Entre todas las mujeres 4

Detr¨¢s de sus gafas oscuras el tipo vigilaba disimuladamente a das las personas que entran y sal¨ªan por la gran puerta del Ayuntamiento. Sin duda estaba busc¨¢ndome. Me confund¨ªa con alguien, me hab¨ªa insultado mientras me golpeaba como si yo, pobre de m¨ª, fuera un esp¨ªa al servicio de un enemigo suyo. Esta vez tuve reflejos y no lleg¨® a descubrirme. Retroced¨ª y fui a esconder rne tras la esquina del Club Taurino en el que don Cecilio Nombela sol¨ªa pasar gratamente los mejores ratos de sus ma?anas administrativas. Pens¨¦ cobardemente que lo mejor ser¨ªa irme a mi casa, porque no era imposible que aquel individuo subiera a buscarme al negociado. Pero si me iba no s¨®lo no ver¨ªa a la chica del bar Trauma, sino que adem¨¢s tendr¨ªa que enviar un oficio engorroso al negociado de personal justificando mi ausencia.Me refugi¨¦ en el Club Taurino y ped¨ª un caf¨¦ con leche que se me qued¨® fr¨ªo mientras cavilaba. Los minutos se iban, la chica ya estar¨ªa esper¨¢ndome, se me hab¨ªa agotado la media hora reglamentaria del desayuno. Discurr¨ª entonces un golpe de astucia que en su momento me produjo una vanidad desproporcionada: por callejones laterales se pod¨ªa llegar a la parte trasera del Ayuntamiento, y entrar en ¨¦l por las dependencias de la Casa de Socorro. Era un camino muy usado cuando a uno le daban ganas de tomarse una cerveza o un caf¨¦ entr¨¦ horas y no le parec¨ªa conveniente arriesgarse a salir por la puerta principal, expuesto a la interpelaci¨®n de un superior o al espionaje de un pelota.

Sub¨ª velozmente las escaleras y al empujar la puerta que daba a las oficinas generales vi junto al mostrador de mi negociado a una mujer de espaldas, con el pelo corto y un vestido oscuro, y cuando apresuraba el paso lacia ella dominado por la excitaci¨®n nerviosa de volver a encontrarla me di cuenta de que lo que hab¨ªa visto era una invenci¨®n de mi deseo, porque la mujer que hab¨ªa junto al mostrador no era la que yo hab¨ªa esperado e imaginado tanto, sino quien menos pod¨ªa parec¨¦rsele, la enamorada de don Cecilio Nombela, Mar¨ªa Angustias Minguill¨®n, que lo examinaba todo con aire policial y que nada m¨¢s verme mir¨® vengativamente su reloj de pulsera y me dijo que volv¨ªa del desayuno con quince minutos de retraso.

-?Pero no estabas t¨² de vacaciones hasta fin de mes?

-Estaba y estoy -abri¨® el armario Roneo de metal gris como para comprobar que yo no hab¨ªa vendido los paquetes de impresos, pas¨® el dedo ¨ªndice por el cristal de la mesa de don Cecilio con una suspicacia de ama de llaves, destap¨® y volvi¨® a tapar la m¨¢quina de escribir de su ¨ªdolo, hablando sin parar, sin mirarme a los ojos. Llevaba en la mano un sobre que esgrim¨ªa contra m¨ª como un armaofensiva-. Pero me llam¨® don Cecilio y me dijo, Angustitas, ya s¨¦ que est¨¢ usted disfrutando de unas bien merecidas vacaciones, pero si no le viene mal h¨¢game usted el favor de darse una vuelta por el negociado, y es que estaba intranquilo, ya sabes c¨®mo es don Cecilio, que vive para su trabajo, Angustitas, me dijo, no me gusta que ese auxiliar nuevo, Mateo. Luna, est¨¦ solo en la oficina, al fin y al cabo es un interino, y a un interino no se le va a pedir que ponga el mismo inter¨¦s que alguien de la Casa, como yo digo, los interinos llegan y se van, igual que los pol¨ªticos, pero los que somos de la Casa nos quedamos, por algo tenemos nuestra plaza en propiedad...

No se callaba. No iba a callarse ni a marcharse nunca, se quedar¨ªa en la oficina arruinando mi ed¨¦n de felicidad veraniega, espiandome, inventando chismes sobre m¨ª, fij¨¢ndose en cada uno de mis descuidos o de mis errores para cont¨¢rselos a don Cecilio Nombela, menguando mis ya escasas posibilidades de obtener la c¨¦lebra plaza en propiedad. Mirar¨ªa con descaro a la chica del Trauma cuando llegara a visitarme, me sabotear¨ªa, le dir¨ªa que yo no era el jefe del negociado, sino un interino que tal vez al cabo de unos meses estar¨ªa en la calle, se mofar¨ªa de m¨ª cuando ella se hubiera marchado.

-Y ya veo, ya, no creas que no me doy cuenta, si don Cecilio ten¨ªa raz¨®n, como para fiarse de alguien de la calle, aprovechas que ¨¦l no est¨¢ para volver tarde del desayuno, y adem¨¢s te has sentado en el sill¨®n de don Cecilio, no me lo nieges, has mirado entre sus papeles, le has abierto el cartapacio...

Se volvi¨® acusadoramente hacia m¨ª, esgrimiendo uno de los folios en los que yo hab¨ªa fingido que tomaba notas la ma?ana anterior, y s¨®lo entonces fij¨® en mi cara sus ojos ligeramente estr¨¢bicos, con un gesto de sorpresa r¨¢pidamente adaptado al desd¨¦n.

-Oye, ?qu¨¦ te has hecho en la cara?

-Nada, que tropec¨¦ y me ca¨ª... ?As¨ª que ya se te han terminado las vacaciones?

-Que tropezaste y te ca¨ªste, menudo punto est¨¢s hecho t¨², seguro que te hab¨ªas emborrachado o andabas con esas t¨ªas drogadictas que vienen a verte y te dejan cartitas...

Hab¨ªa estado esperando a que la chica apareciera en cualquier momento: ahora tard¨¦ unos segundos en comprender que ya se hab¨ªa ido, que Mar¨ªa

Angustias Minguill¨®n la hab¨ªa encontrado esper¨¢ndome en la oficina y se las hab¨ªa arreglado para espantarla.

-?Qui¨¦n ha venido? -le pregunt¨¦ con brusquedad, y eso debi¨® impresionarla, al menos durante unos segundos, porque dio un paso hacia atr¨¢s y escondi¨® las dos manos en la espalda. Tambi¨¦n ahora comprend¨ª qu¨¦ conten¨ªa el sobre que Mar¨ªa Angustias Minguill¨®n hab¨ªa sostenido desde que yo entr¨¦ en el negociado. ?Mientras yo sub¨ªa por las escaleras de la Casa de Socorro ella hab¨ªa salido por la puerta principal, d¨®nde aquel individuo, la estar¨ªa esperando...!

-T¨² sabr¨¢s qui¨¦n es -se apoy¨® en el filo de la mesa de don Cecilio, echando los hombros hacia atr¨¢s y cruzando las piernas en una ruinosa tentativa de picard¨ªa-. Una amiga tuya. Pilar no s¨¦ cu¨¢ntos... Me dice, muy fina, est¨¢ el jefe del negociado, y yo le digo, pues no, el jefe del negociado est¨¢ de vacaciones todo el mes de agosto, y ella, pero eso es imposible, yo habl¨¦ ayer con ¨¦l, estaba sentado en ese sill¨®n, y yo le digo, pues ese se?or que usted dice no es el jefe del negociado, don Cecilio Nombela, sino un auxiliar interino que se llama Mateo Luna. Se ha quedado de piedra, como te puedes imaginar y me dice, y tardar¨¢ mucho en volver, y yo le digo, pues su obligaci¨®n era estar aqu¨ª a las diez en punto, y va la t¨ªa y escribe algo en un papel y lo guarda en un sobre y lo cierra mojando bien el filo con la lengua, como si fuera una a leer lo que pone, y me dice, no puedo seguir esperando me har¨ªa usted el fa vor de entregarle el sobre a este se?or, y yo pienso, somos funcionarios, no mensajeros, pero bueno, le digo, d¨¦ melo, ande, que yo se lo entregar¨¦ cuan do vuelva, si vuelve esta ma?ana...

La odiaba a muerte. No hab¨ªa odiado nunca, tanto a nadie como odi¨¦ en esos minutos a Mar¨ªa, Angustias Minguill¨®n. Me mostr¨® la carta, como desafi¨¢ndome a que se la quitara, y eso fue lo que hice, se la arrebat¨¦ de un manotazo. Al menos ahora sab¨ªa el nombre de la mujer de mi vida. Antes de leer la carta ya me hab¨ªa olvidado de la existencia de Mar¨ªa Angustias Minguill¨®n. Ver aquella caligraf¨ªa me conmovi¨® como el descubrimiento de un rasgo ¨ªntimo, Era una letra grande, extravagante, de l¨ªneas desenvueltas y r¨¢pidas, con el mismo aire de distinguida negligencia que hab¨ªa en sus ademanes, en su peinado o en su vestuario.

-?No hay manera de verte? Anoche me qued¨¦ esperando, y esta ma?ana tambi¨¦n. Hombre superocupado... ?Me llamar¨¢s por tel¨¦fono? Pilar.

Me volv¨ª con brusquedad y Mar¨ªa Angustias Minguill¨®n estaba pr¨¢cticamente encima de m¨ª, atisbando por encima de mi hombro el contenido de la carta. La puse dentro del sobre y me la guard¨¦ ostensiblemente en el bolsillo. Mar¨ªa Angustias me miraba de lado mientras fing¨ªa un frenes¨ª de orden y limpieza en la mesa de don Cecilio. PiIar. Se llamaba Pilar. Me repet¨ªa su nombre como un trofeo secreto y reci¨¦n obtenido. Era el nombre perfecto para la mujer de mi vida. ?Y con qu¨¦ suma halagadora de confianza y de impaciencia me urg¨ªa a que la llamara por tel¨¦fono! En d¨¦cimas de segundo yo pasaba del recelo al entusiasmo, del amor rendido a la suspicacia fr¨ªa, a la cautela... ?Cu¨¢l era exactamente su relaci¨®n con ese individuo de funesta catadura que la estaba esperando en la puerta del Ayuntamiento, o que tal vez me esperaba a m¨ª?

Ten¨ªa que hablar con ella. Me hab¨ªa apuntado en la carta su n¨²mero de tel¨¦fono ?Pero c¨®mo iba a llamarla teniendo cerca a Mar¨ªa Angustias Minguill¨®n? No era probable que se quedara mucho tiempo en el negociado: al fin y al cabo estaba de vacaciones, la muy perturbada. Me puse a ordenar algunas solicitudes reci¨¦n llegadas de Registro para fingir, que hac¨ªa algo mientras imaginaba una soluci¨®n o Mar¨ªa Angustias se iba. Entonces son¨® el tel¨¦fono y me lanc¨¦ a cogerlo con un sobresalto, pero Mar¨ªa Angustias fue m¨¢s r¨¢pida. "Negociado de Fiestas y Varios, d¨ªgame", dijo mir¨¢ndome con malevolencia, pero cuando me sonri¨® tendi¨¦ndome el auricular sent¨ª un acceso de gratitud hacia ella.

-Para ti -dijo, pero a?adi¨® enseguida con un aire de maldad digno de Bette Davis (ahora que caigo se parec¨ªa a ella en los mofletes)-: tu prometida.

?Me hab¨ªa olvidado de llamar a Marce dos d¨ªas seguidos! Con una notoria taquicardia y una molesta escasez de saliva le habl¨¦ intentando un simulacro de naturalidad. Pero con ella tales simulacros jam¨¢s dieron resultado. Me pregunt¨® enseguida qu¨¦ me pasaba, por qu¨¦ le hablaba tan raro, y yo le contest¨¦ que no me pasaba nada y que hablaba normal, pero entonces o¨ª mi voz y me di cuenta de que hab¨ªa en ella como una ligera disonancia de falsedad que Marce hab¨ªa percibido, as¨ª que improvis¨¦ el relato de una mala noche pasa la estudiando oposiciones, el desaliento de la vida funcionarial, que no estaba hecha para m¨ª, etc. Al despertarle su instinto de responsabilidad y protecci¨®n hacia m¨ª lo gr¨¦ distraerla del recelo: me dijo que ahora m¨¢s que nunca necesitaba yo fuerza de voluntad, que tendr¨ªamos que aguantar mucho los dos cuando sus padres y los m¨ªos se enteraran de que nos ¨ªbamos a vivir juntos sin casamos...

?Marce era terrible en cuesti¨®n de principios! Me hizo prometerle que me animar¨ªa. Me dijo que vendr¨ªa a pasar conmigo el fin de semana. Colg¨® despu¨¦s de exigirme que la llamara a la ma?ana siguiente para contarle c¨®mo estaba. Cuando yo colgu¨¦ con un largo respiro me di cuenta de que Mar¨ªa Angustias Minguill¨®n se hab¨ªa ido del negociado. Inmediatamente marqu¨¦ el n¨²mero de Pilar. Mientras sonaba una y otra vez la se?al de llamada yo vigilaba temiendo que volviera Mar¨ªa Angustias. Una voz masculina pregunt¨® qui¨¦n era, y a m¨ª se me eriz¨® el vello al reconocer la misma voz que la noche antes rne hab¨ªa murmurado al o¨ªdo mientras me aplastaba contra una pared.

No s¨¦ de d¨®nde saqu¨¦ la valent¨ªa para no colgar sin decir nada. Incluso afect¨¦ un cierto tono formulario al preguntarle si estaba Pilar.

-?De parte de qui¨¦n?-dijo la voz ronca, como masticando las palabras.

-De Mateo Luna. Un amigo.

Hubo un silencio, y luego un murmullo como de disputa en voz baja. O¨ª d¨¦bilmente una m¨²sica. Creo que era Nina Simone. Despu¨¦s me habl¨® Pilar.

-Siempre me dejas esper¨¢ndote...

-He estado investigando lo de la subvenci¨®n -le dije, tan conmovido por escucharla que casi se me olvid¨¦ que le estaba mintiendo, y que probablemente ella tambi¨¦n me ment¨ªa-. Hay posibilidades, pero tendr¨ªas que volver por aqu¨ª con un dossier completo, y yo debo redactar un informe, estudiar de cerca las instalaciones, ya sabes.

-?Puedes venir?

-Yo creo que me ser¨¢ posible esta noche...

-?Y ahora mismo?

Me lo pregunt¨® con una inesperada inflexi¨®n de dulzura, y yo imagin¨¦ el brillo l¨ªquido de halago y de s¨²plica que tendr¨ªan sus ojos en ese momento y yo tard¨¦ unos segundos en reaccionar. ?Aquella mujer no se daba cuenta de que yo era un funcionario sujeto a una disciplina, laboral, a horas fijas de entrada y de salida! Con incredulidad me o¨ª decirle:

-Estar¨¦ all¨ª en veinte minutos.

De nuevo romp¨ªa por culpa del amor la calma administrativa de la ma?ana de agosto y me arriesgaba a una sanci¨®n, pero es que simplemente era incapaz de resistirme a la tentaci¨®n inmediata de verla. Por fortuna no hab¨ªa se?ales de Mar¨ªa Angustias Minguill¨®n. Me escabull¨ª sin novedad del edificio por la salida de la Casa de Socorro y para no desperdiciar ni un minuto del tiempo tan valioso de mi escapatoria tom¨¦ un taxi. Qu¨¦ novelesco era de pronto ir en taxi por las calles pr¨®ximas al Ayuntamiento, viendo a los funcionarios que regresaban de sus desayunos o de sus compras matinales sin ser visto por ellos, escondido en una perfecta clandestinidad.

Gran parte de mi arrojo se disip¨® cuando baj¨¦ del taxi y vi a la luz del d¨ªa el callej¨®n feo y polvoriento en el que hab¨ªa sido asaltado la noche anterior. En la oscuridad, con el ne¨®n azul ilumin¨¢ndola, la fachada del Trauma hab¨ªa tenido ese atractivo turbio y prometedor de los bares nocturnos. El sol de la ma?ana de agosto anulaba toda posibilidad de incitaci¨®n o misterio. El Trauma era un letrero apagado, una pared malva con desconchones, una cortina met¨¢lica a medio echar. Con la mano abierta di unos golpes en la chapa, pero nadie contest¨®, as¨ª que me anim¨¦ a levantar del todo la cortina.

Viniendo de la claridad de la calle al principio no pude ver nada en la penumbra, que ol¨ªa a ceniza fr¨ªa de tabaco. S¨®lo escuch¨¦ una m¨²sica, que era la misma que hab¨ªa sonado al fondo mientras hablaba por tel¨¦fono con Pilar, una canci¨®n de Nina Simone. Pilar estaba detr¨¢s de la barra, en la misma postura que la noche anterior, como si no se hubiera movido, los codos apoyados en la superficie lisa de metal, los hombros rectos y desnudos, curvados suavemente bajo los tirantes de la camiseta de verano, el pelo muy corto, negro, despeinado, mostrando en toda su pureza la forma de la cara, los p¨®mulos flanqueados por dos pendientes largos de plata que yo no re cordaba de la vez anterior y que hac¨ªan un leve ruido met¨¢lico cuando Pilar mov¨ªa la cabeza. Y los ojos, los ojos que se le iban volviendo m¨¢s claros a medida que yo me acostumbraba a la penumbra, que me miraban acogi¨¦ndome, entendi¨¦ndome, invit¨¢ndome, despoj¨¢ndome de toda voluntad y toda incertidumbre. Le dije hola y luego no se me ocurri¨® nada y me qued¨¦ como un idiota enmedio del bar, escuchando la m¨²sica. Pilar me pregunt¨® que si me gustaba la canci¨®n, y yo enseguida contest¨¦ que s¨ª, que me gustaba mucho, y ella me dijo que se titulaba Don't smoke in bed, y que cualquier noche yo podr¨ªa escuch¨¢rsela, pero no fue verdad, no hubo tiempo de nada, fue todo tan r¨¢pido que no, llegu¨¦ a creerme lo que estaba a punto de ocurrirme con ella.

-Tenemos que irnos -dijo: ahora que mis pupilas ya se hab¨ªan adaptado a la penumbra vi que estaba p¨¢lida de miedo-. Tenemos que irnos ahora mismo de aqu¨ª.(Continuar¨¢)