El mono europeo
En cuanto se arma un poco de bulla, los conversos se soliviantan contra la fiel infanter¨ªa: la acusan de falta de amor por la causa, por atreverse a denunciar abusos. Los franceses expresan esto mejor que los catalanes: les vieux de la vieille, los veteranos de la democracia o de la construcci¨®n europea, sont toujours des grognards, nunca estamos conformes.Los espa?oles estamos con el mono, la resaca o, como dicen a¨²n m¨¢s gr¨¢ficamente en Per¨², con una catedral, despu¨¦s de la borrachera de europe¨ªsmo de los ¨²ltimos a?os.
Cre¨ªamos que se nos reconoc¨ªa como buenos europeos, pero repentinamente descubrimos que los ingleses aman m¨¢s a los canadienses que a nosotros, y nos sentimos traicionados. Esper¨¢bamos que el mundo respetase nuestra cultura europea, y vemos que de Hollywood nos invaden con pel¨ªculas de abogados llenas de "recesos". Es cierto que cientos de miles de canadienses y yanquis murieron por la libertad de los europeos en dos guerras mundiales, pero eso ?c¨®mo puede compararse con nuestros 10 a?os de matrimonio con Bruselas?
Pens¨¢bamos que nuestra pol¨ªtica macroecon¨®mica nos garantizaba un puesto de respeto entre quienes iban a crear un banco central y una moneda ¨²nica europeos: nosotros quedar¨ªamos dentro y fuera los pa¨ªses m¨¢s d¨¦biles como Portugal o Inglaterra, o m¨¢s corruptos y desorganizados, como Italia. Denost¨¢bamos del ego¨ªsmo antisocial de los conservadores brit¨¢nicos, que hab¨ªan excluido la Carta Social de su firma del Tratado de la Uni¨®n Europea. Ahora rezamos para que la fecha de la uni¨®n monetaria se retrase lo m¨¢s posible y nos admiramos de que el paro en los Estados Unidos y en el Reino Unido sea tan bajo.
En la opini¨®n p¨²blica espa?ola cunde la desilusi¨®n ante la construcci¨®n europea. Mas ello no se debe a que el fiasco de Maastricht y la virtual disoluci¨®n del Sistema Monetario Europeo (SME) se?alen que Europa ha perdido el camino, que ahora lo est¨¢ encontrando sin querer. Se debe a que muchos espa?oles, deseosos de olvidar su historia, pensaban que era posible marchar r¨¢pidamente hacia unos Estados Unidos de Europa.
Mirando hacia atr¨¢s vemos las ruinas de Maastricht y de la moneda ¨²nica. Mirando hacia adelante, escudri?amos las intenciones de Francia bajo Jacques Chirac, y de Alemania pronto sin Helmut Kohl. Muchos de los pa¨ªses que ahora claman por entrar en la Uni¨®n Europea, como Polonia y la Rep¨²blica Checa, han conseguido transformar su sociedad y su econom¨ªa sin ayudas agr¨ªcolas y sin mercados protegidos. El gobierno espa?ol lamenta que en el norte se olviden del Magreb, mientras pedimos protecci¨®n contra sus productos.
Siempre me ha sorprendido que Felipe Gonz¨¢lez, un profundo pesimista respecto de Espa?a y de las capacidades del pueblo espa?ol, no quisiera culminar su carrera pol¨ªtica en el puesto de presidente de la Comisi¨®n Europea. Contaba con el apoyo entusiasta de Kohl, el voto de Mitterrand, y la abstenci¨®n de los brit¨¢nicos. Quiz¨¢ pens¨® que el proyecto europeo estaba atado y bien atado, y que era su partido el que necesitaba una- mano salvadora. Ahora est¨¢ empezando a imponerse en Europa otro proyecto, la vieja idea defendida por Charles de Gaulle: l'Europe des Patries, la Europa de los Estados, y el partido ha quedado maltrecho.
Todo ha cambiado, y Santer y Felipe sin enterarse.
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