Dial¨¦ctica de la esperanza ut¨®pica
El mal menor resulta ser un bien, pero el bien
menor resulta ser un mal.
Me gustar¨ªa poder explicar que comparto el uso positivo de la palabra utop¨ªa en contextos morales, mientras que estoy en contra de la utilizaci¨®n de la misma palabra, tambi¨¦n en un sentido positivo, en contextos pol¨ªticos o de ¨¦tica de la colectividad.
En contextos en los que se habla de moralidad individual es dif¨ªcil negar que la palabra utop¨ªa tiene y tendr¨¢ un sentido positivo. Se podr¨ªa decir que no ha habido ni habr¨¢ filosof¨ªa moral sin utop¨ªas, o sea, sin la afirmaci¨®n de sociedades imaginarias m¨¢s justas, m¨¢s igualitarias, m¨¢s libres y m¨¢s habitables de las que hemos conocido y conocemos. La imaginaci¨®n ut¨®pica es y ser¨¢ el est¨ªmulo positivo de todo pensamiento pol¨ªtico-moral, como la veracidad y la bondad son y ser¨¢n el aguij¨®n de la lucha a favor de la emancipaci¨®n humana por mucho que el individuo veraz o bondadoso se haya dado muchas veces de bruces con la realidad existente.
El ut¨®pico, como el veraz y el bondadoso, est¨¢ indicando siempre a los otros con su comportamiento la direcci¨®n en la que habr¨ªa que moverse. Puede ocurrir, y de hecho ocurre en ocasiones, que el ut¨®pico, como el veraz y el bondadoso, se equivoque de medio a medio en su estar en el mundo, en este mundo; pero incluso cuando yerra sobre el presente, el ut¨®pico, como el bondadoso y el veraz, obliga a torcer la mirada de los que le miran no sobre su rostro, sino en la direcci¨®n m¨¢s conveniente para todos.
Si el mundo de las acciones pol¨ªtico-morales fuera algo as¨ª como una l¨ªnea f¨¦rrea, en la que el tren de la historia se desplazara linealmente progresando desde la bondad y veracidad de los individuos concretos hacia mejores formas de sociabilidad colectiva, no habr¨ªa nada m¨¢s que discutir acerca de la palabra utop¨ªa. Pero el mundo de las acciones pol¨ªtico-morales no es una v¨ªa f¨¦rrea ni una autopista; es, m¨¢s bien, una red de senderos de monta?a que se bifurca, se multiplica y se pierde en el bosque de las interrelaciones de las pasiones individuales y colectivas; una red de caminos de bosque de la que, para colmo, existen varios planos concordantes pero distintos, y cuyo sendero principal se pierde casi siempre, en la historia de la humanidad, por falta de tr¨¢nsito (o mejor: porque ni llevamos inscrito en los genes el recuerdo de sus recovecos ni somos capaces de transmitir de generaci¨®n a generaci¨®n las principales bifurcaciones y encrucijadas del mismo).
Por eso, porque el mundo de lo pol¨ªtico-moral no es una v¨ªa f¨¦rrea ni una autopista, la utop¨ªa, que es una buena y sana palabra, indiscutible, desde el punto de vista de la moralidad resulta insuficiente y ambigua cuando pasamos al plano hist¨®rico de las ideas pol¨ªticas.
La mayor¨ªa de las personas veraces y bondadosas que hoy se declaran partidarias de la utop¨ªa creen estar defendiendo de hecho una sociedad m¨¢s justa, m¨¢s igualitaria, m¨¢s habitable y que, adem¨¢s, puede ser realmente realizable alg¨²n d¨ªa y en alg¨²n lugar, al menos de forma aproximativa, como aproximaci¨®n a un ideal. Si nos atenemos a la etimolog¨ªa de la palabra utop¨ªa, estas personas no son propiamente utopistas, sino gentes con convicciones morales profundas e ideales morales alternativos que luchan por una sociedad mejor. En cambio, la mayor¨ªa de las personas que se declaran contrarias a la utop¨ªa suelen defender que vivimos en el menos malo de los mundos existentes o en el mejor de los mundos posibles, y que en pol¨ªtica no hay que hacerse ilusiones in¨²tiles.
Una complicaci¨®n adicional de la controversia hist¨®rica sobre la palabra utop¨ªa es ¨¦sta: que la mayor¨ªa de las personas que defienden que vivimos en el menos malo de los mundos existentes, o en el mejor de los mundos posibles, consideran, adem¨¢s, que no est¨¢ mal que haya utop¨ªas, y hasta fomentan la existencia de utopistas siempre que ¨¦stos, en su decir y, sobre todo, en su hacer, acepten atenerse al significado etimol¨®gico de la palabra utop¨ªa. Desde este punto de vista, que es hoy d¨ªa el punto de vista dominante, ser ut¨®pico est¨¢ bien visto a condici¨®n de que uno confiese al mismo tiempo que su sociedad alternativa (m¨¢s justa, m¨¢s igualitaria, m¨¢s habitable) no es de este mundo, sino una sociedad tan imaginaria como, por ejemplo, la ciudad de Babia o la regi¨®n del limbo en el D¨ªa del San Jam¨¢s.
Todo utopista que acepte este significado de la palabra utop¨ªa y simult¨¢neamente se reconcilie con la realidad existente recibir¨¢, a su vez, de todos, o de casi todos, los poderosos defensores del statu quo efusivas, y hasta cari?osas, palmaditas en el hombro derecho.
El hecho de que un ut¨®pico, declarado o nombrado tal por otros, reciba de los pol¨ªticos "realistas" (y conservadores de la desigualdad que hay) palmaditas afectivas en el hombro derecho, siempre y cuando dicho ut¨®pico acepte que su utop¨ªa es realmente una utop¨ªa (que no tendr¨¢ lugar nunca), da qu¨¦ pensar. Pues prueba (indirectamente, y en el sentido restringido en que se puede hablar de probar en estas cosas) que el uso literal de la palabra "utop¨ªa" en el lenguaje pol¨ªtico se ha hecho irrelevante. Con independencia de los actos, o sea, de las actuaciones pr¨¢cticas de los ciudadanos, y con independencia del color pol¨ªtico de los mismos, todo hijo de vecino parece estar dispuesto a apreciar la utop¨ªa. Hay que incluir entre los que tienen aprecio a la utop¨ªa otras dos categor¨ªas: la de los que hablan de utop¨ªa como opi¨¢ceo para aguantar el mal de este mundo y la de los que aprecian la utop¨ªa como mal menor cuyo mal mayor ser¨ªa la rebeli¨®n general de los ciudadanos, la insumisi¨®n o la desobediencia civil.
As¨ª pues, con la utop¨ªa pasa en nuestras sociedades, en ¨²ltima instancia, lo mismo que con el ate¨ªsmo, a saber: que como el significado de la palabra lo establecen los que mandan (en el Estado, no necesariamente en la Academia de la Lengua), uno no puede ser, ni proponi¨¦ndoselo, lo que quiere ser. Efectivamente, de la misma manera que el ateo s¨®lo puede ser agn¨®stico (por definici¨®n de los que mandan en esto, el sin-dios es un imposible metaf¨ªsico porque el sin-dios es siempre un buscador de dios, etc¨¦tera), as¨ª tambi¨¦n al ut¨®pico s¨®lo le dejan ser una de estas dos cosas: o un realista pol¨ªtico a la fuerza que simult¨¢neamente cree en las kalendas griegas o un receptor de palmaditas en el hombro derecho que afirma que la utop¨ªa no es de este mundo.
Naturalmente, a uno le puede gustar que le den palmaditas en el hombro mientras afirma que lo que hay no est¨¢ bien y que lo que no hay llegar¨¢ el D¨ªa de San Jam¨¢s. No tengo ninguna raz¨®n de fondo para criticar ese gusto. Es m¨¢s: creo que ser¨ªa sectario e intolerante criticar a quienes lo tienen (ese gusto) en vez de criticar a los que de verdad se lo merecen, a los que dan la palmadita conmiserativa. No ver esta diferencia ha sido, en mi opini¨®n, uno de los errores de las personas que durante alg¨²n tiempo pensaron que el movimiento a favor de la emancipaci¨®n humana pasaba definitivamente de la fase ut¨®pica a la fase cient¨ªfica. ?Por qu¨¦? Porque con esta exageraci¨®n los cr¨ªticos acabaron simpatizando m¨¢s con el realismo c¨ªnico de los poderosos que reparten palmaditas que con la debilidad humana de los utopistas morales que se ablandan al contacto de la mano tierna del poderoso en su hombro.
Pero, de todas formas, estos amigos naturales nuestros que
se equivocaron por intolerancia e incomprensi¨®n de las debilidades de los de abajo (o de los de arriba que quisieron ayudar a los de abajo) acertaban en un punto que tampoco conviene olvidar. Acertaban en esto: que hay al menos dos cosas que no se pueden dejar en manos de los de arriba si uno, estando a favor de los pobres, desheredados, oprimidos y excluidos de la tierra, quiere que sus actos concuerden con sus dichos y pretende hacer, por tanto, algo serio y pr¨¢ctico en favor de un mundo m¨¢s justo, m¨¢s igualitario y m¨¢s habitable.La primera de estas cosas que no hay que dejar en manos de los otros es la definici¨®n de las palabras; la capacidad de nombrar, de poner nombre a las cosas, es esencial para cambiar el mundo. La segunda es que no se puede dejar en manos de los de arriba la ciencia; renunciar a la ciencia para quedarse con la utop¨ªa puede ser moralmente san¨ªsimo (sobre todo en la ¨¦poca del reconocimiento generalizado de sus peligros), pero es contraproducente desde el punto de vista de la ¨¦tica colectiva.
Hay que intentar, por tanto, recuperar el uso p¨²blico de las palabras y, con ¨¦l, el del conocimiento cient¨ªfico. Para lo cual seguramente habr¨ªa que redefinir el capitalismo como la verdadera utop¨ªa del fin de siglo por ser la primera ideolog¨ªa hist¨®rica que, perme¨¢ndolo todo (lo divino y lo humano en los cinco continentes), no tiene nombre ni apenas defensores: de creer a los que hoy dan nombre a las cosas, no hay capitalismo ni hay capitalistas en este mundo nuestro.
Retorcer el discurso de los que mandan como si se tratara de un calcet¨ªn tiene esta otra ventaja ling¨¹¨ªstica adicional para los que quieren cambiar el mundo: puesto que el capitalismo ya no existe por haberse hecho innombrable, casi nadie se enfadar¨¢ demasiado cuando los otros ut¨®picos, los de abajo, lo trastoquen bien trastocado. No ocurrir¨¢ como en el 17. Esta prudente l¨ªnea de actuaci¨®n puede servir para recuperar la buena p¨¢tina de la palabra utop¨ªa, su valor moral (no queremos este mundo, queremos otro mundo), y poner de manifiesto, adem¨¢s, nuestra simpat¨ªa por personas que no se llamaron a s¨ª mismas utopistas, pero que, en cambio, ten¨ªan el valor moral de los ut¨®picos y han sido llamadas "ut¨®picas" por los historiadores de las ideas. Por, ejemplo, Girolamo Savonarola (al que hay que empezar a a?orar en los tiempos que corren). O Thomas M¨¹ntzer (que podr¨ªa ser un excelente dirigente de masas en un fin de siglo para ex campesinos excluidos de todo). O Bartolom¨¦ de las Casas (ejemplo donde los haya para abordar el tema de nuestro tiempo: el del choque entre culturas).
O, ?por qu¨¦ no?, Carlos Marx (quien, a fuerza de equivocarse en todo lo dem¨¢s, ha acabado acertando s¨®lo en lo fundamental).
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