La estela del furor
Todav¨ªa vive, y es celebrado en su centenario, Ernst J¨¹nger, el escritor que mejor supo ensalzar la supuesta grandeza de una guerra de destrucci¨®n en nuestro siglo. Su obra cl¨¢sica In Stahlgewittern (1920) es traducida en forma inexacta como Tempestades de acero, cuando debiera ser En tempestades de acero, ya que J¨¹nger no relata las batallas de la Primera Guerra Mundial, sino sus vivencias como oficial alem¨¢n dentro de las mismas. La guerra en cuanto tal no tiene un origen que sea preciso analizar, ni un final. Constituye una experiencia personal grandiosa, que suscita un conjunto de elementos positivos -la camarader¨ªa, el valor militar- a trav¨¦s del juego permanente con la muerte. El punto de llegada no es la derrota de Alemania, sino la alta condecoraci¨®n otorgada por el kaiser al protagonista. Al asaltar las trincheras enemigas, "un furor guerrero se apoder¨® de nosotros", pero de ello se deriva para el atacante "un sentimiento de, felicidad, de serenidad". El furor teutonicus, como el propio J¨¹nger lo denomina, supone la conjunci¨®n del valor militar, de la vida puesta en juego que difunde el entusiasmo entre los guerreros, y de la satisfacci¨®n generada por el cumplimiento del deber, al provocar la muerte de los adversarios.Resulta, pues, irrelevante preguntarse por las relaciones entre J¨¹nger y el nazismo desde que Hitler sube al poder. Lo esencial estaba hecho, como anota Jeffrey Herf en su estudio del modernismo reaccionario, al contribuir decisivamente a la gestaci¨®n de una mentalidad alemana, revanchista y agresiva, animada por el sue?o de una movilizaci¨®n general en que se fundieran el trabajo y el ej¨¦rcito. "Una turbina llena de sangre", tal es el emblema del futuro, recogiendo el legado de la actuaci¨®n alemana en la gran guerra: una "inmensa capacidad de destrucci¨®n" reinante sobre "un campo de muerte".
La semilla del nacionalsocialismo ca¨ªa sobre un terreno bien labrado. El furor teutonicus no hab¨ªa sido aniquilado en 1918. Sufri¨® s¨®lo un alto en el camino, imputado a la inexistente traici¨®n de la retaguardia, y se puso de nuevo en marcha gracias al nazismo, cargado de legitimidad. La capacidad guerrera del alem¨¢n se convirti¨® en signo de una superioridad que hab¨ªa de ejercerse sobre los pueblos de razas inferiores del Este europeo, y mediante la eliminaci¨®n del chivo expiatorio por excelencia, la colectividad jud¨ªa. La indiferencia ante la muerte del otro y, m¨¢s a¨²n, el goce s¨¢dico en el acto de provocar su eliminaci¨®n -as¨ª, el "tiro de pich¨®n", Taubenschiessen, contra los hebreos- prolongar¨¢n la exaltaci¨®n descrita por J¨¹nger para los asaltos victoriosos. Los genocidios nazis no constituyeron simples actos de locura. Fueron el resultado de una implacable l¨®gica de dominaci¨®n y destrucci¨®n que la derecha alemana logr¨® imponer tras la derrota de 1918, llegando a ganar como m¨ªnimo el consentimiento pasivo de la mayor¨ªa de una poblaci¨®n que acab¨® as¨ª convertida en c¨®mplice del genocidio dictado por Hitler. En el caso jud¨ªo, como recuerda David Bankier en Los alemanes y la soluci¨®n final, a favor del fuerte arraigo previo del antisemitismo.
En definitiva, fen¨®menos como el nacionalsocialismo, el fascismo italiano o el nacionalismo de exterminio serbio no son estallidos ocasionales, sino resultado de procesos hist¨®ricos en cuyo origen se encontraban elementos suficientes para adivinar lo que luego hab¨ªa de producirse. Ascensiones resistibles, seg¨²n la expresi¨®n utilizada por Etrtolt Brecht. Bastaba leer Mein ll¨¢mpf para contemplar la posibilidad del holocausto. Ning¨²n espectador atento de los reportajes de. Leni Riefenstahl sobre los congresos nazis dudar¨ªa de que en la voluntad de poder se encerraba la exigencia de una conquista militar para el sistema total¨ªtario. La lecci¨®n es clara ante el :resurgimiento actual de las fiarmas de barbarie: la pasividad no sirve, y tampoco la ilusi¨®n de que el criminal se detendr¨¢ en los l¨ªmites que los observadores exteriores juzgan como infranqueables.
Por lo dem¨¢s, si el holocausto jud¨ªo y, correlativamente, el nazismo son los dos grandes simbolos del imperio del furor en nuestro siglo, conviene recordar que ambos se limitan a marcar la sima m¨¢s profunda de deshumanizaci¨®n. Incluso un movimiento de apariencia emancipadora como el socialismo registr¨® en su variante comunista genocidios como el provocado primero en la URSS por Stalin y m¨¢s tarde el de los jemeres rojos en Camboya, cuya victoria muchos celebramos hace dos d¨¦cadas. Y ni siquiera en el antisemitismo la responsabilidad es exclusivamente alemana. Lo que hizo Hitler fue para que la turbina se llenase de sangre. Pero en los a?os que preceden a 1914, el epicentro del antisemitismo es Rusia, de donde proceden los Protocolos de los sabios de Sion, e incluso el t¨¦rmino pogrom, que designar¨¢ en toda Europa las matanzas de jud¨ªos. La Rusia de Nicol¨¢s II fue un espacio privilegiado para comprobar la utilidad del "chivo expiatorio" a la hora de conjuntar comportamientos sociales agresivos de distinto origen, en una circunstancia de alta conflictividad social y crisis pol¨ªtica.
Ni siquiera fue el holocausto el primer gran genocidio de nuestro siglo. Tal vez si alguien crey¨® posible acabar con el pueblo jud¨ªo fue porque antes, en 1915-1916, los J¨®venes Turcos lograron sin demasiado coste la eliminaci¨®n de mill¨®n a: mill¨®n y medio de armenios. Casi nadie les recuerda. Tambi¨¦n en este caso una minor¨ªa fuerte, con un relativo grado de bienestar, pagaba en sangre !a factura del dif¨ªcil tr¨¢nsito de un imperio de conquista como el osmanl¨ª, con tolerancia interna hacia las comunidades subordinadas, a Estado-naci¨®n pretendidamente homog¨¦neo. La minor¨ªa armenia, la ermeni millet, ya hab¨ªa sido objeto de matanzas impulsadas desde el poder hace ahora un siglo, en 1895-1896, bajo Abdul Hamid II, con 300.000 muertos. Al llegar la guerra mundial, el grupo nacionalista en el Gobierno, con el ministro del interior Talaat Bey como promotor, decidi¨® aprovechar la circunstancia para erradicar -gr¨¹ndlich aufzur¨¢umen, seg¨²n el despacho del emebajador aliado deAlemania- a los "enemigos interiores", a la raza armenia. Bajo el pretexto de que pod¨ªan colaborar con la invasi¨®n rusa, los dirigentes pol¨ªticos e intelectuales armenios fueron detenidos en Estambul, el 24 de abril de 1915, y luego ejecutados, as¨ª como todos los hombres que pudieron ser capturados en Anatolia, mientras el resto de la poblaci¨®n era deportado a pie hacia el desierto, en realidad a la muerte. Un tribunal militar del sult¨¢n conden¨® a muerte en rebeld¨ªa a los principales responsables, en 1919, pero m¨¢s tarde, y hasta hoy, la rep¨²blica turca ha negado el genocidio.
. Como ha hecho -notar Violeta Friedmann, un genocidio nunca debe olvidarse ni perdonarse, aunque nadie pida reparaciones de sangre. Al ser galardonada por la Universidad Complutense en el 50? aniversario del holocausto, nuestra superviviente en Auschwitz insisti¨® adem¨¢s en que la lucha por evitar su repetici¨®n no puede limitarse a la acci¨®n preventiva en las democracias contra las ideas fascistas o racistas, sino atender ante todo a la mentalidad de la juventud. Es ah¨ª donde se perdi¨® la batalla entre las dos guerras, dejando que el furor gozase de una imagen favorable en vez de ocupar, como en la representaci¨®n del malgoverno en el palacio comunal de Siena, una posici¨®n inseparable de la tiran¨ªa y de la destrucci¨®n del hombre.
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