrillo antes de morir.
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