El origen: meta y mito
"Mi meta es, el origen", escribi¨® Karl Kraus y tal podr¨ªa ser tambi¨¦n el lema bajo el que va a terminar este siglo, aunque tomado en un sentido que poco tiene que ver con Kraus. En el terreno religioso y filos¨®fico, pero sobre todo en el campo de lo pol¨ªtico, asistimos a un regreso incontenible de lo originario o, m¨¢s bien, a un regreso colectivo hacia lo originario. El futuro es desconcertante, cuando no francamente amenazador; el presente decepciona por el esc¨¢ndalo de su corrupta confusi¨®n ¨¦tica y por la trivialidad de su propuesta est¨¦tica (?puede ser otra cosa el presente que trivial, si s¨®lo el pasado sabe ser prestigioso y s¨®lo en el porvenir hay esperanza?). De modo que el origen se ofrece como un asidero a partir del cual se podr¨¢ otra vez con firmeza valorar, discriminar y decidir. N¨®tese que se apela aqu¨ª al origen, no sencillamente al pasado. Tambi¨¦n el pasado es discutible y por ende rechazable: el pasado ha fracasado, como demuestra el presente (o¨ªmos repetir, por ejemplo, que el sesenta y ochismo permisivo "ha fracasado", el Estado de. bienestar "ha fracasado", la transici¨®n pol¨ªtica a la espa?ola "ha sido un fraude y un fracas¨®", as¨ª como tambi¨¦n han fracasado el socialismo, el liberalismo cl¨¢sico, el comunismo, la Ilustraci¨®n, la modernidad, la ONU, el desarrollo econ¨®mico, la descolonizaci¨®n, etc¨¦tera...). Queda el origen: el origen es una provincia del pasado, pero indiscutible, invulnerable, incorruptible. Lo que ocurre es que el vendaval de los tiempos recientes (hay diversas versiones de cuando comienzan ¨¦stos: a partir de la ca¨ªda del muro de Berl¨ªn, o de la muerte de Franco, o del Concilio Vaticano II o del final de la II Guerra Mundial, o desde la industrializaci¨®n, o desde el siglo de las luces, o desde Descartes y su racionalismo) ha ocultado en sus brumas lo originario. De modo que hay que rescatarlo, establecerlo de nuevo revelarlo... Es la tarea de los profetas del origen, que en cada una de las ¨¢reas te¨®ricas o pr¨¢cticas traen la buena nueva de que lo nuevo ha dejado de ser bueno.?Ventajas de lo originario? Algunas han sido ya apuntadas. Como la doctrina en boga es que las opiniones se equivalen, que cada cual tiene la suya y todas deben ser respetadas (es decir, que no hay forma racional de decidir entre ellas), recurrir al origen es lanzar sobre el tapete el comod¨ªn irrefutable que zanja toda discusi¨®n subjetiva porque es previo a la configuraci¨®n de las subjetividades. Las opiniones expresan la voluntad de cada cual pero lo originario es anterior y m¨¢s profundo que cualquier voluntarismo. En esta hora presente en que todo es relativo, el origen puede afirmarse como inapelablemente absoluto. Sobre todo, la excelencia de lo originario proviene de que escapa a cualquier acuerdo entre hombres corrientes y molientes, a toda convenci¨®n. Lo que unos hombres han acordado, otros lo pueden revocar o poner en tela de juicio: cuanto es convencional siempre presenta pros y contras, siempre deja parcialmente insatisfecho a cada uno porque encierra concesiones a los dem¨¢s. De aqu¨ª, seg¨²n el antihumanismo heideggeriano, la ineptitud de la raz¨®n discursiva de los individuos para fundamentar valores aut¨¦nticamente universales. El origen, en cambio, no est¨¢ sujeto a debates ni a caprichos, no admite componendas ni por tanto revocaci¨®n. Ateni¨¦ndose al origen uno puede autoafirmarse de forma plenamente objetiva, sin intercambiar explicaciones con la subjetividad del vecino ni admitir sus quejas. Lo originario no tiene enmienda, pero a partir de ah¨ª puede enmendarse cuanto se nos opone.
Porque el origen cumple primordialmente, una funci¨®n discriminadora, la de optar entre unos y otros: a¨²n mejor, legitima a unos para excluir a otros. El origen es un requisito que algunos tienen frente a quienes no lo poseen, por defecto de linaje o falta de fe. El origen es una se?al distintiva, el ¨ªndice de una pertenencia compartida: determinado parentesco nacional o racial, un agravio fundacional com¨²n, la pertenencia a determinada iglesia que administra la revelaci¨®n divina contra incr¨¦dulos y herejes. Lo universal no sirve como origen, porque cualquiera lo alcanza y no funciona como factor de discriminaci¨®n. Los derechos humanos, por ejemplo, son la negaci¨®n de lo originario, porque dicen provenir del reconocimiento antidiscriminatorio de la actualidad efectiva de la humanidad en cada individuo, pasando por alto la peculiaridad de su origen. La humanidad (su condici¨®n racional, ling¨¹¨ªstica y mortal, etc¨¦tera) es tambi¨¦n un origen, si se quiere, pero el origen que minimiza y desarraiga todos los dem¨¢s, el origen que solicita el acuerdo convencional y su fragilidad discutible en lugar de abolirlo. El reconocimiento de cada presencia humana convierte los valores en formas de trato hacia el futuro en vez de. remontarlos hacia el pasado como dogmas irrenunciables y selectivos.
Caso pr¨¢ctico. En un reciente Informe semanal, con motivo del centenario de Xabier Arzalluz, el ubicuo jelkide sostuvo que la raz¨®n de ser del nacionalismo vasco es "que nos dejen ser lo que somos". A primera vista, nos dejen o no nos dejen, parece dif¨ªcil que seamos otra cosa que lo que somos. Pero probablemente lo que entiende Arzalluz por "lo que somos" es "lo que fuimos" o quiz¨¢ "lo que somos seg¨²n nuestro origen". Claro est¨¢, a estas alturas del siglo XX convertir. el origen en fundamento exclusivo y excluyente de una sociedad suena a tiran¨ªa, por lo que el reci¨¦n acu?ado manifiesto del PNV sostiene que "los vascos de los seis territorios constituimos un mismo pueblo por su origen y por su voluntad". Lo malo es que el origen y la voluntad no son f¨¢cilmente compatibles: el pueblo tiene un s¨®lo origen pero la voluntad es cosa de cada. uno de los ciudadanos, a no ser que se la reduzca a la simple reafirmaci¨®n del origen. Y para comprobar que las voluntades ciudadanas vascas no coinciden ni siquiera como alucinaci¨®n colectiva con el origen com¨²n no hay m¨¢s que ver lo que de hecho se expresa pol¨ªtica y culturalmente en los seis territorios. El nacionalismo hace un meritorio esfuerzo moderniz¨¢dor al incluir la legitimaci¨®n por la voluntad junto a la del origen, que es la suya propia, pero el resultado es como aquella "madera de hierro" que propon¨ªan como ejemplo de contradicci¨®n intr¨ªnseca los l¨®gicos medievales. .Ocurre lo mismo con otro punto del mismo documento donde se afirma que la lengua de nuestro pueblo es el euskera": la lengua del pueblo seg¨²n denominaci¨®n de origen, ser¨¢ el euskera pero los vascos hablamos adem¨¢s castellano y franc¨¦s... mayoritar¨ªamente. El citado manifiesto establece noblemente que ning¨²n pueblo tiene mayor dignidad que otro y rechaza el racismo, la opresi¨®n, etc¨¦tera... Bien est¨¢. Cada pueblo tiene su origen y por tanto tiene derecho a sentirse pueblo elegido. Lo alarmante es que los pueblos as¨ª concebidos deben permanecer homog¨¦neos en lo interno y separados en lo exterior: la diversidad de or¨ªgenes absolutos hace que tales pueblos puedan yuxtaponerse pero no fundirse. Los individuos son capaces de mestizaje, pero los pueblos no: otra contradicci¨®n y no de las peque?as, como pone- espeluznantemente de relieve, el caso de la ex Yugoslavia. Si el mito del origen se generaliza como meta en la nueva centuria que vamos a estrenar, ?no tendremos ocasi¨®n de echar de menos esa especie amenazada, el ciudadano moderno, desarraigado y desterritorializado al menos en potencia, convencional, voluntarista e innovador, m¨¢s pendiente de la incertidumbre vidriosa del presente que de la reconstruci¨®n y perpetua conmemoraci¨®n fabulosa de lo originario?
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