Langhoff estrena en Avi?on un 'Ricardo III' perverso, l¨²cido y divertido
El montaje incluye citas del general Schwarzkoff y cotizaciones de bolsa
Marcial Di Fonzo Bo, un joven actor con nombre de criatura stendhaliana, es la primera alegr¨ªa que ha deparado la 49? edici¨®n del Festival de Avi?¨®n, una edici¨®n que por el momento se presenta bastante floja. Marcial Di Fonzo Bo interpreta el personaje de Ricardo III en Gloucester Time, un montaje de Matthias Langhoff a partir del "material" de Ricardo III, de Shakespeare (en la traducci¨®n de Jean-Michel D¨¦prats). El espect¨¢culo no es s¨®lo uno de los ricardos terceros m¨¢s perversos y l¨²cidos que se han visto ¨²ltimamente, sino tambi¨¦n uno de los m¨¢s divertidos.
El Festival de Avi?¨®n ha conocido, en sus casi 50 a?os, alg¨²n que otro Ricardo III memorable. Yo recuerdo tres. El de Michel Auclair (1966), calculador y retorcido, en el montaje, muy politizado, de Planchon y Rosner; el espectacular y un pelo bulevardiero de Michel Aumont (1972), en el c¨¦lebre montaje de Terry Hands (c¨¦lebre por ser la primera vez que un brit¨¢nico dirig¨ªa a los miembros de la Com¨¦die), y el troublant y sanguinario Ricardo de Ariel Garc¨ªa Vald¨¦s (1984), en el montaje de Lavaudant, el mayor ¨¦xito que un actor ha cosechado en la Cour d'Honneur -15 minutos de aplausos- despu¨¦s de que G¨¦rard Philipe nos dejara.A esos tres nombres viene a a?adirse hoy el de Marcial Di Fonzo Bo, un actor con una gran autoridad, con una gran presencia; un peso ligero que dentro de 15 a?os puede convertirse en un espl¨¦ndido peso welter, en todo un campe¨®n. Jean-Pierre Leonardini (L'Humanit¨¦), para mi gusto el mejor cr¨ªtico teatral de Francia, lo sit¨²a, acertadamente, entre Vissotsky, la joya de la Taganka (en sus a?os de gloria) y John Cassavetes.
Ni feo ni jorobado
Langhoff es un hombre de formaci¨®n marxista, de un brechtismo heterodoxo, a los cuales no ha renunciado como tantos otros.
Su Gloucester Time es una buena prueba de ello. Langhoff se sirve del material suministrado por Shakespeare para hacer de las suyas. Como Zadek, como Tabori, como Sellars... Un ejemplo. Al morir el rey Eduardo IV, en el escenario aparece un cartel del PCI, el mismo que llen¨® las calles de Roma, con la imagen can¨®nica de Stalin y la siguiente frase: "Stalin ¨¨ morto".
?Qu¨¦ quiere decir Langhoff con esto? Pues que la muerte del dictador permite, da paso a la aparici¨®n de otros personajes aparentemente normales (el Ricardo III de Langhoff no es ning¨²n monstruo: no es ni feo ni jorobado, apenas cojea un poquit¨ªn). Personajes como Bor¨ªs Yeltsin, haciendo sus payasadas ante las ruinas de una Grozny liberada; o el miliciano serbio Arkan, compaginando la depuraci¨®n ¨¦tnica con su boda en Belgrado con una cantante popular ante las c¨¢maras de televisi¨®n. 0 el mismo Milosevic. ?Existe alguien m¨¢s normal que Milosevic?
El Ricardo III de Langhoff forma parte de esa ralea de tipos normales, surgidos al t¨¦rmino de la guerra fr¨ªa, hijos de la guerra (fr¨ªa o caliente, qu¨¦ m¨¢s da), crecidos en la incipiente democracia.
Vistas as¨ª las cosas, tampoco es de extra?ar que en la batalla que enfrenta a los ej¨¦rcitos de Ricardo con los del conde de Richmond, el futuro Enrique VII, Langhoff eche mano de las aleluyas de la guerra del Golfo: citas del general Schwarzkoff (otro tipo normal¨ªsimo), mezcladas con pasajes de Clausewitz y las cotizaciones de bolsa del Financial Times.
Claro est¨¢ que toda esta ensalada, por inteligente que parezca -lo es-, puede resultar tendenciosa -a m¨ª no me produce esa impresi¨®n, y si lo fuera...- y, a la postre, para decirlo groseramente, un co?azo. Pues no; no tan s¨®lo es uno de los ricardos terceros m¨¢s perversos y l¨²cidos que he visto ¨²ltimamente, sino tambi¨¦n uno de los m¨¢s divertidos. Un montaje que a¨²na la irreverencia brechtiana ante la psicolog¨ªa y el pathos que a menudo rezuman esos frescos hist¨®ricos, con la desenvoltura de los brit¨¢nicos, acostumbrados a tomarse las obras de su ilustre compatriota sin la seriedad y los remilgos con que se las toman los franceses, y no se ruborizan de re¨ªrse a carcajadas de los asesinos a sueldo y de las s¨®rdidas criaturas que pueblan la Torre de Londres, como ocurre con el p¨²blico de Avi?¨®n que acude a ver ese Gloucester Time y presencia, muerto de risa, la escena en, que uno de los asesinos de Clarence se mezcla entre el p¨²blico para atrapar una mosca a la que arranca las alas y luego aplasta con un martillo.
Irreverente
Hay, en Ricardo III, una escena, la cuarta del IV acto, que, desde chico, siempre me ha producido una gran impresi¨®n. Es la escena entre la reina Margarita, la reina Elisabeth y la duquesa de York, la madre de Ricardo III. La escena en que esas mujeres hablan de sus maridos, de sus hijos, de sus hermanos asesinados. "Yo ten¨ªa un Eduardo y un Ricardo le mat¨®. Yo ten¨ªa un Enrique y un Ricardo le mat¨®. Yo ten¨ªa un...", dice la reina Margarita, colmo quien desgrana el rosario; una escena para representarla en el pudridero de El Escorial. Pues bien, el irreverente Langhoff nos muestra una Margarita convertida casi en una clocharde, bebiendo a morro de una botella de tinto pele¨®n, sac¨¢ndose de un bolso miserable las fotograf¨ªas de sus Enriques, sus Eduardos, sus..., debidamente enmarcadas, y esparci¨¦ndolas por el escenario. Jam¨¢s pens¨¦ que esa escena pudiera interpretarse as¨ª. Pues se puede, y llega, s¨ª se?or.
Ese Gloucester Time, con una escenograf¨ªa que recuerda el Vientre de un bergant¨ªn, una barraca de feria y la c¨¢mara de los horrores del museo de la se?ora Tousaud, se ofrece en la Capilla de los Penitentes Blancos, una sala min¨²scula -apenas, algo m¨¢s de 100 espectadores-, con un calor agobiante. Dura nada m¨¢s y nada menos que cuatro horas y media, con dos entreactos. Nadie abandona (ni siquiera Josep Maria Flotats). Al final, la ovaci¨®n se hace interminable. El 14 de julio dan la ¨²ltima funci¨®n. El montaje viajar¨¢ luego por toda Francia (puede verse en Toulouse o en Marsella), y es posible que el pr¨®ximo a?o podamos verlo en el Festival de Sitges.
El director del festival, Joan Oll¨¦, est¨¢ dispuesto a traerlo siempre y cuando le salgan los n¨²meros (dos kilos por funci¨®n. "Dos que ser¨¢n tres, o cuatro", dice Oll¨¦).
Un Fassbinder que no funciona
Jean-Louis Martinelli (Th¨¦?tre National de Strasbourg) ha rendido homenaje a Rainer Werner Fassbinder, con motivo, dicen, de cumplirse el centenario del cinemat¨®grafo, poniendo en pie el escenario de uno de sus filmes: El a?o de las 13 lunas. Resumiendo, se trata de la historia de un hu¨¦rfano que cambia de sexo, que se convierte en mujer por amor a un malnacido. Historia s¨®rdida donde las haya. Total, que la cosa no funciona, a pesar de la interpretaci¨®n que Charles Berling ofrece del pobre hu¨¦rfano. No funciona porque el texto de Fassbinder -que no es un poeta como Pasolini- canta lo suyo, y no funciona tampoco por la man¨ªa que tiene Martinelli de escoger textos no teatrales: en vez de mostramos una escena, escuchamos (durante 10 largos minutos) a un actor describi¨¦ndonosla. Afortunadamente, s¨®lo dura un par de horas.
Babelia
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