Cultura democr¨¢tica
Cada vez que nuestra clase pol¨ªtica se pone en campa?a electoral suscita en un p¨²blico que no asiste a los m¨ªtines, pero al que llegan retazos de su discurso, la razonable duda sobre la consistencia de su cultura democr¨¢tica. No se trata de profesiones de fe en la democracia, sobreabundantes cuando habr¨ªa que darla por supuesta, sino de actitudes y de valores, de modos de ser y plantarse ante el adversario. A este respecto, y por lo que toca a las relaciones entre l¨ªderes pol¨ªticos, se dir¨ªa que a medida que pasa el tiempo caminamos hacia atr¨¢s, a los a?os en que los valores democr¨¢ticos no gozaban de gran predicamento entre los espa?oles.Porque si visitamos, como es moda, las hemerotecas en las que duermen art¨ªculos publicados por quienes ahora forman la clase pol¨ªtica ser¨¢ muy f¨¢cil encontrar las huellas de convicciones pol¨ªticas pre o pos democr¨¢ticas, pero algo m¨¢s complicado dar con rastros de una cultura democr¨¢tica a secas. Es evidente que una buena parte de la generaci¨®n que ahora est¨¢ en el poder se adapt¨® mejor o peor a la dictadura: si no lo hubiera hecho, mal podr¨ªa haber durado Franco tanto tiempo. Pero la minor¨ªa militante, la que arriesgaba pellejo y hacienda, no lo hac¨ªa en nombre de la democracia precisamente, sino de lo que vendr¨ªa despu¨¦s, de la dictadura del proletariado, del socialismo.
Valor preferido s¨®lo despu¨¦s del orden o valor puramente instrumental: para muy poca gente, era la democracia un valor en s¨ª. De ah¨ª la sorpresa de la transici¨®n. Cuando prestigiosos polit¨®logos aventuraron un nuevo choque entre los extremos y el retorno a los caminos del pasado, ocurri¨® que casi todos nos descubrimos dem¨®cratas porque el mismo proceso pol¨ªtico nos ense?¨® a serlo. No que hubi¨¦ramos nacido tales, sino que la transici¨®n misma, con la percepci¨®n de la fragilidad de sus conquistas, nos volvi¨® m¨¢s sensibles a unos valores que dejamos de calificar como formales, como ¨²ltima y m¨¢s refinada forma de dominaci¨®n burguesa, o que pospon¨ªamos al orden y a la seguridad.
En ese aprendizaje, fue decisivo que unos dirigentes que proced¨ªan de los extremos del espacio pol¨ªtico, desde el Movimiento Nacional al Partido Comunista, establecieran redes de comunicaci¨®n, se vieran, negociaran, discutieran y aprendieran a incorporar a su propia visi¨®n la mirada del otro. ?sa fue la salsa en la que coci¨® la transici¨®n y que adob¨® nuestra educaci¨®n democr¨¢tica: Su¨¢rez pod¨ªa hablar con Carrillo. No result¨® f¨¢cil porque miles de muertos gravitaban como una losa sobre la memoria de los espa?oles. Su¨¢rez, sin embargo, arriesg¨® y gan¨® al construir su propia legitimidad en el reconocimiento de la legitimidad de todos los dem¨¢s.
Pero, por lo que se ve, la cocci¨®n se efectu¨® a fuego de masiado vivo, sin tiempo para alcanzar el n¨²cleo de nuestra ancestral cultura pol¨ªtica, la que tiene a mi adversariopol¨ªtico por menos leg¨ªtimo que yo. Cada vez que se inicia una campa?a electoral, no faltan dirigentes pol¨ªticos que revuelven con singular placer las escorias del pasado y con juran sus fantasmas sin comprender que si tachan de ?leg¨ªtimo a su adversario en raz¨®n de su origen, el p¨²blico ex tender¨¢ a ellos mismos la sospecha de ?legitimidad. Cuan do niega legitimidad a la derecha, la izquierda deviene ?leg¨ªtima, o viceversa: ¨¦se es el resumen de nuestra historia pol¨ªtica de los a?os treinta.
Es l¨®gico que los ¨²ltimos en comprender esta condici¨®n elemental de la democracia sean los demagogos populistas y los que entienden el ejercicio del poder como un caudillaje carism¨¢tico. Para ¨¦stos, el adversario pol¨ªtico es un apestado: Su¨¢rez y Carrillo no se tapaban las narices al encontrarse; Gonz¨¢lez y Aznar sencillamente no se pueden ver. Lo preocupante, con todo, es que se entregue a ese juego un juez que es ministro de Justicia e Interior, porque con su huida hacia adelante muestra que la precariedad de los valores democr¨¢ticos guarda una estrecha relaci¨®n con la cantidad de poder acumulado en unas solas manos.
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