Morosos
El oso moroso que persigue al alcalde por doquier no tiene ninguna gracia. Tendr¨ªa gracia si s¨®lo persiguiera al alcalde; quiere decirse, si entre todos los ciudadanos de Madrid ¨²nicamente el alcalde fuera objeto de persecuci¨®n por mora. un posible caso de inquina insolidaria -quiz¨¢ de desacato- lo que se acaba de decir, cierto; mas nadie negar¨¢ que los osos morosos persiguiendo alcaldes producen gran hilaridad.Antiguamente el alcalde llegaba a los actos oficiales precedido del pend¨®n. Se avisaba la gente: "Ya est¨¢ ah¨ª el pend¨®n del alcalde". El protocolo ha cambiado, porque llega acompa?ado del oso moroso, pero las costumbres permanecen y la gente se sigue avisando: "Ya est¨¢ ah¨ª el oso del alcalde".
El oso del alcalde constituye un ingenioso hallazgo que celebran amplias mayor¨ªas. Viendo al alcalde con el oso detr¨¢s, se r¨ªen los promotores de la idea, la leal oposici¨®n, los enemigos declarados, los correligionarios aspirantes a su puesto, los expertos en administraci¨®n local, los madrile?os indiferentes con la cosa p¨²blica, los olvidadizos, los ignorantes.
Olvidadizos e ignorantes parecen todos, en realidad. Ninguno de cuantos se r¨ªen del oso del alcalde para mientes en aquella norma b¨¢sica de la preceptiva que rige toda sociedad civil bien organizada: "Cuando las barbas de tu vecino veas pelar, echa las tuyas a remojar". Y si se les recuerda esta verdad axiom¨¢tica, suelen responder: "Yo no debo nada y, por lo tanto, nada tengo que temer. Quienes han de temer son los morosos". Lo mismo sol¨ªan comentar respecto a la patada en la puerta que quiso institucionalizar Corcuera: "Yo no he hecho nada y, por lo tanto, nada tengo que temer. Quienes han de temer son los delincuentes".
La ingenuidad puede alcanzar l¨ªmites insospechados. Ah¨ª est¨¢ ese mismo oso moroso, concebido con el prop¨®sito de poner en evidencia al alcalde por el impago de un salario, que a¨²n debe al funcionariado. No es una estrategia original, ni novedosa, ni aislada, sino copia exacta del vilipendioso, procedimiento que emplean ciertas empresas especializadas en conseguir que los morosos paguen sus deudas.La mayor¨ªa de la gente ha podido ver por Madrid a un individuo vestido de payaso o de pantera rosa o de frac, pis¨¢ndole los talones al presunto deudor. El m¨¢s conocido es el hombre del frac. Mucha gente se r¨ªe, a? verlo: "Mira, mira: el hombre del frac, detr¨¢s de ese, tan congestionado y azaroso, que debe dinero, ja, ja, ja!". Como si fuera gracioso deber dinero. El hombre congestionado podr¨ªa volverse y retar al gent¨ªo, Proponiendo: "Quien est¨¦ libre de deudas que levante el dedo". Lo dijo el mismo Dios un siniestro atardecer en que se top¨® con una sarta de lapidadores desalmados e hip¨®critas: "El que est¨¦ libre de pecado, que lance la primera piedra".
El deudor deber¨¢ mucho (a lo mejor ni siquiera debe nada; simplemente se trata de un error o de una vengaza), pero si ha incurrido en falta eso s¨®lo lo deben resolver los tribunales de justicia. Y, en cualquier caso, constituye menor delito que la extorsi¨®n a la que le tienen sometido el hombre del frac, la pantera rosa, el payaso. La extorsi¨®n es un grado de criminalidad, perseguible de oficio, y hacen dolosa dejaci¨®n de funciones los agentes de la autoridad si ven perpetrarla y no detienen al extorsionador, as¨ª vaya disfrazado de lagarterana.
El alcalde, que debi¨® encarecer en su d¨ªa a los polic¨ªas municipales la celosa custodia de la paz de los madrile?os aunque debieran dinero, y no lo hizo, sufre ahora las consecuencias. Si los ciudadanos morosos pueden ser v¨ªctimas del oprobio y la extorsi¨®n y expuestos impunemente a la verg¨¹enza p¨²blica, el alcalde moroso, con mayor motivo. El oso que le persigue por doquier no representa ¨²nicamente la denuncia de su morosidad; es el s¨ªmbolo de la indefensi¨®n que padecen los madrile?os por culpa de la incuria de los poderes p¨²blicos en general y de la municipalidad en particular. Y vienen las elecciones, ja, ja, ja.
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