?Por qu¨¦ 'mobiliario' si es publicidad?
Hace unos d¨ªas di con un viejo recorte de prensa. Se trataba de un art¨ªculo del gran madrile?ista C¨¦sar Gonz¨¢lez Ruano, publicado muy poco antes de la guerra civil; en ¨¦l denunciaba en¨¦rgicamente el hecho de que se hubiera adosado un buz¨®n de correos al pedestal de la cruz de Puerta Cerrada, y adjuntaba una fotograf¨ªa del delito. No me resisto a transcribir sus palabras, dicen as¨ª: "Decididamente, cada d¨ªa madrile?o nos guarda, con su af¨¢n, nuestro asombro. Andan sobre Madrid verdaderos dioses de la incongruencia y genios del mal del atentado art¨ªstico capaces de trastornar todo lo trastornable y hasta lo que cre¨ªmos de imposible trastorno".Estas palabras me parecen de adecuaci¨®n perfecta al momento presente. El tema del mobiliario no es asunto balad¨ª; antes bien, acaso por aflorar epid¨¦rmicamente dolencias m¨¢s oscuras e internas, reviste un particular inter¨¦s. ?Por qu¨¦ la conveniencia de instalar una simple fuente para beber se pervierte en colosal columna, emplazada donde menos conviene a su fin? ?Por qu¨¦ el hecho encomiable de recuperar pilas usadas se vuelve sospechoso (hasta Greenpeace lo dice), dada su proliferaci¨®n? ?Por qu¨¦ la instalaci¨®n de un banco donde sentarse -por m¨¢s que sea dise?o de Norman Foster y visto su emplazamiento- deja de ser oportuna y pasa a ser molesta, cuando no insultante? Estas y tantas otras preguntas nos las estamos haciendo estos d¨ªas, at¨®nitos, los madrile?os.
La respuesta aparece con claridad meridiana, a saber: porque todos estos elementos con que se nos est¨¢ ocupando la ciudad no son en puridad mobiliario urbano, son -lisa y llanamente- publicidad. Veamos por qu¨¦. El mobiliario urbano no ha de proliferar inund¨¢ndolo todo, sino que debe ajustarse a las reales necesidades de la poblaci¨®n; no ha de requerir m¨¢s tama?o que el estrictamente necesario a su correspondiente funci¨®n; su emplazamiento no ha de obedecer a la ostentaci¨®n, sino a la discreci¨®n, sin obstaculizar aceras ni perspectivas. Por el contrario, ?cu¨¢les son las exigencias de la publicidad? Una difusi¨®n lo m¨¢s amplia posible, un sobredimensionado tama?o para resultar llamativa y, por la misma raz¨®n, un privilegiado emplazamiento. Ambas caracter¨ªsticas, es obvio, no casan entre s¨ª: o se propone un mobiliario urbano como servicio verdadero al ciudadano o se disfraza y compromete como mera apoyatura para la publicidad.
En los elementos que inundan Madrid encontramos que la mayor¨ªa son simplemente publicitarios; pero aun en los que se pretextan como mobiliario es f¨¢cil reconocer la raz¨®n a que obedecen. (Lo expl¨ªcito del caso lo podemos encontrar significativamente reflejado en ese inaudito m¨¢stil para la bandera de Madrid, que, a mitad de su altura, soporta un enorme cartel publicitario; si no fuera por la gravedad del caso, hasta provocar¨ªa hilaridad: ?en qu¨¦ cabeza cabe que hasta el s¨ªmbolo de la bandera se mancille con un anuncio del Ayuntamiento?).
?Qu¨¦ inter¨¦s, pues, hay detr¨¢s de todo ello? ?A costa de qu¨¦ estamos vendiendo la imagen de la ciudad? Basta reparar en la insospechada, rentabilidad del negocio para caer en la cuenta del asunto, esto es: la empresa que ha ganado el concurso convocado por el Ayuntamiento invierte 2.400 millones de pesetas, a, cambio consigue la explotaci¨®n, por 15 a?os, de la publicidad que se sit¨²e en esos muebles, explotaci¨®n ¨¦sta que ya se supone rondando los ?20.000 millones de pesetas! (y acaso -digo yo- que alcance m¨¢s: piensen cu¨¢nto cuesta anunciarse s¨®lo un mes, por ejemplo, en Cibeles, y multipliquen).
Vistas as¨ª las cosas, est¨¢ todo muy claro. Que nadie diga que no est¨¢ bien estudiado el emplazamiento del nuevo mobiliario. ?Claro que est¨¢ estudiado! ?Y muy bien! Lo que pasa es que est¨¢ dise?ado, est¨¢ dimensionado y est¨¢ ubicado atendiendo no ya a las necesidades del ciudadano, sino a las muy precisas exigencias de la publicidad. De hecho es la empresa adjudicataria la que determina el emplazamiento, y el Ayuntamiento s¨®lo se reserva un cupo del 5% para posibles mudanzas que acallen las reclamaciones de los vecinos; si realmente es mobiliario urbano, ?por qu¨¦ no decide y estudia su ubicaci¨®n el Ayuntamiento, en vez de dejarlo en manos de la empresa publicitaria? ?Es ¨¦sta una razonable manera de construir ciudad? Desde esta perspectiva, ya digo, todo encaja; tan es as¨ª que hasta este contrato del Ayuntamiento se llama contrato de publicidad. El problema, por tanto, no est¨¢ en el mejor o. peor dise?o -que nadie se lleve a engano-: llamemos a las cosas por su. nombre. ?Por qu¨¦ comulgar con ruedas de molino?
As¨ª, postergando la necesaria funcionalidad del mobiliario, esta invasi¨®n de publicidad, por m¨¢s que quieran disfrazarla de copetes historicistas, resulta una formidable tomadura de pelo a la ciudadan¨ªa; no obedece a las aut¨¦nticas necesidades de los ciudadanos, sino a necesidades inducidas por las empresas publicitarias y sus m¨¢s que ping¨¹es beneficios.
Lo nauseabundo de este asunto es el aspecto maleducador que lleva consigo. ?Por qu¨¦ hurtar los valores de la ciudad (el espacio de la cultura) a las nuevas generaciones? ?Por qu¨¦ transmitirles esta imagen hortera y vendida de la ciudad?
La forma de la ciudad -as¨ª se ha visto a lo largo de la historia- es el medio privilegiado para el disfrute colectivo de los placeres del conocimiento -la est¨¦tica- La degradaci¨®n del espacio urbano en espacio publicitario opta decididamente por el beneficio individual, desmembrador de lo social. A este respecto conviene recordar, con Schiller, que, "si la necesidad obliga al hombre a vivir en sociedad; si la raz¨®n imprime en su alma principios sociales, s¨®lo la belleza puede conceder al hombre un car¨¢cter sociable- Me pregunto -a la vista. de todo esto- por que canuno vamos.Javier Garc¨ªa-Guti¨¦rrez Mesteiro es arquitecto, profesor de la Escuela de Arquitectura de Madrid y miembro del Club de Debates Urbanos.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.