Paquetes de aqu¨ª
Finalmente, hay que reconocerlo, tenemos que recurrir a Christo. En la hora de la triste certeza final, cuando todo lo hecho se figura irremediable y cuanto nos rodea se aparece como parte de un orbe abrumador, invencible, irreparable, fatal, no nos queda m¨¢s que la humildad. Volver la vista al redentor e implorarle, desnudos de soberbia: Christo, deja en paz el Reichstag y empaqu¨¦tanos las Torres de KIO. Ven a nosotros, haz caso de tu r¨¦ba?o, no pierdas m¨¢s el tiempo en Berl¨ªn.Para qu¨¦ alimentar al orondo, por qu¨¦ ha de padecer, el menesteroso. Qu¨¦ falta hac¨ªa cubrir un edificio historiado y hermoso, Christo, mientras sigue al aire, ante nuestros ojos hundidos por el peso de la condena, la Torre de Valencia, plaga del Yavh¨¦ primigenio y rencoroso que t¨², redentor, puedes conjurar si la misericordia te empuja a nosotros y te vienes con unos hect¨®metros, no ya de fibra aluminizada, sino del material que quieras, aunque sea papel de estraza, que nuestra humildad postrera nos tiene limpios de vanidades y exigencias.
Terrible ha de ser la culpa de nuestra estirpe, Christo, se?or, para que andes amortajando her¨®icos puentes y gloriosos caserones de otros lugares y des la espalda a esta tierra nunca prometida en la que sigue al pairo el Auditorio Nacional, pese a que bien sabe el cielo que nada le cuadrar¨ªa m¨¢s que un macrosudario a nuestro monumental emblema de la arquitectura funeraria contempor¨¢nea. Deja, se?or, los reba?os del Rhin por un momento y oc¨²pate d¨¦ las perdidas ovejas del Manzanares, que te a?oran y, conscientes de su peque?ez, te piden humildemente que envuelvas, para llevar si fuera posible, el colmenar de Tres Cantos, pues sabemos que la providencia crea a veces ciudades a las que les falta un barrio, pero no se nos alcanza qu¨¦ misi¨®n cumple en la Tierra un barrio al que le falta una ciudad, plantado, en mitad del campo.
Ah, si fuera posible, Christo redentor, que tu omnipotencia cubriera de pl¨¢stico opaco el Parque Tierno Galv¨¢n y el Campo de las Naciones hasta que crezca, siquiera, media docena de ¨¢rboles, y nos librases as¨ª de las desoladas visiones que estos d¨ªas, al pasar junto a ellos, hacen viajar nuestras mentes al atol¨®n de Mururoa. Ah, si te olvidaras de Prusia y nos dedicaras, un poco de tiempo, un ratito, apenas lo que se tarda en forrar con una coqueta carpa de rayas el Ministerio de Cultura, no para insinuar que tiene algo de circo sino para que recordemos. que en la plaza del Rey, en el mismo solar, estaba el Price, y a fe que no era tan feo, aunque sus tiempos de esplendor tampoco fueran los a?os del ed¨¦n.
Bien sabemos que no hemos hecho m¨¦ritos para que estos deseos dejen de ser quimeras. Pero perdona, Christo, que al menos guardemos una remota esperanza, ¨²ltimo vestigio de la rebeld¨ªa y la soberbia pasadas, pues no acabamos de concebir que vistas el hermoso Parlamento alem¨¢n y no te decidas a cubrir las verg¨¹enzas de la ampliaci¨®n del nuestro. Qu¨¦ hemos hecho, Christo, para que tu infinita piedad no haga llover rollos de scottex sobre la pesadilla marm¨®rea de la carrera de San Jer¨®mino.
?Ser¨¢ por dinero, dios de los artistas? Pues si lo es, que no lo sea. Ya que en Alemania te ofrendan, Christo, 1.300 millones por ocultar la belleza, nosotros, por lo contrario, mejoramos la oferta. Mil trescientos uno por ponerle al Arco de Triunfo una camiseta. Es lo que vale la cl¨¢usula de rescisi¨®n de un futbolista, y nos puede salir gratis poniendo publicidad en la camiseta. Pi¨¦nsatelo, redentor, y toma una decisi¨®n antes de marcharte a poner el Taj Majal de etiqueta.
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