Mu?ecos son
.El autocar sali¨® de Catania a hora temprana, en exceso temprana para un buen numero de pasajeros que exig¨ªan alterar el programa del tour -bastante sensato y relajado a decir verdad-, ganar tiempo sobre el calendario previsto y subir al Etna, visitar Taormina, Mesina, Cefal¨² y, volviendo a bajar hasta Catania, llegar a Siracusa para comprar papiros enmarcados o cualquier otra cosilla t¨ªpica que regalar al regreso, y volver a subir, por la costa j¨®nica, hasta Arcireale, junto a Catania de nuevo, donde hab¨ªa que pernoctar. Todo ello en un d¨ªa, y, eso s¨ª, sin haberse sometido al madrug¨®n impuesto por la gu¨ªa Marianna y reclam¨¢ndole una generosa reserva de tiempo para almorzar sin prisas.Afortunadamente, se impuso el tino de los militantes en la obediencia, absoluta a las reglas del programa establecido, y, de manera decisiva, las voces que apelaron a las razones que mueven el mundo desde que el mundo es mundo y las decisiones de los hombres desde que el hombre es hombre: las econ¨®micas. ?Qu¨¦ pasar¨¢ con las comidas. pagadas de antemano en los restaurantes previstos en el programa si comemos en otros? La cuesti¨®n, planteada por el caballero con cara redonda, gafas de montura met¨¢lica, mirada avispada y dedo ¨ªndice puntuando en el aire las observaciones pronunciadas con aflautada voz -es decir, el metemeentodo que en el avi¨®n hab¨ªa resuelto el delicado problema de la colocaci¨®n de la guitarra de las dos arcang¨¦licas muchachas y del equipo fotogr¨¢fico de los madurones pulcros-, tuvo la virtud de sosegar a los ansiosos trotamundos encauzando de nuevo sus ideales viajeros por las sendas del respeto y, la fidelidad a lo establecido por el programa.
As¨ª pues, la bulliciosa y senorial Catania qued¨® atr¨¢s, entre la imponente mole del Etna y la humanamente abarcable extensi¨®n azul del mar J¨®nico. Y, con la por la mayor¨ªa de pasajeros desde?ada ciudad (?qu¨¦ sucia y renegrida!, ?qu¨¦ entender¨¢ esta por belleza arquitect¨®nica? ?pero si tienen todo por restaurar!), tambi¨¦n qued¨® atr¨¢s el collar de perlas de la se?ora de Sanju¨¢n, Diego, dentista. Lo que no qued¨® atr¨¢s, mientras el autocar avanzaba por una zona insospechadamente suntuosa en naranjos, fue la feroz animosidad de la mayor parte de los viajeros contra la isla y sus gentes. Cierto que la gu¨ªa hab¨ªa advertido respecto al peligro de robos callejeros en las dos grandes ciudades sicilianas -Catania y Palermo-; cierto que, a ra¨ªz del hurto perpetrado en el escote de la se?ora de Sanju¨¢n, Diego, dentista, casi todos los integrantes del grupo se confesaron v¨ªctimas de violencias semejantes sufridas durante otros viajes o -con much¨ªsima m¨¢s incidencia- en la propia ciudad de origen e incluso en el prop¨ªsimo barrio residencial donde habitaban; cierto que algunos tuvieron la franqueza de declarar haber sufrido tales vilezas bajo amenaza de arma blanca, y que unos pocos -los m¨¢s altos, mejor plantados, m¨¢s esmeradamente entupetados y m¨¢s sacando pecho ante el auditorio- dijeron haber resultado heridos y malamente golpeados; pero, no obstante, todos estuvieron de acuerdo en que tanta crueldad y ensa?amiento como los infligidos anoche en la pobre se?ora de Sanju¨¢n, Diego, dentista, eso, nunca lo hab¨ªan visto en ning¨²n lugar del mundo.La se?ora de Sanju¨¢n, Diego, dentista, que se dio cuenta de la ausencia del collar sobre su escote justo cuando se dispon¨ªa a subir al autocar, despu¨¦s del breve paseo por la plaza del Duomo, al ir a cogerlo entre sus dedos y sub¨ªrselo hasta el ment¨®n para apoyar con gesto enjoyado la maldad que iba a pronunciar (el marido dentista hab¨ªa empezado a adjudicar a la gu¨ªa Marianna una ignorancia incomprensible en una profesional titulada ya que no hab¨ªa sabido contestar a su pregunta respecto al peso exacto del Elefante que sosten¨ªa el obelisco egipcio y en lugar del peso, que es lo que a uno le interesa, va y me contesta que la fuente del dichoso Elefante es obra de un escultor llamado Vaccarini), al d¨ªa siguiente se quejaba de magulladuras en diversas partes del cuerpo e incluso cojeaba. El dentista, por su parte, que la noche anterior no hac¨ªa sino santiguarse y dar gracias al cielo porque todo ha ocurrido como durante una intervenci¨®n quir¨²rgica con anestesia: sin enterarnos, aseguraba ahora poder describir perfectamente la cara, las voces y las vestimentas de los asaltantes.
Durante el ascenso al Etna, procure ensimismarme en la contemplaci¨®n del paisaje y no prestar o¨ªdo a los comentarios de los ocupantes de los asientos vecinos al que ocupaba yo junto a m¨ª t¨ªa, abuela. Al subir al autocar, por la ma?ana, la suerte no me acompa?¨® en mi intento por sentarme cerca de la sra. P.: pese a quejarse de la hora pronta de partida, la mayor¨ªa de los integrantes del grupo hab¨ªan madrugado m¨¢s de lo necesario para ser de los primeros en subir al autocar y sentarse, as¨ª, en los asientos delanteros. Por supuesto, el sr. y la sra. P; no ten¨ªan aspecto de haber venido a este mundo para disputarse un par de asientos en la parte delantera de un autocar tur¨ªstico.
Hay rasgos que -cada vez con m¨¢s convicci¨®n a medida que voy cumpliendo, a?os- creo que se llevan en los genes y determinan el talante, las maneras y los sentimientos de quienes vivir¨¢n dispuestos a madrugar para elegir el asiento en un autocar, a no quedar ¨²Itimos en una cola ni a permitir, bajo ning¨²n pretexto, que nadie les pase delante, y, en fin, a impedir, cueste lo que cueste y caiga quien caiga, que se les coloque en cualquiera de las muchas, infinitas, situaciones en que se les pueda tomar por tontos. Del mismo modo, es decir, por la misma regla gen¨¦tica, hay quienes nacen predispuestos a soportar a los anteriores. Y hay momentos en esta vida -desgraciadamente, los m¨¢s abundantes y prolongados- en que dir¨ªase que el mundo se divide entre quienes no quieren que se les tome por tontos y quienes les soportan, que todas las desgracias (desde las guerras hasta la injusticia social) proceden de esta divisi¨®n, que no hay nada que hacer para solucionarlo y que todo Io dem¨¢s es literatura.
En aquel autocar viajaban cuarenta personas nacidas con la misi¨®n de que nadie las tomara por tontas, y el resto, cinco o seis, entre las que se encontraban el sr. y la sra. P., se sentaban cada d¨ªa en el
poco espacioso y traqueteante fondo del veh¨ªculo; si quer¨ªan tomar caf¨¦, despu¨¦s de cada comida, ten¨ªan que aguardar a que sirvieran el segundo turno, y, cada vez que lleg¨¢bamos a un nuevo hotel, ten¨ªan que subir el equipaje (siempre incomparablemente m¨¢s ligero que el del resto de viajeros) a la habitaci¨®n cuando los dem¨¢s ya dorm¨ªan y hab¨ªan dejado de utilizar los ascensores que hab¨ªan ocupado largamente con un promedio de cuatro bultos por persona.
El sr. y la sra. P. re¨ªan como ni?os cuando les expuse mi teor¨ªa gen¨¦tica aplicada a los viajes en grupo, mientras tom¨¢bamos una copa en el bar del hotel, El encuentro no tuvo lugar hasta la noche porque, como he empezado a contar, por la ma?ana quedamos separados por el tumultuoso asalto al autocar por parte de los viajeros en busca de asientos delanteros. Por supuesto, no me cont¨¦ entre quienes, como premio a su br¨ªo ma?anero, lograron sentarse lo m¨¢s hacia delante posible, que, por lo visto, es donde deben sentarse los expertos en viajes de grupo. Pero, para mi desgracia, la gu¨ªa Marianna y el conductor del autocar decidieron, apelar a la buena educaci¨®n de la concurrencia y muy pedag¨®gicamente reclamaron asientos delanteros para las personas de avanzada edad, enfermos o con problemas, dijo la gu¨ªa buscando con la mirada a mi t¨ªa abuela, a otra anciana que viajaba con una nieta que quiz¨¢ fuera a su vez ya abuela, y, para mi sorpresa, al sr. P.: al intentar descubrir en qu¨¦ categor¨ªa de pasajero con problemas entraba, advert¨ª que por la bocamanga de su chaqueta asomaba el borde de lo que quiz¨¢ fuera un yeso (hecho del que no me hab¨ªa percatado hasta entonces y que acaso explicara como luego me confirmar¨ªa el afectado, el hecho de participar en un viaje en grupo). Sin embargo, mi desdicha se encaminaba, poderosa, hacia su plenitud para desembocar en la imposibilidad de sentarme cerca de la sra. P., quien, as¨ª como el primer d¨ªa de viaje en el aeropuerto desminti¨®, ante la amenazadora presencia de la se?ora de Sanju¨¢n, Diego, dentista y del mism¨ªsimo Sanju¨¢n, Diego, dentista, su aparici¨®n en un reciente programa de televisi¨®n, ahora, en el autocar, dijo que de ninguna manera, que nadie les cediera el sitio, que Crist¨®bal va mejor detr¨¢s, al ver que el lugar que les destinaban estaba cercado, nada m¨¢s y nada menos, que por el matrimonio dentista, por el marido de Carmen y padre de Camila, por la esposa de Miguel y madre de Camila, y por la pareja de reci¨¦n casados que a las 48 horas de haber emprendido el viaje y de la continua compa?¨ªa de los citados dentistas y esposos de Miguel y Carmen, respectivamente, iban perdiendo a marchas forzadas su aspecto de reci¨¦n casados, sobre todo ¨¦l, que parec¨ªa que llevara 40 a?os siendo cu?ado del dentista. Aunque, mentalmente, elogi¨¦ la decisi¨®n de la sra. P., no pude, como hubiera sido mi deseo, imitarla: mi t¨ªa abuela acept¨® encantada el asiento que un alma reprendida por la gu¨ªa Marianna le cedi¨® y a cuyo lado tuve que seguirla en calidad de acompa?ante privilegiado. A punto estuve de mandar a paseo a Camila cuando, renunciando al asiento que sus padres le hab¨ªan reservado, pas¨® por mi lado y, con voz burlona, me susurr¨® al o¨ªdo:
-Me voy al fondo.
La hermosa extravagancia de la vegetaci¨®n que cubr¨ªa las laderas del Etna a medida que se ascend¨ªa, ora con vi?edos y plant¨ªos frutales, ora con olivos y algarrobos, ora con higueras de Indias y pitas, ora con bosques de acebos y encinares, no acall¨®, como supuse, el despecho sufrido por los viajeros a ra¨ªz del hurto del maldito collar de la maldita se?ora de Sanju¨¢n, Diego, dentista, y, de acuerdo con tan dolido talante, para las voces que me rodeaban el Etna "comparado con el Teide es un bonsai de volc¨¢n, lo que ocurre es que los espa?oles siempre menospreciamos lo de casa". "?Usted lo ha dicho, amigo! Sin ir tan lejos, quiero decir que sin buscar ejemplos tan evidentes como el del Teide, que aquello s¨ª es un volc¨¢n, en Barcelona tenemos el Tibidabo que, bueno, las gu¨ªas tur¨ªsticas dir¨¢n lo que les pase por la cuenta corriente, oiga, que tontos no somos, ?eh! y el Tibidabo mucho m¨¢s peque?o que este Etna no es, ?eh! y, al menos, no saca humo, bien inactivo que est¨¢ y los barceloneses podemos vivir tranquilos". "Mire usted, lo que acaba de decir es la clave de todo: tranquilidad. Yo no soy catal¨¢n, pero admiro este esp¨ªritu pr¨¢ctico y trabajador que les caracteriza. Porque, vamos a ver: d¨ªgame usted, ?qui¨¦n hubiera invertido una peseta en unas ol¨ªmpiadas a celebrar en una ciudad con un volc¨¢n en activo? ?Nadie, se lo aseguro yo, con mi larga experiencia puedo asegurarle que nadie!". "Exacto, y as¨ª est¨¢ Sicilia y as¨ª est¨¢ Barcelona y quien dice Barcelona dice toda Espa?a".
No, la subida al Etna no apacigu¨® los exaltados ¨¢nimos que la accidentada visita a Taormina acabaron de espiritar, de modo que, durante la cena, a punto estaban de caer en la agresividad. Cierto que deb¨ªa de influir el hecho de llegar a la noche con el est¨®mago insatisfecho, ya que el almuerzo libre en Taormina se convirti¨® en un peregrinaje de casi cuarenta viajeros por todos los restaurantes del centro de la localidad, en los que no se les admiti¨® teniendo en cuenta el n¨²mero de comensales, sus exigencias de comer caliente y a la carta, y que el grupo irrump¨ªa en los locales a una hora intempestiva desde el punto de vista de las costumbres del lugar. Y, al mal temple de tener que ir a visitar las ruinas del teatro grecorromano sin haber comido, hubo de a?adirse la irritaci¨®n que les produjo encontrarse con la media docena de viajeros, entre los que se encontraban el sr. y la sra. P., que, despegados del grupo al llegar a la ciudad, s¨ª hab¨ªan conseguido comer. "?Mira t¨², la mosquita muerta!", exclam¨® la madre de Camila mirando de reojo a la sra. P., a quien lo de mosquita muerta qued¨® para el resto del viaje no s¨®lo por haber conseguido comer a espaldas del grupo sino -hecho mucho m¨¢s grave- por atreverse a desacatar la voluntad tribal y a traicionar al esp¨ªritu comunal en la cuesti¨®n referente a la compra de souvenirs: ¨ªbamos paseando -la sra. P., el sr. P., Camila y yo- por las deliciosas calles de la ciudad colgada sobre el J¨®nico, donde las villas cl¨¢sicas de fachadas rosas, amarillas y ocreanaranjado se mezclaban con edificios con balcones renacentistas y restos de doradillos bizantinos, cuando el se?or Sanju¨¢n, Diego, dentista y el joven reci¨¦n casado se nos acercaron para comunicarnos que: a) todo ten¨ªa un l¨ªmite; b) la gu¨ªa Marianna hab¨ªa recomendado una tienda de discos y casetes de m¨²sica del lugar en la que se nos har¨ªa un descuento del 10%, pero c) seguro que de ese 10%, hab¨ªa un 5% de comisi¨®n para ella d) eso era corrupci¨®n, y e) como ciudadanos de la Comunidad Europea no pod¨ªamos f) contribuir a las actividades delictivas de la isla ni g) permanecer imp¨¢vidos ante ellas, por lo que se hab¨ªa decidido h) no comprar en la susodicha tienda y i) denunciar, mediante carta firmada por todos los integrantes del grupo, la acci¨®n de la gu¨ªa Marianna a la agencia para la que trabajaba. La sra. P. no s¨®lo dijo que no pensaba firmar nada, sino que, ante la expresi¨®n herida del se?or Sanju¨¢n, Diego, dentista y el joven reci¨¦n casado, me pregunt¨®:
-Ya recuerdo qu¨¦ quer¨ªa comprar. ?Nos acompa?a a esa tienda de m¨²sica isle?a?
Continuar¨¢
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