Oklahoma y el desconcierto de EE UU
El odio feroz al Gobierno federal que se hab¨ªa manifestado en las tertulias radiof¨®nicas de Estados Unidos justo antes de producirse el atentado contra el edificio federal de la ciudad de Oklahoma, el pasado 19 de abril, me hizo recordar odios similares que explotaron en Dallas justo antes del asesinato de Kennedy, en 1963. Un a?o antes del magnicidio, yo viv¨ªa con mi marido, Harold Solomon -catedr¨¢tico de Derecho en Yale- nuestras hijas, en Tejas; era el momento culminante del movimiento por los derechos civiles, la ¨¦poca en que se estaba obligando al sur y al suroeste a cumplir la ley federal referente a la integraci¨®n racial.La Facultad de Derecho de la Universidad de Tejas hab¨ªa trasladado a Harold a Austin para que les ayudara a cambiar u programa de ley local (que en algunos lugares, como el este de Tejas, significaba ninguna ley) por lo que los tejanos llamaban ley nordista (federal). Durante un enfrentamiento especialmente violento con la Facultad de Derecho, un estudiante iracundo le pregunt¨® d¨®nde hab¨ªa estudiado. Harold, con orgullosa ingenuidad, contest¨®: "En Harvard". Me sorprendi¨® la furia extrema que provoc¨® su respuesta en el p¨²blico presente en el auditorio: igual pod¨ªa haber dicho que era emisario de Sat¨¢n.
Mi opini¨®n fue que este tipo de orgullo de Harvard cegaba a los "mejores y m¨¢s brillantes", lo que inclu¨ªa a los que rodeaban a Kennedy, y les hac¨ªa subestimar la profundidad de la ira latente en el suroeste. Y nosotros, los del norte, intentando calibrar la temperatura en el sur y el suroeste solamente en el tema racial. En Tejas, la cultura de las pistolas y las estrictas leyes de "no pasar" siempre fueron m¨¢s importantes que la raza. El sur y el suroeste han conseguido la integraci¨®n racial, pero, sea de izquierdas o de derechas, su arraigado populismo sigue siendo profundamente antifederal.
Cuando acab¨® nuestro a?o en Tejas y volvimos a Nueva York, publiqu¨¦ un art¨ªculo en Harper's Magazine sobre los odios vol¨¢tiles que se estaban cociendo en el Estado. Unas semanas despu¨¦s, Kennedy fue asesinado. La actriz Shelley Winters rememora en su autobiograf¨ªa que yo fui esc¨¦ptica de inmediato sobre el uso de la c¨¢rcel de Dallas para encerrar a Oswald. Mientras ella y Tennessee Williams se fueron a rebuscar en las tiendas de m¨²sica de Broadway una grabaci¨®n del canto f¨²nebre del funeral de Lincoln, The Lonesome Trail, yo no hac¨ªa m¨¢s que repetir entre dientes que hab¨ªa una censura total de noticias sobre el paradero de Oswald y que era necesario trasladarlo de inmediato a una prisi¨®n federal.Estados Unidos siempre ha tenido grupos peque?os de extremistas marginales. Se calcula que el n¨²mero actual de milicias paramilitares se encuentra entre las 10.000 y las 20.000. Pero hasta ahora segu¨ªan siendo marginales por sus extra?as ideas. La mayor¨ªa de los estadounidenses no eran verdaderamente conscientes de su existencia con anterioridad al atentado de Oklahoma. En mi art¨ªculo Hemos encontrado al enemigo y somos nosotros, publicado en EL PA?S el pasado diciembre, se?alaba que los intelectuales urbanos neoconservadores y conservadores -muchos de ellos antiguos izquierdistas eran muy r¨¢pidos para se?alar lo malo de la izquierda, pero peligrosamente lentos en cuanto a los peligros de los movimientos de la extrema derecha.
Los republicanos y los dem¨®cratas siempre se est¨¢n atacando unos a otros, pero durante las ¨²ltimas elecciones el concepto de Gobierno federal fue atacado con ¨¦xito por los extremistas republicanos. El peor escenario para albergar grupos marginales es dar legitimidad a sus ideas a la vez que se hace parecer d¨¦bil e ileg¨ªtimo al sistema pol¨ªtico que est¨¢n atacando. En uno de los momentos m¨¢s vol¨¢tiles y extra?os de la historia pol¨ªtica estadounidense reciente, los extremistas republicanos, durante su supuesto "contrato" de 100 d¨ªas con Estados Unidos, intentaron desmantelar el Gobierno federal y toda la legislatura establecida durante la mayor parte de este siglo. Durante esos seis extra?os meses, Russ Limbaugh, el rey entre los empresarios de las tertulias de derecha, cuyas ideas tienen un tremendo atractivo para los grupos de supremac¨ªa blanca, fue festejado y adulado por todo Washington.
Es cierto que Limbaugh no esperaba que las cosas culminaran en la matanza de Oklahoma. Pero hab¨ªa transigido con las ideas locas de los grupos de supremac¨ªa blanca. Una de sus creencias es que el Gobierno fe deral, confabulado con un poder extranjero como las Naciones Unidas, quiere atacarles. Su motivo para desear la abrogaci¨®n de la prohibici¨®n de armas de asalto es su creencia de que est¨¢n siendo asediados. Su grito de alerta ha sido la chapucera incursi¨®n del FBI en el culto davidiano en Waco, Tejas, durante el cual murieron 70 personas tras 51 d¨ªas de punto muerto.Hay un cierto silencio mientras el pa¨ªs encaja el hecho de que su forma interna y muy norteamericana de terrorismo puede suponer un peligro mayor que los enemigos exteriores. Un conserje de Michigan, Mark Koernecke, que tiene una tertulia derechista similar a la de Limbaugh, est¨¢ siendo interrogado por el FBI por ser el jefe de un grupo paramilitar de Michigan que tiene una posible conexi¨®n con el sospechoso del atentado, Timothy J. McVeigh. Y una tertulia en California que sugiri¨® "en broma" disparar contra Hilary y Bill Clinton ha sido ahora cancelada.Al parecer, Internet ha sido el principal terreno de reclutamiento para los grupos paramilitares, que tienen nombres como La Naci¨®n Aria y Los Patriotas de Arizona. La derogaci¨®n de la ley de armas de asalto ha sido retirada temporalmente de la agenda de la C¨¢mara de Representantes, y ni siquiera los extremistas republicanos tienen el descaro de insistir ahora en el derecho de todo ciudadano a poseerlas. Ser¨ªa bueno que nuestros inteligentes intelectuales urbanos, tan desencantados de la izquierda, dejaran de embarcarse en aventuras pol¨ªticas con la derecha salvaje, que no es su h¨¢bitat natural en absoluto. Y tambi¨¦n ser¨ªa muy agradable que nuestros libertarios civiles, con sus agendas liberales, se preocuparan menos de la fidelidad a la noci¨®n abstracta de la segunda enmienda y utilizaran m¨¢s sentido com¨²n: ?tenemos que tener libertad para publicar libros como Mein Kampf a fin de sentimos libres? Creo que, en estos momentos en especial, la mayor¨ªa de los estadounidenses est¨¢n desconcertados. Nunca esperaron verse traumatizados por acontecimientos que revelaron que la guerra civil y las batallas fronterizas est¨¢n activas y viven en la ciudad de Oklahoma.
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