Los socialistas
Castillos en el aireLos socialistas: en la obra no se pronuncia el nombre, pero lo pensaban todos los espectadores, invitados por el autor y por sus alusiones claras al partido de una historia de 100 a?os. La t¨¦cnica de La ronda: un personaje contacta con otro, que, a su vez, lo hace con el siguiente: de dos en dos personajes. Se dijo de aquella obra que era el ciclo infernal de la s¨ªfilis: en ¨¦sta es el de la corrupci¨®n pol¨ªtica, a todos los niveles: el dinero y la sangre vertida. El que se enriquece y el que sabe y calla y consiente. El que de pronto decide incorporarse al c¨ªrculo naturalmente, y el que pretender¨ªa retirarse, abandonarlo.No es la primera vez que Ferm¨ªn Cabal hace este teatro de denuncia. Su obra anterior, Traves¨ªa (octubre, 1993), llamaba al desencanto. Me parece que es el segundo desencanto, que quiz¨¢ se puedan numerar en este reino: hubo el primero, grande, de las ilusiones perdidas, y luego una especie de sutura de desencanto del desencanto; en esa segunda era entrar ya los arrepentidos, los nuevos conversos -o, al menos, relapsos- que, habiendo estado dentro del partido, sienten ahora como rabia por su frustraci¨®n. Parece que Ferm¨ªn Cabal es uno de ellos. Otras personas no caen en ello, y el contacto con la obra les indigna: entre las pocas pro, testas ruidosas estaba, por ejemplo, la de la escritora Carmen Mart¨ªn Gaite, tan espectacular como cuando aplaude. Alguna otra pod¨ªa ser callada, y los aplausos no fueron, en todo caso, demasiado abundantes.
Drama: Ferm¨ªn Cabal
Direcci¨®n: Jos¨¦ Luis G¨®mez. Int¨¦rpretes: Juan Jos¨¦ Otegui, Pepo Oliva, Jes¨²s Castej¨®n, Susi S¨¢nchez, Chete Lera, Rosario Santesmases. Escenograf¨ªa e iluminaci¨®n: Sim¨®n Su¨¢rez. Sala Jos¨¦ Luis Alonso del teatro de La Abad¨ªa de la Comunidad de Madrid. S¨¢bado 22 de abril de 1995.
Catarsis
Es una obra que averg¨¹enza un poco, que molesta a muchas personas: o sea, es valiosa por lo que puede tener de la catarsis que ha vuelto a la moda por su aplicaci¨®n en Italia, la depuraci¨®n sin sangre. M¨¢s dolorosa por su forma escueta. Si tiene la forma de La ronda, no tiene, en cambio, su encanto jugoso: es m¨¢s bien la acusaci¨®n antigua del fabiano Priestley, o la de los incorruptibles americanos del estilo de Miller. La l¨ªnea americana -Mamet, o Shepard- est¨¢ en un di¨¢logo directo, sin ambages, a veces c¨ªnico. Supongo que al autor tiene motivos para saber que ha sido o es as¨ª en la realidad, y que ¨¦ste es el desplome.
Muchos espectadores se desconciertan por esta dureza sin descanso, por este martilleo seco y duro durante hora y media, donde hasta las apariciones del amor son tambi¨¦n inf¨¦rtiles, negativas, aprovechadas. Un panfleto, un alegato. Debo advertir que, en su programa, el autor niega que haya pretendido hacer un alegato contra un partido concreto. No tengo ninguna obligaci¨®n de creerle: sobre todo, siendo la realidad y la actualidad como son. Y porque las intenciones de los autores muchas veces se desbordan, otras no llegan, en la realizaci¨®n de la obra. En ¨¦sta todo resulta claro.
Probablemente la verg¨¹enza sana debe referirse tambi¨¦n a que este local de La Abad¨ªa, as¨ª como este director y este dramaturgo, no dejan de participar de las subvenciones y ayudas que las instituciones creadas por ese partido criticado han dado al teatro. No me parece mal. Es un rasgo de valent¨ªa. Y ?deb¨ªan renunciar a ello?
A m¨ª me pareci¨® que en Castillos en el aire hay un modelo de interpretaci¨®n para este teatro; que su director esc¨¦nico, Jos¨¦ Luis G¨®mez, lo ha entendido as¨ª; y que el autor de la obra y ¨¦l lo han transmitido al buen reparto con que cuentan. Quiz¨¢ hayan querido poner en los actores algunos rastros de personajes conocidos y el p¨²blico hac¨ªa ejercicios para identificarlos. Creo que in¨²tilmente: es m¨¢s bien un ambiente, una generalizaci¨®n. Con sus rasgos de esperanza, claro. Tenues, muy tenues.
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