Los administradores del miedo
En el mismo peri¨®dico en el que Stanley G. Payne dice que el fascismo no puede volver viene la cr¨®nica,del apaleamiento salvaje al que sometieron veinte cabezas rapadas a dos chicos de diecis¨¦is a?os que se paseaban por una calle tranquila de Madrid. No he le¨ªdo a¨²n el libro de Payne, pero le¨ª hace a?os su historia de la Falange, y recuerdo que me irrit¨® mucho el aire como de suficiencia ecu¨¢nime que adoptaba, esa ficci¨®n de objetividad fr¨ªa que tambi¨¦n encuentra uno en los escritos de Hugh Thomas sobre la guerra civil espa?ola, y que en el fondo oculta una desagradable indiferencia anglosajona hacia os avatares tristes de nuestra historia de pobres. Payne y Thomas, cuando escriben sobre la guerra espa?ola, parece que est¨¢n escribiendo Sobre insectos, o que son antrop¨®logos observando desapasionadamente a una tribu. Uno de los pocos historiadores en los que puede notarse calor humano y simpat¨ªa civil hacia el pueblo espa?ol es Gabriel Jackson, quien nunca olvida la diferencia entre el fascismo y el antifascismo ni oculta su toma de partido rigurosa en favor de la libertad.El fascismo no vuelve por la simple raz¨®n de que ya est¨¢ entre nosotros. El fascismo es que veinte individuos j¨®venes, rapados, con ropas paramilitares, bates de b¨¦isbol y barras met¨¢licas se paseen libremene por una calle de Madrid y provoquen la vileza del miedo con su sola presencia y puedan cebarse con ella sabiendo que tienen muy poco que temer, entre otras cosas porque los expertos los clasifican enseguida en el apartado de tribus urbanas' lo cual les concede como una especie de dignidad antropol¨®gica, m¨¢s cercana a la sociolog¨ªa que a la polic¨ªa. El fascismo es la impunidad de los administradores del miedo, la provocaci¨®n diaria, destructiva, perfectamente calculada, la invasi¨®n tir¨¢nica de los lugares p¨²blicos y la infecci¨®n secreta de las conciencias. Javier Gurruchaga, que acaba de volver de San Sebasi¨¢n, me cuenta que el miedo est¨¢ creciendo de nuevo en Euskadi, que la gente tiene miedo de mostrarse en favor de a libertad de un hombre secuestrado, de asistir a un concierto contra el terrorismo o de salir a la calle para mostrar a cuerpo limpio el asco por tanto fanatismo y tantos cr¨ªmenes.
La t¨¦cnica es exactamente la misma que aplicaron los nazis alemanes despu¨¦s de las elecciones de 1928, en las que hab¨ªan perdido muchos votos: un asalto calculado y permanente contra la normalidad, una ocupaci¨®n vociferante y agresiva de los lugares p¨²blicos, con la doble intenci¨®n de, enardecer y radicalizar a los m¨¢s fieles y de aterrorizar a la mayor¨ªa de los pusil¨¢nimes.
Los administradores del miedo se mueven con igual sagacidad en el descaro de la provocaci¨®n abierta y - el secreto de la conspiraci¨®n y el chanataje. Sin taparse la, cara toman por asalto el sal¨®n de plenos de un ayuntamiento, destrozan las urnas y amenazan de muerte a quien no les gusta, pero tambi¨¦n saber usar el sigilo del tel¨¦fono para extorsionar a alguien o envenenarlo de terror, y adoptan modales de personas decentes para viajar a Madrid y sembrar con regularidad la muerte y el desastre en sus calles m¨¢s c¨¦ntricas.
Salgo temprano hacia el Retiro en la ma?ana del martes, en la ma?ana fresca y nublada de los primeros d¨ªas del verano, y mientras disfruto de los olores a tierra h¨²meda y a vegetaci¨®n de las avenidas del parque empiezo a escuchar sirenas distantes y luego las palas de un helic¨®ptero que vuela en c¨ªrculos por encima de m¨ª, ese sonido r¨ªtmico de amenaza y alarma que a veces viene acompa?ado por vendavales conc¨¦ntricos sobre las copas de los ¨¢rboles. Al volver a casa la radio me cuenta el motivo de las sirenas y del vuelo del helic¨®ptero sobre el Retiro, la calle de Alcal¨¢ y la plaza de Cibeles: a un empleado de Correos la explosi¨®n de un paquete bomba le ha amputado los dedos de las manos.
Ir a Correos a recoger un certificado o un paquete parece la cosa m¨¢s habitual y m¨¢s tranquila del mundo, la ocasi¨®n de un paseo holgaz¨¢n a media ma?ana por una ciudad que justo en las proximidades de ese edificio se vuelve inusualmente civilizada y arbolada. Yendo a Correos, como a tomar un caf¨¦ y a comprar el peri¨®dico, uno disfruta de eso que el poeta norteamericano Randall Jarrell llama "the daliness of life", lo diario y usual de la vida, la prosa de los actos comunes. De pronto estalla una bomba y todo eso que parec¨ªa tan s¨®lido se convierte en infierno y terror, y un hombre que hac¨ªa honradamente su trabajo se queda sin manos, sin porvenir, sin vida, aunque sobreviva, porque las manos son las herramientas de nuestra humanidad, y perder las manos es tal vez m¨¢s grave que perder los ojos o las piernas.
Dice Payne que en el origen, del fascismo hay una urgencia de rebeld¨ªa f¨ªsica contra el aburrimiento de las democracias, y que algunos genocidas de las SS tuvieron problemas psicol¨®gicos ocasionados por el ejercicio continuo del asesinato. En el Pa¨ªs Vasco se fomenta ahora mismo entre la gente m¨¢s joven un culto a la fuerza bruta y a la barbarie patri¨®tica que es id¨¦ntico al que practicaban en la Alemania de Weimar las milicias lumpen de las SA, pero no es probable que ni los ejecutores de los cr¨ªmenes ni sus familiares y allegados padezcan los sobresaltos de con ciencia que Stanley Payne atribuye a algunos SS. El domingo pasado, en un reportaje excelente de Pablo Ordaz y Francisco Peregil, la madre de un etarra culpable de doce asesinatos declaraba que de su hijo nunca tuvo nadie nada desagradable que decir. Yo me pregunto qu¨¦ sentir¨¢ ahora mismo, en esta misma ciudad en la que yo estoy escribiendo, el patriota vasco que preparo cuidad¨®samente el paquete que dej¨® sin manos hace unas horas a un trabajador de Correos. Miro mis manos moverse sobre el teclado del ordenador y pienso en sus manos de asesino. El fascismo no ser¨ªa nada si s¨®lo militasen en ¨¦l las bestias rapadas de Madrid o las cuadrillas de v¨¢ndalos que destrozan escaparates, incendian autobuses y profanan tumbas en San Sebasti¨¢n. El fascismo es el terror administrado con las manos limpias, bendecido, entendido, explica do por personas ecu¨¢nimes que afectan un aire evang¨¦lico o profesoral de objetividad.
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.