Vuelta a la normalidad
Bayones / Ponce, Barrera
Tres toros de Los Bayones (resto, rechazados en reconocimiento), 1? y 2?, anovillados; 5?, discreto, manso. Dos de Atanasio Fern¨¢ndez, 2?, chico, devuelto por supuesto burriciego; 3? terciado, encastado. 4? de Aguirre Fern¨¢ndez, bien presentado, manso. 6?, sobrero de Castillejo de Huebra, con trap¨ªo, manejable. Enrique Ponce: estocada corta baja y rueda de peones (algunos pitos); estocada baja -aviso- y dobla el toro (oreja); estocada corta trasera -aviso con retraso- y tarda en doblar el toro (oreja); sali¨® a hombros por la puerta grande. Vicente Barrera: estocada corta atravesada, rueda de peones y descabello (silencio); estocada (escasa petici¨®n, ovaci¨®n y salida al tercio); estocada trasera perdiendo la muleta (oreja).
Enfermer¨ªa: el pe¨®n Curro Valencia, asistido de cornada de 15 cent¨ªmetros en un muslo y contusiones, menos grave. Plaza (de Valencia, 25 de julio. 5? corrida de feria. Dos tercios de entrada.
La plaza de Valencia volvi¨® a ser la que sol¨ªa, tras el desmadre del lunes: complaciente con los toreros y poco rigurosa con los toros, lo cual no quiere decir que sea hist¨¦rica, ni tonta, ni inadvertida. El triunfalismo fue toda la vida de Dios una t¨®nica del viejo coso valenciano aunque dentro de un orden. Los toros pod¨ªan ser m¨¢s chicos que en otras partes, otorgarse con mayor facilidad las orejas, pero el p¨²blico ten¨ªa que palpar la voluntariosa entrega de los toreros, gustarle la fiesta, o no hab¨ªa premio. Y tal acaeci¨® en el mano a mano de las figuras de la tierra, que estuvo a punto de suspenderse. Porque la autoridad no quiso aprobar la corrida impresentable de Los Bayones, rechazada por los veterinarios. A las 2 de la tarde el festejo estaba pr¨¢cticamente suspendido por falta de toros. Finalmente hubo acuerdo, se repescaron tres Bayones, metieron dos de Atanasio, uno de Aguirre y con estos remiendos se pudo celebrar la funci¨®n.
Los tres primeros que saltaron a la arena, efectivamente, iban para gatos y el p¨²blico normal del coso valenciano los protest¨®. A Ponce ni siquiera le aceptaron que toreara al primero, cuya invalidez lleg¨® a provocar airadas protestas. Al segundo lo pitaron de salida y pues manseaba dando s¨ªntomas de burriciego, volvi¨® al corral. Corri¨® turno y el de Los Bayones result¨® ser otro manso sin trap¨ªo al que mulete¨® Vicente Barrera con su caracter¨ªstica verticalidad y le sac¨® derechazos de muy bella factura.
El tercero ya presentaba otra apariencia, sac¨® casta, y volte¨® de mala manera a Curro Valencia a la salida de un par de banderillas. Las cuadrillas quedaron avisadas y el p¨²blico dio importancia a la faena de Enrique Ponce, que instrument¨® con indudable valent¨ªa. Una colada escalofriante no le arredr¨® y a¨²n se ech¨® de nuevo la muleta a la izquierda cuando ya parec¨ªa haber agotado el repertorio de derechazos y naturales.
Acaso fue una faena demasiado despegada y demasiado larga. La incontinencia pegapasista de Enrique Ponce ya parece integrada en la mec¨¢nica de su toreo, que es uniforme y repetitivo. Todas las faenas de Enrique Ponce -entre ellas las dos de ayer- poseen la misma estructura: ayudados, dos tandas de redondos, una de naturales con escasa reuni¨®n, muy buenos los de pecho, vuelta a los derechazos, y ayudados por bajo arqueando la pierna a manera de apoteosis final.
Siempre se dijo que el toreo debe acoplarse a las condiciones del toro, nunca al rev¨¦s -como acostumbra Ponce- y a veces la t¨¦cnica se le vuelve en contra. As¨ª le ocurri¨® en el quinto. Despu¨¦s de haberle hecho la faena-tipo, se lo llev¨® a chiqueros marc¨¢ndole los ayudados y una vez all¨ª hubo de volver al punto de partida pues el toro se aquerenciaba y no lo pod¨ªa cuadrar. Escuch¨® por eso un aviso, lo cual no impidi¨® que le dieran la oreja; y como ya sumaban dos, le vali¨® para salir por la puerta grande. Pero ese triunfo era un poco ficticio.
Vicente Barrera tuvo el peor lote mas incurri¨® en el mismo empe?o de calcarse a s¨ª mismo. Y por torear con su conocida verticalidad, le sal¨ªan cortos los pases, frecuentemente destemplados, con lo cual los toros, de suyo mansurrones, acababan perdiendo el celo desentendi¨¦ndose del pulcro diestro. Le concediero una oreja para acortar distancias con Ponce, que le ganaba por 2-0. Aunque quiz¨¢ no ganara tanto: a fin de cuentas, hab¨ªa sido Barrera, precisamente, quien dibuj¨® los muletazos m¨¢s bellos.
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