Neobarroco
Pleno verano en la ciudad, es ahora cuando la memoria resulta m¨¢s vulnerable a los despiadados ataques de la nostalgia: otros veranos, la playa, im¨¢genes neblinosas de la infancia, eterna Arcadia feliz que vuelve regularmente todos los a?os. Peligro.En mi poder, sin embargo, un arma poderosa y de, gran efectividad: el presente, lleno de problemas, duro de vivir, carga cotidiana de realidad contra los peligrosos estragos que causa la. melancol¨ªa. Aunque hay quien asegura que la ¨²nica realidad es el pasado.
Ante esta delicada situaci¨®n yo suelo pasear por los desguaces, lo que me proporciona un sentimiento sereno y reflexivo de una gran plasticidad.
Por la ma?ana he sentido la brisa marina en un desguacede San Fernando de Henares. Ha sido un d¨ªa claro y fresco de cielo n¨ªtidamente azul cobalto, en el que he cre¨ªdo ver el futuro de este tiempo. El presente me ha rodeado con las queridas im¨¢genes de la basura met¨¢lica y se ha producido el peque?o prodigio en esta escombrera, juntando el tiempo perdido con este que me toca vivir al comienzo de mi edad madura.
Me veo en el espejo retrovisor de un viejo Seat, en el laberinto de esta ciudad, buena productora de basura, en busca de un Minotauro a quien extirpar el carburador. Nada mejor que un desguace para reconstruir el presente con los mecanismos de anta?o y las v¨ªsceras, a¨²n calientes dispuestas al trasplante.
El paseo rom¨¢ntico por este cementerio met¨¢lico, lejos de la complacencia morbosa con la que B¨¦cquer o Leonardo Alenza recorr¨ªan los camposantos madrile?os, produce una exaltaci¨®n barroca que superpone y entremezcla neum¨¢ticos amortiguadores y personajes aleg¨®ricos de bulto redondo. Aqu¨ª conviven los amasijos automovil¨ªsticos con el concepto manierista de la multifacialidad. Todos los elementos claves del Barroco est¨¢n en este desguace: misticismo, heroismo, erotismo, ascetismo y crueldad.
Es f¨¢cil distinguirlos entre los tubos de escape ensortijados y los asientos abatibles sobre los que descansa el cuerpo deliciosamente convulso de alguna figura yacente de Bernini en el supremo instante de entregar el alma.
Puede uno encontrar los restos de una carrocer¨ªa de Bertone, envolviendo un solio magistral de Bernini, coronado por la estrella de tres puntas de Nuestra Se?ora de los Mercedes.
El desguace es en si mismo un espacio arquitect¨®nico t¨ªpicamente barroco, no tanto por la acumulaci¨®n de elementos diversos como por la complejidad inasible del conjunto. Es el ejemplo viviente de esa "enigm¨¢tica espacialidad" qu¨¦ se deriva de la imposible medici¨®n de sus partes. Cada elemento de esta es combrera se articula de forma armoniosa con su ad junto: el dep¨®sito de combustible ensartado sobre, el eje m¨²ltiple del cami¨®n, las ocho ruedas panza arriba coronadas por un c¨¢rter gigantesco, una torre de llantas superpuestas rematada por la c¨²pula de una cabina oxidada. Confirmando el enunciado funda mental del Barroco que consagra la importancia del conjunto sobre cada una de las partes. Un cemente rio, viviente y polifac¨¦tico para pasear por este tiempo.
Total, que llega uno a San Fernando dispuesto a buscar el repuesto de un motor para el limpiaparabrisas y se encuentra de narices con todo el Siglo de Oro acumulado en el arrabal de la ciudad. En un abrir y cerrar de ojos vemos que vanidad de vanidades, todo es vanidad. Al fondo, tras los cristales tintados de un BMW muerto, una vanitas de Vald¨¦s Leal repleta de oscuros esqueletos, cad¨¢veres autom¨®viles, que nos recuerdan que polvo somos y en polvo nos convertiremos, con o sin cintur¨®n de seguridad. Lo mejor que hay para esa odiosa melancol¨ªa que nos incordia cada verano, ya digo, un buen desguace.
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