Vivir con Hiroshima
EL MUNDO contempor¨¢neo registrar¨¢ como ninguna otra fecha el 6 de agosto de hace 50 a?os en Hiroshima. Seg¨²n otras cuentas, la fecha se podr¨ªa retrasar al 16 de julio anterior en Alamogordo, y, yendo directamente a la prehistoria nuclear, a un d¨ªa de 1938 en Berl¨ªn. La primera bomba at¨®mica devast¨® en la primera fecha aquella ciudad japonesa, el primer artefacto de esa naturaleza fue detonado en la localidad norteamericana, y las primeras investigaciones para la fisi¨®n del ¨¢tomo se produjeron en la ¨²ltima fecha, en un laboratorio de la entonces capital nazi.La pol¨¦mica sobre la propiedad de la utilizaci¨®n de la bomba que arroj¨® el Enola Gay sobre Hiroshima, seguida d¨ªas despu¨¦s por otro ingenio similar sobre Nagasaki, es ya ocioso. El presidente Truman, aseguran los defensores de la decisi¨®n de lanzar aquella primera bomba at¨®mica, quer¨ªa acortar la guerra y. ahorrar a Estados Unidos el enorme derramamiento de sangre que habr¨ªa supuesto el desembarco en el coraz¨®n del archipi¨¦lago japon¨¦s. Comprensible prop¨®sito, habida cuenta de que las alternativas no eran poco crueles y el espanto de las secuelas nucleares, que han seguido sembrando muerte durante d¨¦cadas despu¨¦s del lanzamiento de la bomba, era a¨²n mal conocido. Muy al contrario, dicen otros, Jap¨®n estaba a punto de rendirse, exhausto por la guerra del Pac¨ªfico, y la bomba, en realidad, se lanzaba contra la URSS, a¨²n por nuclearizar, como aviso ante el futuro reparto de Europa en esferas de influencia norteamericana y sovi¨¦tica. Lo decisivo es que el mundo de despu¨¦s de la bomba ya no ser¨ªa nunca el mismo.
. El horror de su potencia destructiva hac¨ªa de la bomba at¨®mica un arma para no utilizarse. Pero un arma que existe es siempre una tentaci¨®n suprema en guerra. Adem¨¢s es un catacl¨ªsmico instrumento de pol¨ªtica exterior. Washington y Mosc¨² han tenido durante este tiempo el buen acuerdo de no ceder a la tentaci¨®n de nuclearizar sus guerras, ni de permitir que lo hicieran sus clientes.
La bomba existe y no puede ser desinventada. La raz¨®n impone que, siendo as¨ª, exista lo menos posible y en las manos que m¨¢s garant¨ªas dan de que jam¨¢s sea utilizada. Hoy, a medio siglo de aquel hecho seminal de la llamada revoluci¨®n t¨¦cnico-cient¨ªfica, la opini¨®n mundial ha sabido guardar un sano terror al uso y abuso del ¨¢tomo, como experimenta hoy crudamente la pol¨ªtica exterior francesa, aislada y castigada por la pretensi¨®n del presidente Chirac de proceder a seis detonaciones nucleares experimentales en el atol¨®n de Mururoa, en el Pac¨ªfico.
Cabe poca duda de que el El¨ªseo mal imaginaba el furor que sus renovadas pretensiones de potencia at¨®mica iban a desencadenar. Atrapado en una situaci¨®n imposible, Chirac dif¨ªcilmente va a ser capaz de dar marcha atr¨¢s, pero el coste de seguir adelante est¨¢ demostrando ya ser muy alto. Sirva ello como adecuado recordatorio en esta fecha a una pol¨ªtica que s¨®lo responde al gesto y que olvida la sustancia de aquel horror que nos visit¨® hoy hace 50 a?os.
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