Pasado en blanco y negro
Puede que nuestros hijos recuerden cuando sean mayores un pasado en color, pero el nuestro es definitivamente un pasado en blanco y negro: no el blanco y negro satinado y l¨ªrico de las fotos antiguas o de las pel¨ªculas de cuando nuestros padres eran j¨®venes, sino el blanco y negro de la televisi¨®n de nuestra adolescencia, que ten¨ªa una sucia tonalidad de ceniza y daba a todas las cosas, lo mismo a los anuncios brutales de tabaco negro o de co?ac que a los programas informativos o a los bailes folcl¨®ricos, un realismo s¨®rdido y penitenciario, una lividez de caras ojerosas y cejijuntas, patillas largas y negras mand¨ªbulas sin afeitar.La memoria consciente no est¨¢ muy dotada para retener esa clase de matices en los que se contiene cifrado el secreto del tiempo. Incluso podr¨ªa decirse ,que para lo que menos sirve la memoria consciente es para recordar. Yo no me habr¨ªa acordado de ese blanco y negro de los ¨²ltimos, a?os del franquismo si no hubiera visto el domingo pasado el primer cap¨ªtulo de esa serie sobre la transici¨®n que ha hecho Victoria Prego, despert¨¢ndome del letargo del anochecer del verano para impulsarme a un viaje instant¨¢neo al pasado de hace 22 a?os, a un pasado en el que se me confunden los recuerdos personales de la adolescencia y la excitaci¨®n y el miedo de los hechos hist¨®ricos. La televisi¨®n, que en general es un artefacto muy adecua do para lobotomizar a los pobres y a los ignorantes, se convirti¨® durante una hora en una magn¨ªfica m¨¢quina del tiempo.
El 20 de diciembre de 1973 parece ahora una fecha antediluviana, y las im¨¢genes de la voladura del coche de Carrero Blanco o de su funeral tienen una cualidad remota de documentales antiguos. Nada se parece a entonces: ni los coches, ni los uniformes de los polic¨ªas, ni siquiera las caras de la gente, que son caras m¨¢s rudas, como de otro pa¨ªs, caras m¨¢s pobres y ya tocadas por la melancol¨ªa del anacronismo. Pero, yo puedo acordarme con toda claridad de aquella ma?ana, del color gris con que amaneci¨® el d¨ªa, de lo que pens¨¦ y sent¨ª mientras intercambiaba rumores e hip¨®tesis con mis amigos o caminaba por las calles que se hab¨ªan quedado vac¨ªas, en un silencio de, expectaci¨®n sobre cogida.
Sent¨ªamos con extra?eza, con dubitativa ilusi¨®n, que por primera vez en nuestras vidas hab¨ªa ocurrido algo, que el tiempo mineral de la dictadura y de los telediarios en blanco y negro se hab¨ªa estremecido con la onda expansiva de aquella explosi¨®n. Con la impaciencia. rom¨¢ntica y antifranquista de los 17 a?os encend¨ªamos la radio y la televisi¨®n y lo ¨²nico que encontr¨¢bamos era un muro l¨²gubre de m¨²sica cl¨¢sica y silencio oficial, de luto en blanco y negro. Pero no ¨¦ramos tan parecidos a quienes somos ahora como el recuerdo nos sugiere: en realidad nos parec¨ªamos a esa gente an¨®nima de los documentales, llev¨¢bamos patillas largas y vaqueros de campana y aliment¨¢bamos con la misma vehemencia im¨¢genes de libertad y de terror.
He le¨ªdo en alguna rese?a suspicaz que este programa de Victoria Prego no aporta nada que no se supiera ya, lo cual demuestra que los especialistas en televisi¨®n tienden a ser tan enterados y perdonavidas como los especialistas en literatura. Lo que yo descubr¨ªa el domingo no era lo que ignoraba, sino lo que hab¨ªa olvidado, la propia sagacidad inconsciente con que el olvido nos corrige o nos suprime el pasado.
Acordarse de los ¨²ltimos d¨ªas de 1973 en el verano de 1995 era descubrir como una novedad abrumadora el abismo de tiempo entre el ahora y el entonces y comprender de pronto lo m¨¢s obvio lo que se ha vuelto m¨¢s borroso enmedio de la confusi¨®n, la diferencia entre un pa¨ªs aislado y sometido a la dictadura y a la corte siniestra de un vejestorio f¨®sil y un pa¨ªs en libertad.
Con demasiada frecuencia y demasiada frivolidad se quieren buscar paralelismos entre el ayer de esos a?os y el hoy de la corrupci¨®n, de la sospecha y el desaliento, pero en esa actitud hay tanto de mala idea como de mala memoria, cuando no un fondo de desprecio totalitario por la democracia. Basta ver durante unos minutos las im¨¢genes atesoradas por Victoria Prego para estremecerse de nuevo con el blanco y negro del franquismo, con las voces de entonces, con la ret¨®rica de floripondio y chuler¨ªa de las declaraciones oficiales oficiales, con aquellas caras y aquellas gafas oscuras y aquellos uniformes y brazos levantados, con la severidad amenazante con que un locutor de televisi¨®n, sentado ante una cortina negra, dec¨ªa en un tono entre eclesi¨¢stico y castrense, con resonancias de cripta:
- Atenci¨®n, espa?oles, habla Su Excelencia el Jefe de Estado.
Cu¨¢ntos a?os sin ver en la televisi¨®n esas facciones de vejez eterna, temblorosa, obstinada, sin escuchar ese hilo imposible de voz que ya entonces nos sonaba como la voz de un bisabuelo de ultratumba, un tirano en bata de casa y zapatillas de pa?o que parec¨ªa que iba a quedarse en la pantalla del televisor para siempre, como esos viejos que sobreviven tristemente d¨¦cadas enteras sentados y callados en la mesa camilla familiar.
La generaci¨®n que naci¨® entonces est¨¢ llegando ahora a la edad adulta sin ning¨²n rastro en su memoria de nuestro pasa do en blanco y negro de ceniza y holl¨ªn y diciembres franquistas. Hay una amnesia de programada ignorancia y de presente a todo color, pero tambi¨¦n hay otra que busca con fundir estos tiempos con aquellos usando la trampa igualadora de la mentira y el olvido. En los a?os ochenta parec¨ªa que la rememoraci¨®n de las crueldades de la dictadura y del hero¨ªsmo de quienes se sublevaban contra ella era una inconveniencia, la obsesi¨®n residual y resentida de unos pocos nost¨¢lgicos. "Recu¨¦rdalo t¨² y recu¨¦rdalo a otros", escribi¨® Luis Cernuda: ahora nos damos cuenta de que el recuerdo es sobre todo una urgente obligaci¨®n civil, un atributo de la libertad que imagin¨¢bamos en aquellas ma?anas invernales de 1973.
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