En la flor de la vida
Los madrile?os que peinan canas (eso en el caso de que puedan peinar algo) conocieron a un des gr¨¢ciado que ejerc¨ªa la mendicidad recorriendo Madrid en un carro tirado por un burrito fam¨¦lico. Desde lejos se o¨ªan los ecos de aquella voz lastimera que iba relatando los pormenores de su asendereada existencia, y acababa siempre su relaci¨®n con una frase, a manera de coda, que es tremec¨ªa los corazopes: "En la flor de la vida y sin poderlo ganar, ?madre m¨ªa!". Evidentemente no lo pod¨ªa ganar, con aquel cuerpo contrahecho, una de cuyas piernas se le doblaba hacia arriba por el espinazo y el pie le asomaba por en cima del cogote. Todo el mundo le daba algo, desde las ventanas le lanzaban. monedas y los viandantes las recog¨ªan para pon¨¦rselas en la mano. Esta aparici¨®n se . produc¨ªa al atardecer y sol¨ªa ser la ¨²ltima del d¨ªa, que era pr¨®digo en visitas. Por la ma?ana pregonaban su mercanc¨ªa el ca charrero, el afilaor, el parag¨¹ero y la?a, el mielero ofreciendo arrope y miel de la Alcarria. A mediod¨ªa llamaban a la, puerta y el di¨¢logo se o¨ªa por toda la'vecindad: "?Qui¨¦n es?". "El Sagrado Coraz¨®n". Se trataba de una beata que en nombre del p¨¢rroco llevaba de correturnos la imagen del Sagrado Coraz¨®n de Jes¨²s, a cambio d¨¦ una limosna. Las miserias formaban parte de la vida cotidiana madrile?a cuando los que hoy peinan canas (si pueden) eran unos cr¨ªos. El de la flor de la vida envejeci¨® mientras crec¨ªan y echaban bigote. En sus ¨²ltimos a?os llevaba secretario, cuya misi¨®n consist¨ªa en recuperar las monedas que ca¨ªan en el asfalto, pues no se fiaba de los viandantes. Se rumore¨® entonces que estaba rico y no era lisiado, sino contorsionista. Su ¨¦xito no fue, sin embargo, aquel pie que horrorizaba asomando por encima del cogote, sino la coda lastimera: "En la flor de la vida y sin poderlo ganar, ?madre m¨ªa!". Los madrile?os jam¨¢s han conocido reclamo que conmoviera tanto sus almas caritativas.
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