Carta abierta a Belloch
Si echo la vista atr¨¢s de una muy larga biograf?a pol¨ªtica, me siento humildemente orgulloso de haber intentado introducir -con alg¨²n ¨¦xito, cre¨ªa, hasta ahora- una regla, no escrita pero respetablemente observada, en la vida p¨²blica: la de subrayar la existencia de una b¨¢sica solidaridad entre cuantos hemos ejercido, en distintos Gobiernos y a¨²n de distinto color pol¨ªtico, la muy ¨¢spera responsabilidad de gobernar el Ministerio del Interior. Existen muchas razones en apoyo de esa conducta, pero baste con citar la que est¨¢ en el ¨¢nimo de todos: la asignatura pendiente del desaf?o terrorista etarra contra el que todos hemos luchado.Aquella solidaridad implica mantener discretos silencios sobre las discrepancias, apaciguar las actitudes cr¨ªticas incluso de los propios compa?eros de partido, subrayar, con expl¨ªcita notoriedad, los apoyos y coincidencias. Y esta actitud implica la forzosa contrapartida de adoptar un templado distanciamiento de los n¨²cleos m¨¢s duros de la pendencia pol¨ªtica, incluso en campa?as electorales. A esa regla de conducta me he atenido siempre. Y sin meterme a enjuiciar aquello en lo que nadie me llama, pienso que a ella se atuvieron sustancialmente sus predecesores.
De ah¨ª mi estupor y sorpresa ante los estrepitosos t¨¦rminos de su irrupci¨®n en la campa?a electoral, t¨¦rminos de tal radicalismo conceptual y tal violencia verbal. T¨¦rminos, en cualquier caso, que dif¨ªcilmente se corresponden con la sobriedad y el empaque institucional que todos los espa?oles quisi¨¦ramos reconocer en el hombre en cuyas manos tenemos confiada nuestra propia seguridad y, a¨²n m¨¢s, si a dicha funci¨®n se superpone la todav¨ªa m¨¢s solemne de ministro de Justicia y notario mayor del reino; es decir, fedatario de la verdad.
Ni a¨²n con las licencias en que todos los pol¨ªticos solemos incurrir en campa?a -y de las que usted viene haciendo tan generoso abuso- son de recibo dislates tales como que "el aspecto est¨¦tico de la derecha produce n¨¢useas"; "la falta de pudor es la verdadera se?a de identidad de la derecha"; "a los electores del Partido Popular la corrupci¨®n les da igual porque les parece normal"; "la corrupci¨®n forma parte del c¨®digo gen¨¦tico de la cultura de la derecha"; "para los votantes del PP la ¨¦tica no existe en su escala de valores"... y otra traca de atrocidades, en las que no resulta f¨¢cil conocer ni al ministro de Justicia e Interior ni al apacible Juan Alberto Belloch de los di¨¢logos privados.
Ser¨ªa cosa de tomarlo a broma de no ser triste el que desentierre vuestra excelencia el hacha de la m¨¢s cerril intolerancia, del dogmatismo maniqueo, de la satanizaci¨®n del adversario, del falso antagonismo letal entre espa?oles de derechas y de izquierdas, afortunadamente no vigente ni percibido en el seno de la sociedad espa?ola y que todos quisimos definitivamente desterrar en el pacto de reconciliaci¨®n subyacente en la Constituci¨®n de 1978. Siempre luch¨¦ entre los m¨ªos contra el t¨®pico caricaturesco de la izquierda intr¨ªnsecamente perversa, heredado del comprensible antagonismo de una guerra civil. Oy¨¦ndole, resulta que los peores excesos, las m¨¢s grotescas caricaturas del "florido pensil" de nuestra infancia, palidecen ante la caricatura de la derecha "gen¨¦ticamente corrupta" que vuestra excelencia propala.
Participo activamente en esta campa?a. Mis compa?eros organizadores de los actos conocen mi cordial debilidad por las ciudades con obispo y sin gobernador -aunque, como vuestra excelencia sabe, nada tengo contra esta irremplazable figura pol¨ªtica y administrativa- Porque son ciudades, con poso y con peso, conservadoras en el m¨¢s noble sentido del t¨¦rmino, pero nada insolidarias, vivamente sensibles a la angustia de los menos favorecidos, nada propicias a los excesos del fundamentalismo ultraliberal que me resulta tan ajeno.
Ante estos auditorios, me resulta f¨¢cil hacer frente a los clich¨¦s de que el PP es el partido de los ricos, ha hecho una oposici¨®n poco responsable y no dispone de una visi¨®n nacional de Espa?a.
Con el recuerdo de los admirables logros de la UCD en la consolidaci¨®n del Estado de bienestar, pese a lo impropicio de las circunstancias econ¨®micas, me basta para hacer frente a la primera imputaci¨®n.
El recuerdo de la conducta del grupo parlamentario socialista, incluso en materias de orden p¨²blico, de 1977 a 1982, me basta para destruir la segunda. No puedo ni siquiera imaginar qu¨¦ hubiera sido de m¨ª si hubiera tenido que dar cuenta del asombroso vodevil de los papeles de Laos. No le oculto mi envidia, ciertamente no por su cargo, sino por poder contar con la oposici¨®n responsable que ejerce el PP, recordando la irresponsable y desaforada que yo padec¨ª.
En fin, la claudicante supervivencia del Gobierno central, dependiente de un pu?ado de votos nacionalistas, descalifica, por s¨ª sola, la imputaci¨®n de la carencia de un proyecto nacional popular.
Sin embargo, pongo un especial empe?o en hacer entender a mis auditorios la exhumaci¨®n de los peores fantasmas de las dos Espa?as de labios de vuestra excelencia, a quien tantas veces me han o¨ªdo defender en p¨²blico.
Recordar¨¢ vuestra excelencia que, en los tiempos posteriores a la victoria socialista de 1982, participamos juntos, casi siempre acompa?ados por el hoy diputado de IU Diego L¨®pez Garrido, en numerosas reuniones relacionadas con los argumentos de la seguridad y de las relaciones entre los ¨¢mbitos judicial y policial.
Recordar¨¢ tambi¨¦n vuestra excelencia mis esfuerzos -casi siempre en clave de humor y con el apoyo de mi devota lectura del BOE- por convencer a los m¨¢s temerosos de que la izquierda que hab¨ªa accedido al poder poco ten¨ªa que ver con la montaraz de medio siglo antes.
Por ejemplo, he evocado muchas veces aquel telegrama de Miguel Maura en el que, ante el vandalismo pir¨®mano de mayo de 1931 y habi¨¦ndole solicitado instrucciones al gobernador de M¨¢laga, el ministro de la Gobernaci¨®n respond¨ªa "que pod¨ªan quemar dos iglesias, pero peque?as". Y ha contrapuesto aquel triste suceso con el Real Decreto, de 11 de abril de 1989, en el que se dispon¨ªan los honores militares al Sant¨ªsimo Sacramento, equiparados, por cierto, en numerosos ca?onazos a los que se dispensan al vicepresidente del Gobierno, a la saz¨®n Alfonso Guerra. Hab¨ªa llovido mucho, y para bien, desde la quema de conventos hasta la discusi¨®n normativa de si correspond¨ªa mayor o menor n¨²mero de ca?onazos de ordenanza a Guerra o al Sant¨ªsimo Sacramento.
Mi amigo, y tambi¨¦n suyo, Luis Terr¨®n, presidente de la Asociaci¨®n de Polic¨ªas Republicanos -a los que tuve la jubilosa ocasi¨®n de rehabilitar-, me anunciaba en las ¨²ltimas navidades su intenci¨®n de pasar buena parte de las fiestas en un convento de monjas en Cazorla. A Terr¨®n le cogi¨® en Cazorla la guerra civil y esa circunstancia determinar¨ªa su expulsi¨®n del cuerpo. Con arreglo al clich¨¦ de sadismo que a m¨ª me ense?aron de la polic¨ªa republicana -y que en t¨¦rminos contrapuestos ahora vuestra excelencia reproduce respecto a la derecha-, Terr¨®n deber¨ªa haber exterminado a aquellas monjas a cuya hospitalidad ahora se acoge.
Del hilo de esta an¨¦cdota, me vienen al recuerdo las monjas de la abad¨ªa benedictina de San Andr¨¦s del Arroyo que me entregaron unos dulces con el ruego de que los hiciera llegar a Alfonso Guerra, por cuya persona -me dijeron- rezaban todos los d¨ªas; aunque es dudoso que lo hagan tambi¨¦n por sus intenciones.
An¨¦cdotas aparte, vuestra excelencia no podr¨¢ privar a este "corrupto gen¨¦tico" de centro derecha el orgullo de haber sido el primer ministro del Interior, probablemente de los anteriores 170 a?os de nuestra historia que, por ¨®rdenes de Adolfo Su¨¢rez no ten¨ªa en la c¨¢rcel ni un solo preso por motivos pol¨ªticos ni un solo exiliado fuera de nuestras fronteras por las mismas causas. Algunas de las disposiciones que con dujeron a tan feliz resultado fueron elaboradas por los Gobiernos de UCD con la cooperaci¨®n de mi amigo, adversario y colega Enrique M¨²gica.
Como la pol¨ªtica, en caso de ser ciencia no es, desde luego, exacta, me toc¨® dirigir, primero, la detenci¨®n y, despu¨¦s, la liberaci¨®n de Santiago Carrillo, as¨ª como la cuidadosa operaci¨®n de la legalizaci¨®n del partido.
Como, en su condici¨®n de ministro de Justicia es vuestra excelencia el responsable de la dispensa de grandezas, honores y t¨ªtulos perm¨ªtame que le recuerde el asombro con el que Adolfo Su¨¢rez me coment¨® un d¨ªa que, a la hora de despachar con el Rey en relaci¨®n con la atribuci¨®n de cierta dignidad nobiliaria, Su Majestad no ten¨ªa nada claro si ten¨ªa superior dignidad el t¨ªtulo de conde o el de marqu¨¦s.
Oy¨¦ndole, se pensar¨ªa que vuestra excelencia a?ora una Espa?a en la que las monjas no recen por Alfonso Guerra ni alojen a Luis Terr¨®n, presidente de los polic¨ªas republicanos; en la que yo no pudiera ser amigo de M¨²gica, Carrillo o, por supuesto, de vuestra excelencia; o en la que el principal saber del jefe del Estado, encarnaci¨®n mon¨¢rquica de la soberan¨ªa nacional, fuese el exacto conocimiento de la materia nobiliaria. Todo ello responder¨ªa al m¨¢s arcaico dise?o de las "dos Espa?as". Me temo que a algunos de su cuerda -y quiz¨¢ a algunos de la m¨ªa- tan espantoso manique¨ªsmo les producir¨ªa una gran satisfacci¨®n. Es muy superior la satisfacci¨®n que a mi me produce la convicci¨®n de que tales actitudes confrontan radicalmente con el sentir de la inmensa mayor¨ªa de nuestro pueblo.
Coincido absolutamente en la esperanza de que "nunca m¨¢s, por ninguna raz¨®n, por ninguna causa vuelva el espectro del odio a recorrer nuestro pa¨ªs, ensombrecer nuestra conciencia y destruir nuestra libertad" as¨ª rezaba la declaraci¨®n institucional del Gobierno con ocasi¨®n del 500 aniversario del comienzo de la "incivil" guerra civil, suscrita por el se?or presidente del Gobierno, que deber¨ªa llamar a vuestra excelencia al orden, porque est¨¢ vuestra excelencia exhumando y lanzando a los vientos de Espa?a aquel "espectro del odio".
Hubiera deseado no tener que escribir esta carta, pero se est¨¢ haciendo vuestra excelencia sobradamente acreedor a ella. Deber¨ªa reparar en que no ya el aplauso fervoroso de los incondicionales en un mitin, ni siquiera unos centenares de votos, ni, si me apura, el gobernar o el dejar de hacerlo en un par de comunidades aut¨®nomas o en 20 Ayuntamientos m¨¢s o menos justifican sus excesos.
No le oculto mi deseo de que el se?or presidente del Gobierno, por supuesto tras unas elecciones, deje el poder. Tambi¨¦n, con la misma intensidad, deseo que lo deje en las mejores condiciones de honor y decoro que creo merece. No me parecer¨ªa democr¨¢ticamente saludable que aquel al que le toc¨® presidir los fastos de 1992, conmemorativos del comienzo de la unidad de Espa?a, le tocara tambi¨¦n presidir los del 2015, conmemorativos de la incorporaci¨®n de Navarra y, consiguientemente, de la conclusi¨®n de aquella unidad. O, por lo menos, no parecer¨ªa saludable que pudiera presidir ¨¦stos, sin interrupci¨®n, despu¨¦s de haber presidido los de 1992. Y ya que vuestra excelencia es, como dec¨ªamos, ministro de honores y dignidades, me gustar¨ªa que fuese el presidente del Gobierno Aznar quien gestionara el otorgamiento de los pertinentes t¨ªtulos ducales para los herederos de los presidentes republicanos Alcal¨¢-Zamora y Aza?a, objetivo que pretend¨ª con mayor ah¨ªnco que ¨¦xito cuando tuve oportunidad. Y no me escandalizar¨ªa nada el descubrir que el Rey segu¨ªa teniendo algunas dudas acerca de las jerarqu¨ªas de las dignidades nobiliarias.
Si me permite vuestra excelencia el consejo, propio de la antig¨¹edad en el oficio, pienso que los espa?oles prefieren ver a los ministros del Interior entregados a la atenci¨®n de sus ingratos asuntos, consumidos en la inagotable duraci¨®n de sus jornadas de despacho, afrontando el riesgo, al final indefectiblemente solitario de las decisiones; que no entregados a los excesos ret¨®ricos de las campa?as electorales. No pierda de vista aquel aforismo anglosaj¨®n: "Todo lo extremoso es trivial". No caiga en la. trivialidad vuestra excelencia".
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